jueves, 6 de marzo de 2025

Final alternativo Body Bank: El Descanso y la caida de Bethcast

 Pues como a algunos no parecio gustarles el hecho de que "el body bank" pudiera ser solo accesible a ultra millonarios escribi una version alternativa (que de hecho en un futuro se conectara con otra historia que tengo preparada esperando hacer una especie de "multiverso" super "pitero" como dirian en mexico jaja) asi que aqui los dejo con la version alternativa del final de esta historia

El Descanso y la caida de Bethcast Fraude y malos manejos

Epifanio era un hombre joven, de unos veintisiete años, cuya vida había estado marcada por la pobreza y la falta de oportunidades. Había trabajado en oficios mal pagados desde la adolescencia y, a pesar de sus esfuerzos, nunca logró reunir suficiente dinero para salir adelante. Su escasa educación y la necesidad constante de sobrevivir lo mantenían en un ciclo sin fin de precariedad. Cuando escuchó hablar del Body Bank, vio en él la única oportunidad para cambiar su destino. Era un sistema riesgoso, pero la promesa de obtener una cantidad de dinero para comenzar de nuevo era demasiado tentadora para ignorarla.

El Body Bank lo evaluó y determinó que, aunque su cuerpo tenía un valor aceptable en el mercado, su historial financiero lo hacía un cliente de alto riesgo. No podían prestarle una gran cantidad de dinero ni darle un cuerpo premium a cambio de su propio cuerpo como garantía. Sin embargo, dentro de la organización había empleados corruptos que se aprovechaban de clientes como él. Uno de estos individuos, un gestor de contratos de nombre Horacio, vio en Epifanio una presa fácil.

Horacio se acercó a Epifanio con una sonrisa amistosa y palabras llenas de falsas promesas. Le explicó que, aunque su historial no era el mejor, el Body Bank podía hacer una excepción con él y darle un contrato especial. La oferta consistía en un préstamo de dinero inmediato a cambio de dejar su cuerpo en garantía. A cambio, recibiría otro cuerpo de manera provisional, lo que le permitiría seguir con su vida mientras generaba ingresos para pagar la deuda. Pero lo que Epifanio no sabía era que el contrato estaba diseñado para Estafarlo.

El contrato tenía cláusulas abusivas ocultas en la letra pequeña, escritas con un lenguaje legal confuso que Epifanio, con su limitada educación, no podía comprender del todo. No le permitieron llevarse una copia ni consultar con nadie antes de firmar. Horacio lo apresuró con excusas sobre la falta de tiempo y la urgencia del acuerdo. Epifanio, desesperado por mejorar su vida, firmó sin hacer demasiadas preguntas.

En cuestión de horas, el proceso se llevó a cabo. Le retiraron su cuerpo y le asignaron uno nuevo: el de un hombre de setenta años, con la piel arrugada, el cabello ralo y las articulaciones deterioradas por el tiempo. No era el cuerpo fuerte y ágil que había tenido, pero al menos estaba vivo y tenía el dinero que le prometieron. No obstante, aún no sabía que la verdadera trampa estaba por venir.

Durante un mes, Epifanio experimentó algo que nunca antes había conocido: la tranquilidad. A pesar de estar atrapado en el cuerpo de un anciano de setenta años, con huesos frágiles y movimientos torpes, la falta de deudas y preocupaciones le permitía dormir mejor por las noches. Había aprendido a adaptarse, a moverse más despacio, a cargar con el peso de la edad sin quejarse demasiado. No gastó el dinero que le había dado el Body Bank más allá de lo necesario. Pagó sus deudas, consiguió un pequeño departamento modesto y ahorró cada moneda posible. Soñaba con recuperar su cuerpo joven y volver a empezar.

Dos meses después de su primer contacto con el Body Bank, Epifanio regresó confiado, convencido de que todo había salido bien y que podría recuperar su cuerpo como lo había acordado. Cruzó las puertas de la imponente sucursal con el corazón latiendo fuerte, ilusionado por la posibilidad de volver a sentirse ágil, fuerte y libre. Pero en cuanto pidió hablar con el empleado que le había hecho el contrato, su optimismo se desplomó.

El mismo hombre que le había atendido la primera vez lo recibió con una mueca de fastidio. Desde el primer momento, su actitud fue diferente: ya no era amable ni comprensivo, sino frío y burlón.

—¿Recuperar tu cuerpo? —preguntó con desdén, cruzando los brazos—. Imposible.

Epifanio frunció el ceño, confundido.

—¿Cómo que imposible? Mi contrato decía que…

—¿Leíste bien tu contrato? —lo interrumpió el empleado con una sonrisa maliciosa—. Ah, cierto. Apenas si sabes leer.

Epifanio sintió que la sangre le hervía, pero se contuvo.

—Sé lo suficiente para entender que esto no estaba en el trato —dijo con firmeza—. Pagué mis deudas, no gasté el dinero en tonterías y de hecho tengo casi todo el dinero para pagar mi deuda asi que.¡He cumplido!

El empleado sacó un expediente y comenzó a pasar páginas con aire despreocupado.

—Aquí dice que aceptaste términos especiales —comentó sin levantar la vista—. Cláusula 18-B, cuerpo transferido a custodia por periodo indefinido en caso de baja calificación crediticia…

Epifanio sintió un escalofrío.

—¿Qué? ¿Qué significa eso?

—Significa que no tienes derecho a reclamar tu cuerpo —respondió el hombre con un tono cruel—. Básicamente, firmaste una cesión permanente. Lo perdiste, amigo.

Epifanio sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. No podía ser. No era posible que hubiera aceptado algo así. Él solo quería un pequeño préstamo, un respiro en su vida miserable, pero ahora parecía que lo habían despojado de su propia existencia.

—Eso no es cierto —dijo, con la voz temblorosa—. ¡Eso no estaba en el contrato!

El empleado rodó los ojos y le deslizó un grueso fajo de papeles.

—Aquí está todo. Léelo tú mismo… si puedes.

Epifanio tomó los documentos con manos temblorosas, pero el texto estaba plagado de jerga legal, palabras complicadas y cláusulas engañosas. Era como si hubieran hecho el contrato a propósito para confundirlo.

Se sintió desesperado. ¿Qué podía hacer? ¿Acaso el Body Bank realmente podía hacer lo que quisiera con su cuerpo?

Fue entonces cuando su vista cayó sobre un pequeño papel que había guardado en su billetera días atrás. Era una tarjeta de presentación, sencilla y con un nombre impreso en letras doradas:

Fernanda Machado – Abogada Especialista en Contratos Corporativos

Recordó que alguien se la había dado en la calle, diciéndole que esa mujer ayudaba a los que eran engañados por grandes corporaciones. En ese momento, había dudado si alguna vez la necesitaría. Ahora, sin embargo, parecía su única esperanza.

Epifanio respiró hondo, guardó la tarjeta en su bolsillo y se dirigió a la salida. No iba a rendirse. Si el Body Bank creía que podía salirse con la suya, estaban equivocados.

Epifanio no sabía mucho de leyes, pero entendía que si alguien podía ayudarlo, tal vez era ella la chica de la tarjeta. Decidió acudir a la dirección impresa en la tarjeta.

Cuando llegó, se encontró con una pequeña oficina modesta pero bien organizada. Tras unos minutos de espera, Fernanda lo recibió. Era una joven abogada, probablemente de unos 26 años, de apariencia agradable y con un aire profesional pero accesible. No tenía la mirada dura de aquellos que solo ven a las personas como clientes, sino que irradiaba cierta empatía.

Epifanio, nervioso y sin saber bien cómo explicarse, le contó su situación. Fernanda lo escuchó con paciencia, sin interrumpirlo, asintiendo de vez en cuando para darle confianza. Luego, le pidió el contrato. Epifanio no lo tenía, pero ella sabía cómo conseguirlo.

—Voy a solicitar una copia del contrato directamente al Body Bank —dijo con seguridad—. No pueden negármelo. Si firmaste algo, tienes derecho a saber exactamente qué decía.

Epifanio sintió un pequeño alivio. Era la primera persona que realmente parecía estar de su lado.

Días después, Fernanda recibió la documentación y se puso a revisarla con atención. No tardó en encontrar varias irregularidades. Las cláusulas estaban redactadas de forma confusa, con términos engañosos que podrían hacer creer a alguien como Epifanio que estaba aceptando condiciones diferentes a las reales. Lo más grave era que el contrato tenía una laguna legal: no especificaba de manera clara la temporalidad del préstamo ni la restitución obligatoria del cuerpo original.

Con una sonrisa confiada, Fernanda supo que tenían una oportunidad.

—Epifanio, creo que podemos ganar este caso.

Y así lo hizo. Fernanda no solo presentó la demanda contra el Body Bank, sino que la manejó con una precisión quirúrgica. La empresa, confiada en su poderío legal y financiero, intentó desestimar el caso al principio. Sin embargo, cuando los argumentos de Fernanda fueron expuestos, quedó claro que la compañía había cometido una irregularidad que podía costarle una gran suma y un enorme escandalo si el caso se volvía mediático.

El juicio no se prolongó mucho. En menos de un mes, Fernanda había logrado lo impensable: doblegar a una corporación multimillonaria y obligarla a llegar a un acuerdo con Epifanio. El Body Bank, buscando evitar un escándalo, ofreció una solución aparentemente favorable para ambas partes: Como su cuerpo ya habia sido vendido a alguien que pago mucho por el y ya no se lo podian regresar sin meterse en otro problema legal grave, le permitirían elegir cualquier cuerpo disponible en sus bóvedas.

Fue un error grave.

Epifanio, quien hasta ese momento solo quería recuperar su cuerpo, No comprendió la magnitud de lo que le estaban ofreciendo. La redacción del nuevo contrato, ahora revisado y aprobado en presencia de Fernanda, era ambigua y ella si se dio cuenta. Le explico a epifanio que no se especificaba una lista limitada de opciones ni se establecían restricciones más allá de los cuerpos almacenados en el sistema asi que podia acceder a las bovedas y elegir cualquier cuerpo que quisiera de la boveda y con cualquiera realmente se referia a CUALQUIERA.

Epifanio recorrió la boveda de cuerpo del body bank encontrandose con todo tipo de cuerpos disponibles con una mezcla de asombro e incredulidad. Nunca había imaginado que llegaría a estar en una situación así. Durante toda su vida, había aceptado su suerte sin demasiadas quejas, sabiendo que la pobreza le limitaba las opciones. Pero ahora, después de haber sido engañado, humillado y prácticamente despojado de su identidad, el destino le daba una oportunidad inesperada.

Pasó lentamente su mirada por cada cuerpo disponible. La mayoría no le atraian o simplemente pasaba de ellos, solo eran cuerpos en las capsulas de la boveda personas que, por una razón u otra, habían dejado atrás sus cuerpos ya fuera en un "prestamo" o en una venta el no lo sabia. Algunos tenían marcas de edad, otros mejoras quirúrgicas o parecian extremadamente cuidados y conservados, pero ninguno le llamaba demasiado la atención hasta que vio ese cuerpo.


La imagen en la capsula era de una joven de una belleza impresionante. Su piel parecía perfecta, su cabello caía con naturalidad y su expresión, aunque neutra y "sin vida", tenía algo especial, algo difícil de describir. No tenía idea de quién era, pero al verla sintió un escalofrío. Era el tipo de persona que solo se veía en películas o revistas, alguien completamente fuera de su mundo.

—Ese —dijo, señalando la capsula con el dedo.

Los ejecutivos del Body Bank se quedaron en silencio. Algunos intercambiaron miradas nerviosas, pero no podían hacer nada. La abogada estaba ahí, atenta a cada movimiento. Intentaron persuadirlo, ofrecerle cuerpos más “adecuados” para alguien de su condición, pero él no se dejó convencer.

—¿Está disponible, no? —preguntó con tranquilidad.

Uno de los empleados asintió con pesadez.

—Sí… está disponible.

Epifanio no tenía idea de que acababa de elegir el cuerpo de Beth Cast, una influencer cuya desaparición había causado revuelo en redes sociales. No sabía que, al salir de ahí, su rostro sería reconocido, que las preguntas lo perseguirían y que, sin buscarlo, se convertiría en el centro de un escándalo que ni siquiera imaginaba.

Pero en ese momento, nada de eso le importaba. Solo sabía que, por primera vez en su vida, había elegido algo que realmente deseaba.

El Body Bank no tuvo más opción que ceder. Las cláusulas ambiguas del contrato, el peso de la abogada Fernanda y la presión mediática que prometia formarse si no cumplian con su sentencia a los obligaron a cumplir con la petición de Epifanio. Y así, en un abrir y cerrar de ojos, su vida cambió para siempre.

El procedimiento fue rápido y sin complicaciones. Cuando despertó, se encontró en un cuerpo ajeno, un cuerpo que, aunque ahora le pertenecía, se sentía extraño. Se miró en el espejo y se sorprendió al ver el reflejo de una mujer joven y hermosa. No tardó en darse cuenta de que su nuevo rostro era hermoso y sensual, y si el nombre en la ficha de registro de su neuvo cuerpo era correcto ahora seria conocido como: Beth Cast.

Al principio, disfrutó del cambio. No podía negar que el mundo se abría de maneras que nunca antes había experimentado. La gente lo miraba diferente. De un día para otro, pasó de ser un mecánico pobre con una vida monótona a alguien que despertaba miradas de admiración y curiosidad. Caminaba por la calle y sentía los susurros a su alrededor, las miradas furtivas, los gestos de sorpresa de quienes parecían reconocerlo… o mejor dicho, reconocer el rostro que ahora llevaba.

Las redes sociales no tardaron en estallar. Los seguidores de Beth Cast, que habían pasado meses preguntándose qué había sido de ella, comenzaron a difundir imágenes, comparaciones y teorías. “Beth Cast ha vuelto”, decían algunos titulares. “El regreso inesperado de la influencer”, escribían otros. Epifanio, que nunca había estado involucrado en ese mundo, no entendía la mitad de lo que decían, pero la atención repentina lo abrumaba.

Al principio, intentó vivir esa vida. Se dejó llevar por la fama, probó la vida que alguna vez había sido de Beth Cast, pero pronto comprendió que ese mundo no era para él. Las cámaras, los eventos, las expectativas de la gente… nada de eso tenía sentido para alguien que siempre había sido feliz en su taller, con las manos llenas de grasa, ajustando motores y resolviendo problemas mecánicos.


A pesar de que su nuevo cuerpo parecía “demasiado” para ese tipo de trabajo, Epifanio no tardó en volver a su antiguo taller. Aunque no era tan tonto, sabia de todo el provecho que podria sacar de su nuevo cuerpo, usaba ropa entallada o sexy, mostraba su cuerpo para atraer clientes, ignoró las miradas incrédulas de sus clientes y continuó con su vida como si nada hubiera pasado. La gente murmuraba, algunos incluso tomaban fotos a escondidas, pero a él no le importaba.

Era un mecánico con el cuerpo de una influencer famosa, sí. Pero al final del día, lo único que realmente le importaba era hacer lo que siempre había amado: arreglar autos y vivir su vida con tranquilidad.

Un mes despues epifanio ya se habia acostumbrado mucho mas a su nuevo cuerpo, habia dominado la sensualidad del mismo y aunque nunca fue un hombre en extremo pervertido su nuevo cuerpo y las miradas que captaba con el ademas del dinero extra que ganaba con el le dieron las "armas" para seguirse exponiendo



La campana que estaba sobre la puerta del taller mecánico de "Bethcast" sonó suavemente, anunciando la llegada de un nuevo cliente. Levantó la vista desde debajo del capó de un elegante sedán negro, sus largas piernas enfundadas en unas botas negras ajustadas y brillantes que se le pegaban a las pantorrillas como una segunda piel. El dobladillo de su vestido rojo coqueteaba con la parte superior de sus muslos mientras se enderezaba, limpiándose las manos con un trapo metido en la cinturilla. No necesitaba levantar la vista para saber quién había entrado su taller se habia vuelto muy popular y el aroma de colonia mezclado con el leve almizcle del nerviosismo le decían que era otro pervertido que entraba solo para poder ver su cuerpo en "accion". El hombre de traje y corbata estaba de pie torpemente junto al mostrador, sus ojos recorriendo la tienda como si no supiera dónde posarse. Su corbata estaba demasiado apretada y sus dedos jugueteaban con el borde de su chaqueta. "Bethcast" no se perdió la forma en que su mirada se detuvo en sus piernas mientras ella caminaba tranquilamente, los tacones de sus botas repiqueteando contra el piso de concreto. Ella se apoyó contra el mostrador, su cadera sobresalía lo suficiente para que la falda de su vestido se subiera un poco más.


“¿Qué puedo hacer por ti?”, preguntó, con voz suave, casi ronroneando. El hombre tartamudeó, sus ojos yendo de su rostro a la curva de su hombro donde el tirante de su vestido se había deslizado ligeramente hacia abajo. “Yo... uh... mi auto”, logró decir, haciendo un gesto vago hacia la puerta. “Está haciendo un ruido extraño. Esperaba que pudieras echar un vistazo”. Epifanio con su hermoso rostro de Bethcast sonrió, lenta y deliberadamente, mientras enderezaba el tirante de su vestido, pero no antes de dejarlo allí un momento más de lo necesario. “Por supuesto. Echemos un vistazo”.


"Bethcast" camiono hacia el auto de el cliente, sus caderas se balanceaban sensualmente con cada paso. El hombre la siguió enbobado, sus ojos no se podian apartar de la forma en que su vestido se pegaba a su cuerpo, la tela estirándose tensa sobre sus curvas. "Bethcast" Podía sentir su mirada fija en su sensual cuerpo como un toque físico y eso solo la hizo caminar con más determinación, más confianza y mas sensualidad. En el auto, se inclinó sobre el motor, el dobladillo de su vestido subiendo lentamente con el movimiento. Podía escuchar la respiración agitada del hombre, casi podía sentir el calor de su mirada en sus muslos. Le permitió mirar, le permitió comersela con la vista mientras ella pretendía concentrarse en el motor. Cuando se enderezó, no arregló su vestido de inmediato, dejando que se subiera peligrosamente antes de alisarlo con un movimiento lento y deliberado. "Es tu alternador", dijo, su voz casual, como si no acabara de darle un espectáculo. "Puedo reemplazarlo por ti. No debería llevar mucho tiempo". El hombre asintió, su garganta se movió mientras tragaba con fuerza. "Eso suena... uh... genial. Gracias". "Bethcast" le dirigió otra sonrisa, esta vez un poco más depredadora. Sabía exactamente lo que estaba haciendo, y disfrutó cada segundo de eso. —¿Por qué no esperas dentro? Lo arreglaré en un santiamén. Mientras él volvía a entrar en la tienda, ella centró su atención en el coche, inclinándose sobre el motor una vez más. Esta vez, no se contuvo, dejando que el dobladillo de su vestido subiera tanto que el borde de su ropa interior de encaje se asomaba. Podía sentir sus ojos sobre ella desde el interior de la tienda, observando cada uno de sus movimientos. Cuando finalmente se enderezó, se aseguró de tomarse su tiempo, alisando su vestido lentamente, sus movimientos tan deliberados como los de un gato estirándose al sol. Se secó las manos con el trapo de nuevo, metiéndolo de nuevo en su cintura antes de volver a entrar en la tienda. El hombre estaba sentado en una de las sillas de espera, su pierna rebotando nerviosamente. "Bethcast" se apoyó contra el mostrador de nuevo, con los brazos cruzados bajo el pecho, empujando su escote hacia arriba lo suficiente para que se notara. —Listo —dijo, con voz suave, casi sensual. El hombre miró su pecho y luego su rostro, con las mejillas sonrojadas. —Gracias —dijo, su voz apenas por encima de un susurro. "Bethcast" sonrió, lenta y cómplice. Se acercó, sus tacones resonando contra el suelo, y se inclinó ligeramente, sus labios casi rozando su oreja. —Cuando quieras —murmuró, su aliento cálido contra su piel. Podía oír el tirón en su respiración, podía sentir la tensión que irradiaba de él. Se apartó lo suficiente para mirarlo a los ojos, su mirada con los párpados pesados ​​y llena de promesas. —Espero que vuelvas pronto.



El hombre asintió, su garganta se movía mientras tragaba con fuerza. Buscó torpemente en su billetera, sacó el pago y se lo entregó con manos temblorosas. "Bethcast" lo tomó, sus dedos rozando los de él por un momento más de lo necesario. Cuando se dio la vuelta para irse, ella lo vio irse, su sonrisa se convirtió en una mueca. Sabía que volvería. Siempre volvían. Se enderezó, alisándose el vestido una última vez antes de regresar a la tienda, lista para el siguiente cliente

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