lunes, 3 de marzo de 2025

Final alternativo "este cuerpo no es mio"

 Bueno esta es mi aportacion a un tema "viejo" pero que siempre me a gustado y es un reimaginacion de "este cuerpo no es mio" con un toque mas perverso y un final diferente, talves no es lo mas pervertido que leeran pero a mi me gusto como quedo y espero a ustedes tambien, disfruten :D

(Pór cierto para los que no se han unido al canal de telegram, hize una mini dinamica para saber quien seria la "protagonista" de la historia del body bank y bueno resulta que fue Bethcast es por esto que mañana sera públicada la explicacion del body bank ademas de la historia de bethcast)

Era una tarde como cualquier otra para Jessica Spencer. Popular, hermosa y con una vida aparentemente perfecta, había pasado el día de compras con sus amigas. Antes de regresar a casa, encontraron una pequeña tienda de antigüedades que despertó la curiosidad de Jessica.


Al entrar, la tienda estaba llena de objetos extraños y polvorientos. Jessica, sin mucho interés en nada más que su propia apariencia, comenzó a examinar los accesorios en exhibición. Fue entonces cuando sus ojos se posaron en un par de aretes dorados con inscripciones extrañas. La dueña de la tienda le advirtio sobre los aretes y le dijo que no estaban a la venta, a ella le dio igual y los tomó sin pagar para momentos despues salir de la tienda, sintiendo una extraña sensación de emoción al ponérselos.


Esa noche,Luego de dejar a sus amigas en su casa y muy divertida Jessica llegó a casa después de un día agotador de compras y diversión con sus amigas. Se sentía satisfecha consigo misma, aún recordando los aretes dorados que había tomado de la tienda de antigüedades. Se puso uno sin pensarlo demasiado y, tras su rutina nocturna y hablar con su amiga April, se dejó caer en su lujosa cama, quedándose dormida rápidamente.





A kilómetros de distancia, en una destartalada pocilga, un delincuente de poca monta apodado "Taquito" se dejaba caer en un viejo sofá lleno de suciedad y olor a alcohol. En su oreja brillaba el otro arete dorado, que había encontrado tirado en el suelo de el negocio que habia robado por la tarde. No le dio importancia de hecho se lo habia puesto porque le parecia gracioso pero olvido quitarselo y se dejó vencer por el sueño.





Fue entonces cuando la magia comenzó a actuar.


El cuerpo de Jessica, plácidamente dormido en su cama, se estremeció levemente. Sus párpados temblaron, sus músculos se tensaron sus pezones reaccionaron poniendose duros y su piel se erizó. De repente, su respiración se detuvo por un segundo… y sus ojos se abrieron, pero no con la conciencia de Jessica en su interior.


Sin expresión alguna, su cuerpo se sentó en la cama pero solo era su cuerpo, su alma seguia dormida en la cama como si fueran dos entes diferentes. Sus movimientos eran lentos, casi mecánicos. Con una calma inquietante, comenzó a despojarse de su pijama pieza por pieza, una vez termino, se quito su ropa interior dejando sus senos expuestos y su coño afeitado, ahora estaba completamente desnuda dejando su piel completamente expuesta al aire nocturno su cuerpo indefenso. Solo el arete permanecío en su lugar.


Descalzo, su cuerpo caminó hasta la puerta de su habitación, la abrió sin dificultad y salió de la casa sin que nadie lo notara. La fría brisa nocturna acariciaba su piel desnuda, pasaba por todo su cuerpo, recorriendo cada centimetro del mismo, pero su expresión seguía vacía, carente de emociones. Sus pasos eran firmes y decididos, como si un destino estuviera grabado en su carne. Sin titubeos, su cuerpo vacio comenzó a avanzar por la ciudad, caminando sin rumbo aparente, pero con un destino claro sus movimientos que parecian una programación divina: la pocilga donde yacía el cuerpo de Taquito.


Mientras tanto, en el sucio sofá de aquel rincón olvidado de la ciudad, el cuerpo de Taquito también reaccionó. Sus ojos se abrieron de golpe, pero no con la conciencia del hombre que lo habitaba. Como si estuviera siendo controlado por hilos invisibles, su cuerpo se puso de pie con movimientos lentos y calculados.


Sin dudarlo, comenzó a desvestirse, dejando caer sus harapos al suelo uno por uno. Ahora, completamente desnudo, sus pies descalzos pisaron el suelo sucio del lugar. Sin prisa, salió del edificio tambaleante, con la piel de gallina por el frío de la noche. Aún con su expresión vacía, su cuerpo emprendió el camino hacia un lugar en el que jamás había estado: la casa de Jessica.


Ninguno de los dos cuerpos reaccionó al frío, ni a las miradas de los pocos testigos nocturnos que se cruzaron en su camino. Simplemente avanzaban con determinación, como si una fuerza superior los guiara.


En sus respectivos lugares, las almas de Jessica y Taquito seguían dormidas, completamente inconscientes de lo que estaba sucediendo.


La ciudad seguía su curso, ignorando que algo imposible acababa de comenzar


Minutos después, el cuerpo de Taquito llegó a la casa de Jessica. Sus pies descalzos pisaban con firmeza el suelo frío, y sin mostrar la más mínima vacilación, avanzó a través de la enorme casa sin que nadie lo notara. Caminó por los pasillos con una seguridad inquietante, dirigiéndose directamente a la habitación donde yacía dormida el alma de Jessica. Sus movimientos eran pausados, pero determinados, como si un propósito superior guiara cada uno de sus pasos. La tenue luz de la luna se filtraba a través de las cortinas entreabiertas, iluminando con un resplandor plateado el cuerpo masculino que avanzaba con inusual familiaridad por un hogar ajeno. 


Al llegar, se detuvo en el umbral de la puerta por un instante, como asegurándose de que estaba en el lugar correcto. Sus ojos recorrieron la habitación con un reconocimiento vacío, sin mostrar emociones, simplemente asimilando el entorno como si le perteneciera. Luego, con movimientos mecánicos y precisos, se acercó a la cama. Allí, el alma de Jessica dormía plácidamente, ajena a todo lo que estaba ocurriendo. La el alma de la joven estaba tranquila, su rostro fantasmal reflejaba la serenidad de quien desconoce la tempestad que se avecina. Sin dudarlo, el cuerpo de Taquito comenzó a vestirse con la ropa que Jessica se había quitado antes de dormir. Se puso cada prenda con naturalidad, como si este nuevo cuerpo supiera exactamente qué hacer, como si las manos grandes y toscas de un hombre ahora comprendieran a la perfección el arte de vestirse con la delicada feminidad de una joven.


Una vez vestido, el cuerpo de Taquito se recostó en la cama, acomodándose en la misma posición en la que antes había estado el cuerpo de Jessica. En cuanto su espalda tocó las sábanas, algo indescriptible ocurrió: el cuerpo de Taquito y el alma de Jessica se acoplaron en un instante. Un ligero estremecimiento recorrió la figura masculina, como un suspiro de la esencia que ahora quedaba atrapada en esa carne ajena. Jessica ya no estaba en su cuerpo; ahora, estaba atrapada dentro de la piel ajena de aquel hombre.


Simultáneamente, en la miserable pocilga donde Taquito solía vivir, el hermoso y sensual cuerpo de Jessica avanzaba por las calles con pasos silenciosos y seguros. La ciudad seguía su curso, indiferente a la visión extraña de una joven mujer caminando completamente desnuda en la fría noche. Sus movimientos eran gráciles, casi etéreos, pero en ellos había una precisión antinatural, como si su cuerpo estuviera siendo conducido por una fuerza invisible, un titiritero cósmico que movía sus hilos con precisión absoluta. Las luces de los postes callejeros iluminaban su piel pálida y perfecta, resaltando cada curva, cada detalle de su silueta impecable. Sus largos cabellos ondeaban con la brisa nocturna, reflejando los destellos de los autos que pasaban a su lado, ajenos a la extraña escena que se desarrollaba a escasos metros de ellos.


Atravesó callejones oscuros, pasos elevados y avenidas olvidadas, siguiendo un camino que ni siquiera ella, en su estado vacío, podía comprender. No sentía miedo ni incomodidad por el frío que rozaba su piel descubierta. Sus pies, delicados y suaves, pisaban charcos de agua sucia, restos de basura y vidrios rotos, pero no mostraban ninguna herida ni señal de dolor. Era como si la crudeza del mundo que la rodeaba no tuviera impacto sobre su ser, como si su cuerpo estuviera protegido por una barrera invisible que lo separaba de la miseria que lo envolvía.


El cuerpo de Jessica llegó finalmente a la desvencijada puerta de la pocilga que Taquito llamaba hogar. Se detuvo por un instante, como si estuviera reconociendo su nuevo destino. Sus ojos, vacíos y carentes de emoción, recorrieron la fachada mugrienta, las paredes desmoronadas cubiertas de graffitis y humedad. No sintió asco ni repulsión. Con la misma frialdad con la que había caminado por la ciudad, empujó la puerta con un ligero movimiento y entró. La penumbra de la habitación apenas dejaba ver los montones de ropa sucia y muebles rotos que decoraban el lugar. Un aroma rancio flotaba en el aire, una mezcla de sudor, alcohol derramado y comida en descomposición. Sin embargo, el cuerpo de Jessica no reaccionó ante la pestilencia ni al ambiente deprimente que la rodeaba.


Con una calma espeluznante, avanzó hasta el sofá donde el alma de Taquito dormía profundamente. Su “respiración” era pesada, ronca, producto de una vida descuidada y llena de excesos. Sin mostrar emoción alguna, comenzó a vestirse con las ropas harapientas y sucias de Taquito. La tela desgastada y maloliente se deslizó sobre su piel impecable, cubriendo poco a poco la perfección de su anatomía con la miseria que antes pertenecía a otro. Sus manos delicadas y femeninas recorrieron los pliegues de las prendas roídas, adaptándose a su nuevo atuendo con una precisión perturbadora.


Una vez vestida, se sentó en el sofá en la misma posición exacta en la que antes había estado el cuerpo de Taquito, como si estuviera cumpliendo un ritual preestablecido. Sus manos descansaron sobre sus rodillas, sus ojos miraron al vacío y su cuerpo se acomodó hasta encajar en la postura exacta que el alma de Taquito había dejado al quedarse dormido. Fue en ese preciso instante cuando la fusión ocurrió: un temblor imperceptible recorrió el cuerpo de Jessica, como un último suspiro de la esencia que se resistía a ser reemplazada.


Jessica despertó con una extraña sensación de incomodidad. Algo no estaba bien. Su cuerpo se sentía pesado, diferente, tosco. Abrió los ojos y lo primero que notó fue el techo alto y familiar de su habitación. Se incorporó con dificultad, sintiendo una pesadez inusual en su torso, y fue entonces cuando su mirada aterrizó en sus manos: grandes, callosas, masculinas. Un escalofrío recorrió su espalda mientras, con el corazón acelerado, bajaba la vista para inspeccionarse. Un grito ahogado escapó de sus labios al ver el cuerpo que ahora habitaba. Sin entender cómo, se levantó tambaleándose y corrió hacia el espejo de su habitación.


Lo que vio la dejó sin aliento. Reflejado en el cristal no estaba su rostro delicado y hermoso, sino el de un hombre descuidado, de facciones rudas y barba desordenada. Su respiración se volvió errática. No, esto no podía ser real. Se llevó las manos a la cabeza, tirando del cabello corto y desaliñado, esperando despertar de aquella pesadilla. Pero no era un sueño. Su cuerpo ya no era suyo. ¿Quién era esa persona? ¿Qué estaba pasando?


Taquito despertó lentamente, aún atrapado en la bruma del sueño. Su cuerpo se sentía extraño, liviano de una manera incómoda, pero su mente somnolienta aún no lo procesaba del todo. Sentado en su viejo y desgastado sillón, ladeó la cabeza, frotándose los ojos con desgana mientras un suspiro se escapaba de sus labios.


El ambiente a su alrededor era el mismo de siempre: su sucia y deteriorada vivienda, con las paredes de ladrillo descascarado y un hedor a humedad que impregnaba cada rincón. Sobre la mesa cercana, restos de comida y una botella a medio terminar descansaban, y su vieja bolsa de lona abierta revelaba un revoltijo de objetos robados el dia anterior. Nada parecía fuera de lugar. Nada, excepto... esa extraña sensación en su propio cuerpo.


Aún sin pensarlo demasiado, se puso de pie con movimientos torpes, sus nuevas piernas delgadas temblando levemente bajo su peso, como si fueran ajenas. Su playera anaranjada caía de manera distinta sobre su torso, más holgada de lo normal en los hombros, pero ajustándose de una manera que le resultaba ajena en el pecho. Frunció el ceño con irritación, sin captar todavía lo que ocurría. Su necesidad matutina lo llevó a cruzar la pequeña y destartalada habitación en dirección al baño, empujando la puerta desvencijada sin prestarle atención al chirrido de las bisagras oxidadas.


Con un bostezo, desabrochó torpemente sus pantalones, bajándolos apenas lo necesario y, sin pensar, llevó la mano hacia su entrepierna, esperando encontrar lo que siempre había estado ahí. Pero no había nada. Su aliento se atoró en su garganta. Parpadeó varias veces, sintiendo el pánico reptar por su espina dorsal. Volvió a intentarlo, con más prisa, con más desesperación. Pero el resultado era el mismo.





—¿Dónde está mi péne? —balbuceó, su voz resonando extraña, más suave y melódica de lo que recordaba. Su corazón martilló con fuerza en su pecho mientras su cerebro aún luchaba por comprender lo que sucedía. El pánico se convirtió en terror absoluto cuando, con un rápido movimiento, tiro abajó del todo sus pantalones y vio... vio lo imposible.


Su piel era tersa, sus piernas delgadas y suaves, y lo que debería estar ahí simplemente había desaparecido, reemplazado por algo completamente ajeno a él una hermosa vagina lo recibia completamente depilada y perfecta.


Un grito desgarrador resonó en las paredes del baño.Taquito Respiraba con dificultad, sintiendo un sudor frío cubrir su piel mientras su cabeza giraba en todas direcciones, como si buscara una respuesta en la pequeña habitación mugrienta. Sus manos temblorosas subieron hasta su pecho, donde notó por primera vez un peso diferente, una suavidad inconfundible que nunca antes había sentido en su propio cuerpo. No, no podía ser.


Se miró a sí mismo, respirando entrecortadamente. La piel suave y sin vello entre sus piernas era extraña, no había sido tocada por nada o eso parecia pues era demaciado perfecta e inmaculada. Se le doblaron las rodillas y se desplomó contra el lavabo, su reflejo en el espejo lo miró con ojos muy abiertos y aterrorizados. Los ojos de Jessica.


—No, no, no —murmuró, con la voz temblando tanto como las manos—. Esto no es real, joder.


Pero lo era. La prueba lo estaba mirando a la cara. La suave curva de sus labios, la delicada pendiente de su cuello, la suave ondulación de su pecho debajo de la camiseta anaranjada. Se tocó la cara de nuevo, sintiendo la suavidad de sus mejillas, la plenitud de sus labios. Aquello no era su cuerpo. Aquello no era su vida.


Y sin embargo…


Un extraño calor empezó a aparecer en su estómago, una mezcla de pánico y algo más. Sus manos se deslizaron hacia abajo, vacilando justo por encima de su nuevo sexo. Su corazón latía más fuerte, ahogando la parte racional de su cerebro que le gritaba que parara que buscara alguna explicacion. Pero no podía. Tenía que saber. Tenía que sentir.


Con una respiración temblorosa y entrecortada. Allí estaba. Lo que nunca habia soñado con tener entre las piernas. Lo que confirmaba sus peores temores, y de alguna manera, los más tentadores.


Una vagina perfecta y suave.


"Mierda", susurró, su voz apenas audible. Sus manos se cernieron sobre ella, temblorosas, inseguras. El pánico seguía allí, arañando los bordes de su mente, pero lentamente estaba siendo superado por algo más oscuro. Algo más hambriento.


Volvió a mirarse al espejo, fijando sus ojos en el reflejo de la hermosa mujer en la que se había convertido. Tenía los labios ligeramente separados, las mejillas sonrojadas, el pecho subiendo y bajando con cada respiración superficial. La vista le provocó una sacudida de excitación y se mordió el labio, tratando de sofocar el gemido que amenazaba con escapar.


"Esto... esto es una locura", murmuró, con la voz espesa por la incredulidad. Pero sus manos ya se movían, atraídas por el calor entre sus piernas.


Sus dedos rozaron la piel suave y sensible, y jadeó, la sensación envió una sacudida de electricidad por todo su cuerpo. No era nada como lo que había sentido antes. Era más. Más intenso. Más abrumador. Su respiración se aceleró, su corazón martilleaba en su pecho mientras exploraba más, sus dedos trazando los pliegues con una mezcla de curiosidad y desesperación.


—Oh, joder... —Se le quebró la voz cuando encontró el punto más sensible y una oleada de placer lo recorrió. Se le doblaron las rodillas y se apoyó contra el lavabo; su reflejo en el espejo se volvió borroso mientras su visión se nublaba de placer.


El pánico seguía allí, acechando en el fondo de su mente, pero la intensidad de las sensaciones que lo recorrían lo ahogaba. Sus dedos se movían más rápido, con más urgencia, persiguiendo el placer que se acumulaba en su interior. Su respiración se entrecortaba; su nuevo cuerpo se tensaba mientras el calor en su estómago se grecia cada vez más con cada toque.


—Oh, Dios, oh, Dios, oh, Dios —jadeaba, con la hermosa voz “necesitada” de una chica que ahora era, con una mezcla de miedo y éxtasis. Sus dedos se hundieron más profundamente dentro de su apretada vagina, el placer lo abrumaba, lo consumía.


Y entonces, con un grito ahogado, se vino sintiendo el primer orgasmo en su nuevo cuerpo.


El placer explotó en él, recorriendo cada centímetro de su nuevo cuerpo. Sus piernas cedieron y se desplomó en el suelo, con la espalda apoyada contra las frías baldosas mientras oleadas de placer lo inundaban. Su pecho se agitaba, su corazón todavía latía aceleradamente mientras las réplicas de su orgasmo se calmaban lentamente.


Se quedó allí tendido durante lo que pareció una eternidad, con la mente dando vueltas, su cuerpo todavía temblando por la intensidad de lo que acababa de experimentar. Lentamente, el pánico comenzó reaparecer aunque menos intenso que antes, mezclándose con el placer persistente de una manera que era a la vez enloquecedora y embriagadora.


"¿Qué diablos me está pasando?" susurró. Pero incluso cuando las palabras salieron de su boca, supo la respuesta. Estaba atrapado. Atrapado en un cuerpo que no era el suyo. Atrapado en una situación que no podía ni siquiera empezar a comprender.


Y sin embargo...


Su mano se deslizó una vez mas hacia su nuevo sexo entre sus piernas, sus dedos rozando la humedad que aún permanecía allí. Un escalofrío le recorrió la espalda y se mordió el labio, intentando reprimir el gemido que amenazaba con escapar.


No debía. No podía. Pero la necesidad ya estaba aumentando de nuevo, el calor en su estómago volvia cada vez más fuerte.


Sus dedos se movían solos su respiración se aceleró, su corazón latía con fuerza en su pecho mientras el placer comenzaba a aumentar de nuevo.


"Joder", gemia a gritos, su voz temblaba de deseo. "Joder, joder, joder..."


Y luego, con un grito estrangulado, se rindió, sus dedos se movían más rápido, más duros


Despues de estar varios minutos jugando y pervirtiendo ese cuerpo que no era suyo corrió de vuelta a la habitación, tropezando torpemente con los pantalones que aún tenía a medio bajar, cayendo de rodillas frente al espejo colgado en la pared. Se sostuvo del borde cuando finalmente levantó la vista, lo vio. O mejor dicho, la vio.


El reflejo en el espejo seguia sin ser el suyo. La imagen que le devolvía la mirada era la de una joven rubia, con una piel impecable y unos labios ligeramente entreabiertos por la conmoción. Sus ojos, grandes y expresivos, reflejaban un miedo y una excitasion que él sentía como propia. Una gorra de béisbol cubría parte de su cabello desordenado, y una camiseta roja algo holgada enmarcaba su silueta.


El terror que aun quedaba dio paso a una especie de parálisis momentánea. Movió una mano y la chica en el espejo hizo lo mismo. Levantó una ceja y el reflejo la imitó. No había duda.


—No... no puede ser —susurró, su voz quebrándose. Pero era cierto. De alguna forma, estaba atrapado en el cuerpo de una completa desconocida. Una mujer. Una mujer increíblemente hermosa.


Sus manos recorrieron lentamente su propio rostro reconociendolo esta forma con mas detalle, luego bajaron por su cuello y se detuvieron con vacilación sobre sus pechos, sintiendo la suavidad bajo sus palmas. Tragó saliva, su respiración aún agitada, pero ahora mezclada con algo más... algo entre la incredulidad y el asombro.


Un estremecimiento recorrió su espalda mientras su mente intentaba procesarlo todo. Sin saber aún cómo ni por qué, ahora tenía el cuerpo de una mujer. Y no cualquier mujer, sino una increíblemente sensual.


Y entonces, lo recordó. La chica de la gasolinera. Aquella joven que se había burlado de él la tarde anterior, quien le había jugado una broma frente a todas su amigas. Ahora, su rostro, su cuerpo, le pertenecían. Su miedo comenzó a transformarse en algo distinto. Un cosquilleo recorrió su espalda mientras la idea tomaba forma en su mente. ¿De verdad esto estaba pasando? ¿Era real?


Sus manos comenzaron a moverse con más lentitud, con más intención. Acarició su propio rostro, deslizó los dedos por la curva de sus caderas, sintiendo el contorno suave y esbelto que ahora era suyo. La respiración acelerada ya no era por pánico, sino por una mezcla de incredulidad y excitación. Giró sobre sí mismo, observando su reflejo desde distintos ángulos, maravillándose con la perfección de su nueva silueta. Era imposible no sonreír ante la visión de semejante belleza. Su expresión se tornó ladina, casi maliciosa.


—Vaya, vaya... —murmuró, y se estremeció al escuchar su propia voz, tan seductora y femenina que por un instante le pareció ajena.


Se quitó la gorra y dejó caer su cabello sobre sus hombros, pasando los dedos por los mechones dorados. Luego, con una mezcla de incredulidad y deleite, se alzó la camisa y vio su nuevo y perfecto torso. Se mordió el labio inferior, dejando escapar una risa que pasó de nerviosa a descarada.


—Esto... esto es increíble... —susurró, explorando cada curva con mas detalle, cada nueva sensación. Su mente ya no estaba enfocada en el miedo o la confusión, sino en las posibilidades. No solo era hermosa, sino que ahora tenía el poder de un cuerpo así. Un cuerpo que volvía locos a los hombres, que provocaba miradas y suspiros.


Levantó una ceja y comenzó a moverse frente al espejo, experimentando con gestos y posturas. Primero tímidamente, luego con cada vez más confianza y picardía. Se mordió el labio de nuevo, pero esta vez fue intencionado. Su expresión reflejaba algo más que sorpresa: era satisfacción, era lujuria, era una emoción completamente nueva que lo llenaba de una energía indescriptible.


Sin poder evitarlo, rió de nuevo, disfrutando el sonido de su nueva voz. Ya no había pánico, solo placer. La suerte le había sonreído de la manera más inesperada, y él no iba a desperdiciar semejante regalo.


Aún con cierto nerviosismo, comenzó a mover su cuerpo de formas que antes jamás habría imaginado. Levantó una pierna con facilidad, estirándola por encima de su cabeza sin esfuerzo alguno observando en el proceso su lindo coño algo abierto por lo que habia hecho hace poco. Su equilibrio era perfecto, su cuerpo ligero, y cada movimiento que hacía se sentía natural, como si su nueva anatomía estuviera hecha para la agilidad y la gracia. Recordó vagamente haber visto a un grupo de porristas hacer esos mismos movimientos en algún partido de fútbol, y de repente comprendió: este cuerpo había pertenecido a una porrista. Ahora todo tenía sentido. No solo era flexible, sino que estaba entrenado para la destreza y la coordinación.


Giró sobre sí mismo, sintiendo cómo su cabello se movía con él en un movimiento fluido. Nunca antes se había sentido así, tan ágil, tan fuerte y tan libre de las limitaciones de su viejo cuerpo. Saltó en el aire, y al aterrizar, su ligereza lo sorprendió. No había esa sensación de pesadez ni el crujir de huesos a los que estaba acostumbrado. Este cuerpo era un milagro, una obra de arte viva.


Con una mezcla de asombro y travesura, comenzó a probar aún más su nueva flexibilidad. Se inclinó hacia atrás, arqueando su espalda hasta que sus manos tocaron el suelo detrás de él. El reflejo en el espejo le mostró una figura casi irreal, con líneas perfectas y una elasticidad que antes le habría parecido imposible Todo resaltaba mas cuando “su cuerpo” estaba estirado, podia mirar cada detalle perfectamente, sus nuevos senos firmes con sus lindos y delicados pezones duros por la excitacion su coño nuevo tocando despreocupadamente el suelo mientras un pequeño charquito de liquido de amor se formaba. Todo esto era suyo ahora. Un escalofrío de emoción lo recorrió al darse cuenta del potencial que tenía en sus manos.


La sonrisa en su rostro se volvió más amplia. Poco a poco, el miedo y la confusión iniciales fueron reemplazados por una sensación de emoción pura acompañada de una excitacion a la que su nuevo cuerpo respondia. Ya no era el hombre torpe y olvidado que había sido hasta ayer. Ahora tenía un cuerpo espectacular, lleno de posibilidades. ¿Qué haría con él? Esa era la pregunta que comenzaba a rondar en su mente, y la respuesta le parecía cada vez más divertida, mas pervertida y sobre todo mas interesante.


Durante la primera semana en su nuevo cuerpo, Taquito vivió en un torbellino de emociones y sensaciones desconocidas. Desde el primer día, su vida cambió drásticamente: de ser un vulgar ladrón de poca monta que apenas recibía miradas, ahora se encontraba atrapado en el cuerpo de una mujer que no solo era increíblemente hermosa y sensual, sino que también atraía la atención de todos a su alrededor. Cada movimiento que hacía, cada paso que daba, cada ligera inclinación de su cadera parecía tener un efecto magnético en las personas que lo rodeaban.


Sin embargo, su transformación física no vino acompañada de una transformación en su actitud o en sus hábitos. Seguía siendo el mismo de siempre: un sujeto astuto pero poco refinado, acostumbrado a la vida en las calles, sin dinero y sin recursos. En su mente, la solución era evidente: seguir robando, pero esta vez utilizando las ventajas de su nuevo cuerpo. Ya no tenía que esconderse ni correr, ahora podía distraer con una simple sonrisa, una mirada insinuante o un movimiento seductor, y obtener lo que quisiera con facilidad.


Los primeros días fueron caóticos. Sin ropa adecuada para su nueva apariencia, tuvo que improvisar. Rebuscó en algunos contenedores de ropa usada y en tiendas de segunda mano, pero la calidad no era suficiente para resaltar la belleza natural de su cuerpo. No tardó en darse cuenta de que, para mantener el estándar de atractivo que su nuevo cuerpo exigía, necesitaría ropa y cosméticos de primer nivel. Ahí fue cuando volvió a sus viejas costumbres.


Comenzó a recorrer tiendas de lujo y grandes almacenes, escogiendo prendas atrevidas y ajustadas que resaltaban cada curva de su nuevo cuerpo. Pero su forma de actuar seguía siendo torpe y poco refinada. Cuando entró a una tienda de cosméticos de alta gama, se inclinó frente al mostrador, examinando con torpeza los productos mientras los dependientes la observaban con una mezcla de sospecha y fascinación. Se veía increíblemente sensual, pero su actitud ruda y su lenguaje corporal delataban que algo no encajaba del todo.



Aun así, logró llevarse lo que necesitaba. A base de coqueteo descarado y distracciones bien calculadas, consiguió robar maquillaje costoso, perfumes seductores y accesorios que poco a poco la ayudaban a mejorar su apariencia, un bikini rosa que en ese cuerpo le quedaba de muerte, varios tacones que resalban sus hermosas piernas, ropa interior de encaje que no dejaba nada a la imaginacion. Pero, a pesar de la belleza natural que ahora poseía, su comportamiento vulgar la hacía destacar de una manera que no terminaba de encajar con la imagen de sofisticación que su cuerpo exigía. Caminaba con una exageración innecesaria, lanzaba miradas demasiado evidentes y hablaba con un tono que contrastaba con su rostro angelical.



Algunos la miraban con admiración, otros con confusión. No podían entender cómo alguien con un físico tan impresionante podía tener gestos tan burdos y modales tan descuidados. Aunque disfrutaba de la atención, también comenzaba a notar que algo no estaba del todo bien. Su belleza le abría puertas, pero su actitud las cerraba de inmediato. No bastaba con tener un cuerpo espectacular; tenía que aprender a manejarlo correctamente.



Así pasaron los primeros días de esa semana, entre la emoción de descubrir su nuevo atractivo y la torpeza de no saber aprovecharlo al máximo. Pero Taquito era astuto, y poco a poco empezó a notar patrones en la forma en que la gente reaccionaba ante él. Entendió que si quería disfrutar por completo de su nueva identidad, debía aprender a jugar bien sus cartas. Y con esa idea en mente, comenzó a prepararse para la segunda semana, en la que transformaría su vulgaridad en elegancia y su torpeza en verdadera seducción.


La segunda semana en su nuevo cuerpo fue un cambio radical para Taquito. Después de haber pasado los primeros días adaptándose torpemente a su nueva figura y a la atención que recibía, comprendió que tenía un poder que nunca antes había tenido: la capacidad de engañar y manipular sin que nadie sospechara de él. Ya no era un vulgar ladrón que debía correr después de cada robo; ahora podía moverse con gracia, sonreír, pestañear un par de veces y conseguir lo que quisiera con una facilidad que jamás imaginó.

Al principio, entro a saunas para deleitarse la pupila, pero por dentro sus instintos de hombre lo seguian manejando, hacia comentarios inadecuados, tocaba de forma pervertida a muchas mujeres, masajeandoles los senos sin permiso o mirandolas mientras estaban completamente desnudas pensando que estaban seguras,Una noche despues de incomodar a muchas chicas en un gimnasio, mientras yacía en la sucia cama en su pocilga, con los dedos enterrados en su interior, se dio cuenta de algo. No necesitaba ver a otras mujeres para excitarse. No necesitaba tocarlas. Tenía todo lo que necesitaba aquí, en este cuerpo.

"Soy hermosa", susurró, pasando las manos por sus curvas. "Soy sexy". Y lo era. Podía verlo en la forma en que la gente lo miraba, la forma en que reaccionaban ante él. Sintió una oleada de poder, una sensación de control que no había sentido nunca y a la cual no le habia puesto atencion.

Se sentó, sus ojos se encontraron con su reflejo en el espejo. La chica que ahora era lo miró fijamente, sus labios curvados en una sonrisa pícara. Levantó la mano, trazando el contorno de sus labios, sintiendo la suavidad de ellos.

"Eres mía ahora", murmuró. "Y voy a disfrutar cada segundo de esto".

Se puso de pie, su cuerpo se movió con una confianza que no sabía que tenía. Se pasó las manos por el pecho, el estómago y la carne sensible de sus labios vaginales. Sentía la humedad, el calor, y eso lo volvía loco.

Se acercó al espejo, su aliento empañaba el cristal. Abrió las piernas, deslizó los dedos dentro y observó cómo su nuevo cuerpo respondía a su tacto. Sus labios se separaron en un jadeo, sus ojos se cerraron y su espalda se arqueó mientras se corría.

Se tambaleó hacia atrás y se desplomó sobre la cama, con su nuevo cuerpo todavía temblando de placer. Se quedó allí, con la mente acelerada, y supo que esto era solo el comienzo..


los siguientes dias intentó métodos simples para robar con mas “clase”. Se paraba en la calle con una expresión vulnerable y triste, fingiendo ser una mujer de la noche aunque cualquiera que viera su nuevo cuerpo y la forma en la que lo vestia no podria pensar otra cosa. Bastaban unas pocas sonrisas coquetas y una voz temblorosa de chica inocente para que cualquier hombre se sintiera obligado aunque se ver que pasaba o si era una chica en apuros aunque la mayoria sabian que no era asi. Con un par de palabras bien escogidas convivencia a cualquiera de “contratar” sus servicios, conseguía dinero, transporte gratis o incluso regalos de completos desconocidos que creían estar ayudando a una joven desvalida pero cuando ellos estaban indefensos o incluso cuando ella miraba un pene salir de algun pantalon listo para que le diera el servicio, el usaba su nuevo cuerpo flexible pero tambien bien entrenado para propinar palizas a esos hombres, los golpeaba hasta dejarlos inconcientes o retorciendose de dolor en el suelo y les robaba.

Pronto se dio cuenta de que podía ir más allá. Entraba a bares y restaurantes de lujo, haciéndose pasar por una mujer adinerada que había olvidado su cartera. Algún hombre generoso siempre se ofrecía a pagarle la cuenta, y antes de que pudiera insistir en que la acompañara a su casa, Taquito desaparecía con la comida en el estómago y la billetera de su víctima en el bolso si se ponian algo tonto repetia lo que hacia en las calles, siempre alguien terminaba golpeado . Si en su antigua vida tenía que correr de la policía o de dueños de tiendas furiosos, ahora se limitaba a sonreír, agradecer y marcharse como si nada hubiera pasado aun despues de propinar una golpiza a un pobre tipo que solo queria “darle duro contra el muro”.

Su estrategia evolucionó con cada día que pasaba. Aprendió a entrar en tiendas de maquillaje y ropa fingiendo ser una cliente interesada. Con su belleza, los empleados la atendían con dedicación, permitiéndole probarse las prendas más caras. Con movimientos sutiles, metía cosméticos y accesorios en su bolso sin que nadie se diera cuenta. Cuando sentía que empezaban a sospechar, ponía una cara inocente, fingía indignación y salía del lugar como si ella fuera la víctima de una injusticia.

Lo más sorprendente para Taquito era la facilidad con la que todo funcionaba. Su nuevo cuerpo le abría puertas que antes le estaban cerradas. Donde antes lo miraban con desdén o desconfianza, ahora lo adoraban, lo admiraban e incluso lo protegían. Nadie sospechaba de la hermosa mujer con ojos pícaros y sonrisa encantadora. Era una jugada perfecta, y él se deleitaba en su nueva identidad, disfrutando cada momento como si fuera un juego en el que siempre ganaba.

Pero mientras más disfrutaba de su nueva vida, más empezaba a sentirse invencible. No solo quería engañar y robar

Taquito, aún embriagado por la emoción de habitar su nuevo y deslumbrante cuerpo, se encontró en una encrucijada. Aunque era indiscutiblemente hermoso y llamativo, su torpeza para vestirse y arreglarse le impedía encajar perfectamente en el mundo de las mujeres sofisticadas. Pero en el mundo de la noche, en los lugares donde la sensualidad se convertía en espectáculo, su atractivo bruto y su actitud desinhibida resultaban ser suficientes.


Sin mucho qué hacer y con la necesidad de dinero fácil sin tanto peligro de que algun tarado pudiera dañar su nuevo cuerpo hermos, Taquito encontró su camino hacia un table dance. Al principio, su inexperiencia era evidente: no sabía cómo moverse con la delicadeza y la fluidez de las demás bailarinas. Su ropa, escogida sin criterio más allá de la provocación, era una mezcla entre lo vulgar y lo exagerado. Tacones demasiado altos, maquillaje sobrecargado y atuendos que parecían más un disfraz barato que un vestuario seductor. Pero algo en él destacaba: su cuerpo esbelto y curvilíneo sus senos firmes y bien cuidados,, la piel tersa, las piernas largas y tonificadas, el rostro angelical que contrastaba con su vestimenta burda. Aquello lo hacía irresistible para la clientela, no por su elegancia, sino por su exótica combinación de belleza pura con una torpeza y vulgaridad fascinante.


Al principio, se sentía torpe. Su mente de hombre aún no comprendía del todo cómo moverse con la naturalidad de una mujer seductora. Caminaba con pasos demasiado largos, exageraba los movimientos de cadera, y cuando intentaba ser provocativo, a veces terminaba pareciendo más una parodia de la sensualidad que una verdadera maestra del arte del baile erótico. Sin embargo, la atención que recibía era abrumadora. Los hombres en el club no podían apartar los ojos de él; su simple presencia era un espectáculo por sí misma.

Aunque su cuerpo nuevo era demaciado receptivo aun conservaba la habilidad de aprender todo lo fisico como los bailes de forma rapida asi que “Taquito” comenzó a aprender. Observaba a las demás bailarinas, imitaba sus movimientos y corregía su postura frente al espejo. Al principio, lo hacía con torpeza, pero poco a poco, su flexibilidad natural y su nuevo cuerpo le permitieron mejorar. La sensación de poder que le daba el escenario lo embriagaba. Se dio cuenta de que podía jugar con las miradas, provocar deseo, hacer que los hombres se sintieran a su merced. Pero más que el placer de sentirse deseado, disfrutaba del control que ahora tenía sobre ellos. Con cada propina, con cada mirada lasciva, con cada susurro desesperado de los clientes, sentía cómo su influencia crecía.

Sin embargo, Taquito nunca fue un hombre refinado, y en su nueva vida no tardó en mezclar sus viejas mañas con sus nuevas habilidades. Se aprovechaba de los clientes con descaro, prometiendo más de lo que daba, jugando con sus expectativas y, en más de una ocasión, encontrando la forma de irse con sus billeteras bien llenas y sin haber entregado nada más que un par de movimientos provocadores. Era un juego, uno en el que siempre salía ganando, y lo disfrutaba más de lo que jamás habría imaginado.

Conforme avanzaban los días, fue puliendo su presencia en el club. Aprendió a resaltar sus mejores atributos sin exagerar demasiado, aunque todavía conservaba un aire vulgar que lo distinguía de las demás bailarinas. Su lenguaje corporal seguía teniendo un dejo de masculinidad disfrazada de feminidad, un detalle que, en lugar de restarle atractivo, lo hacía aún más hipnótico. Era como una criatura que no terminaba de encajar, pero cuya sola presencia resultaba imposible de ignorar.

A medida que pasaban las noches, Taquito no solo se adaptó a su nuevo ambiente, sino que se convirtió en una atracción dentro del club. Su falta de refinamiento, lejos de jugarle en contra, lo volvía una fantasía única. Y él, disfrutando cada instante, comenzaba a sentirse verdaderamente en su elemento. Había encontrado el escenario perfecto para exprimir al máximo su nuevo cuerpo, sin reglas ni límites, donde la belleza lo era todo y donde su torpeza se transformaba en un arma de seducción. Un arma que, sin duda, estaba dispuesto a usar sin piedad.



La noche en el club estaba en su apogeo. La música resonaba con un ritmo envolvente, las luces de neón parpadeaban y las risas, el humo y el olor a alcohol impregnaban el aire. En medio del espectáculo, una de las bailarinas más llamativas se movía por el escenario con una confianza descarada, haciendo que todas las miradas se posaran en ella. Su cabello rubio ondeaba con cada giro, su cuerpo de curvas perfectas parecía esculpido para la tentación. Pero, por muy impresionante que fuera su belleza, había algo en su manera de moverse, de posar, que delataba cierta torpeza, cierta falta de naturalidad femenina.

Entre la multitud, una figura vestida con ropas holgadas y gastadas se abría paso con cautela. Nadie le prestaba atención; después de todo, solo parecía otro tipo cualquiera que entraba a ver el espectáculo. Pero por dentro, Jessica estaba hirviendo. No podía creer lo que estaba viendo. Ahí estaba su cuerpo, el cuerpo con el que había vivido toda su vida, su orgullo, su esencia... y estaba siendo exhibido de la manera más vulgar posible. Sentía rabia, vergüenza y una indignación profunda. Pero también sabía que debía ser inteligente. No podía hacer una escena, nadie le creería si comenzaba a gritar que la rubia despampanante en el escenario era ella y que ese era su verdadero cuerpo que estaba atrapado y era rehen de un desconocido. No, tenía que recuperar su cuerpo sin llamar la atención.

Respirando hondo, Jessica se acercó con cautela a los camerinos, esperando el momento perfecto para confrontarlo. Y lo encontró. Justo cuando la 'nueva Jessica' terminaba su turno y se dirigía a la parte trasera del club, Jessica interceptó a su impostora.

—Hola, preciosa —dijo, intentando sonar casual.

La rubia se giró con una sonrisa pícara, pero rápidamente frunció el ceño. Algo en ese tipo le resultaba familiar.

—¿Nos conocemos? —preguntó la falsa Jessica, intentando disimular con su nueva y seductora voz.

Jessica se obligó a sonreír con una confianza que no sentía.

—Digamos que tenemos algo en común... como un accesorio muy especial.

La rubia arqueó una ceja, pero su expresión cambió cuando Jessica señaló su oreja. O, más precisamente, el arete que aún llevaba.

—Oh, así que tú fuiste con quien cambié cuerpos, ¿eh? —dijo Taquito, su voz ahora con un tono burlón, llevándose la mano a la oreja con fingida sorpresa.

Jessica sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Él lo sabía. Lo había descubierto. Pero antes de que pudiera reaccionar, la falsa Jessica fue más rápida. Con una agilidad que solo su antiguo cuerpo podía brindarle, Taquito se movió con destreza y, en un parpadeo, le arrebató el arete a Jessica.

—¿Qué tenemos aquí? —Taquito sostuvo el objeto entre sus dedos, observándolo con interés.

Jessica sintió que su corazón se detenía. Ese era el otro arete del par, el que faltaba para poder revertir el cambio. Sin él, no tenía ninguna oportunidad de recuperar su cuerpo. Y ahora, estaba en manos de la persona que más disfrutaba de haberle robado su identidad.

—Devuélvemelo —dijo Jessica con los dientes apretados.

Taquito sonrió con diversión, dándole vueltas al arete entre sus dedos antes de guardarlo en su escote con descaro.

—No tan rápido, cariño. Me gusta este cuerpito. Y, la verdad, me lo he estado pasando bastante bien. ¿Por qué querría volver a ser un don nadie cuando puedo ser esto? —dijo, señalándose con orgullo.

Jessica sintió su furia aumentar, pero no podía hacer nada en ese momento. Debía pensar en otra estrategia, porque Taquito no iba a soltar ese cuerpo tan fácilmente.

Jessica no tenía otra opción más que razonar con Taquito. Ambos se sentaron en un rincón del club, alejados del bullicio, donde la música retumbaba y las luces de neón parpadeaban. Jessica, en el cuerpo desaliñado de Taquito, intentó controlar su ira. No podía simplemente arrebatarle su cuerpo de vuelta, tenía que ser astuta.

—Devuélveme mi cuerpo —exigió con firmeza, aunque su voz sonó más suplicante de lo que quería.

Taquito, aún vestido con la extravagante y vulgar ropa que había conseguido para su nueva apariencia de Jessica, cruzó las piernas con una gracia que no poseía días atrás y sonrió con suficiencia.

—¿Y por qué haría eso? —dijo, jugando con un mechón de su largo cabello rubio—. Este cuerpo es mío ahora. Me queda perfecto. Lo cuido, lo disfruto... y además, lo manejo mejor de lo que tú jamás lo hiciste.

Jessica apretó los puños, tratando de contener la rabia. No podía creer que este idiota estuviera disfrutando su cuerpo de una manera tan descarada y pervertida

—Tú no entiendes lo que estás haciendo. No puedes simplemente tomarlo y decidir que es tuyo. ¡Ese es mi cuerpo! Mi vida. ¡Mi identidad!

Taquito rió, inclinándose hacia adelante con aire burlón.

—Tu vida… sí, bueno, ahora es mi vida. Y para serte sincero, me gusta más así. Pero mira, voy a ser generoso. No quiero que digas que soy un monstruo. Podemos hacer un trato.

Jessica frunció el ceño, desconfiada.

—¿Qué trato?

Taquito apoyó un codo en la mesa y la miró con diversión.



—Podrás usar este cuerpo… pero con condiciones. Yo soy el dueño de este cuerpo, es mío ahora. Si te dejo usarlo, es solo prestado. Así que escúchame bien: me dirás cómo se llama mi nuevo cuerpo, quién eres realmente y todo lo que necesite saber sobre tu antigua vida. A cambio, te dejaré usar "mi cuerpo de Jessica" los lunes, martes y miércoles. Pero el resto de los días… —hizo una pausa dramática, disfrutando el momento—, es mío. Y punto.

Jessica sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Este tipo hablaba en serio. Se había apropiado de su cuerpo con tal naturalidad que le resultaba escalofriante. Pero no tenía otra opción. Si quería recuperar algo de su vida, tenía que aceptar.

—No tienes derecho… —susurró entre dientes.

—Tengo todo el derecho. El arete me lo dio. Y yo soy el que tiene el poder ahora —Taquito estiró los brazos, admirando su esbelta figura con una sonrisa arrogante—. O aceptas… o simplemente desapareces con tu nueva vida de don nadie.

Jessica apretó la mandíbula. No podía permitir que esto quedara así. Pero por ahora, tenía que jugar con sus reglas.

Jessica sabía que no había nada que hacer. Su antiguo cuerpo le pertenecía ahora a Taquito, quien tenía los aretes y, con ellos, el control absoluto de la situación. No importaba cuánto lo intentara, no tenía forma de recuperar lo que había sido suyo. La sensación de impotencia la embargaba por completo. ¿Cómo había llegado a este punto? Aceptar que ese cuerpo, su identidad, su todo, ahora pertenecía a otro, era un golpe demasiado duro. Su respiración era pesada, su mente iba y venía entre la desesperación y la resignación. No importaba lo mucho que buscara una solución, todas las puertas estaban cerradas para ella.

Con un suspiro de resignación, miró a Taquito, quien la observaba con una expresión de satisfacción casi infantil, como si acabara de recibir el mejor regalo de su vida. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y arrogancia, como si estuviera disfrutando cada segundo de su victoria. Jessica sintió un nudo en el estómago. Nunca en su vida se había sentido tan derrotada. Nunca había tenido que entregar algo tan valioso sin poder hacer nada al respecto.

—Está bien… —murmuró Jessica, bajando la mirada. Sus palabras apenas fueron audibles, pero sabía que Taquito las había escuchado—. Ya entendí. Ese cuerpo ahora es tuyo.

Taquito sonrió, disfrutando esas palabras con una emoción casi perversa. Le encantaba escucharlo de la propia boca de la antigua dueña de ese espectacular cuerpo. Sentía un placer indescriptible al ver cómo la mujer que alguna vez fue Jessica, ahora atrapada en un cuerpo ajeno y menos atractivo, aceptaba la realidad que él había impuesto. Se cruzó de brazos, adoptando una postura confiada, esperando más confirmación de su triunfo. No tenía ninguna prisa; quería disfrutar cada instante de esta situación única, saborear cada palabra que saliera de los labios de Jessica.

—Bien. Sabía que lo entenderías tarde o temprano —respondió con descaro, inclinando levemente la cabeza, como si estuviera dándole una lección a un niño testarudo.

Jessica suspiró de nuevo, derrotada. No tenía más opción que cooperar. Se sentó frente a Taquito y comenzó a hablarle de su antigua vida. Al principio, sus palabras eran pausadas, casi temblorosas. Se sentía como si estuviera narrando su propia despedida, como si estuviera entregando lo último que quedaba de su ser. Le reveló su nombre real, sus costumbres, su historia. Le habló de los pequeños detalles que solo alguien que ha vivido en ese cuerpo desde su nacimiento podría conocer: sus alergias, sus gustos personales, sus secretos más íntimos. Al principio, cada palabra la hacía sentir más vacía, como si se estuviera despojando de todo lo que la hacía ser quien era. Pero conforme hablaba, comenzó a sentir algo extraño: una sensación de alivio, como si, al compartir estos detalles, estuviera liberándose de una carga demasiado pesada de llevar.

Taquito escuchaba atentamente, pero en su interior estaba completamente extasiado. Mientras Jessica hablaba, él no podía dejar de pensar en su increíble suerte. Se veía a sí mismo como el ganador absoluto de una lotería imposible. No solo tenía un nuevo cuerpo, sino que era un cuerpo joven, flexible, hermoso y absolutamente sensual. Sus labios se curvaron en una sonrisa apenas disimulada mientras la miraba, imaginando todas las posibilidades que tenía ahora. Ya no era el pobre Taquito de antes. Ahora era Jessica, con todo lo que eso implicaba. Cada revelación de Jessica solo hacía que su emoción creciera. La vida que ahora le pertenecía era infinitamente mejor que la que había dejado atrás.

Mientras Jessica continuaba hablando, Taquito apenas podía contener su entusiasmo. Su piel era suave, su cabello largo y sedoso, su voz ahora melodiosa y dulce. Cada vez que parpadeaba y veía su reflejo en cualquier superficie, sentía un escalofrío de placer recorriéndolo. Se sentía poderoso, invencible. Y lo mejor de todo, la antigua dueña de ese cuerpo lo había aceptado. Había dicho en voz alta lo que él ya sabía: este cuerpo era suyo, y nadie podía quitárselo. Este era el inicio de su nueva vida, y no tenía ninguna intención de dejarla ir.

Jessica sabía que no había marcha atrás. Su antiguo cuerpo, su identidad, su vida tal como la conocía, ahora pertenecían a otra persona. No importaba cuánto luchara o cuánto deseara recuperar lo que había perdido, la realidad era que Taquito tenía el control absoluto. Tenía los aretes, tenía el cuerpo, tenía la ventaja. Aceptar el trato no era una cuestión de elección, sino de supervivencia. Con cada lunes que llegaba, ella se preparaba mentalmente para volver a habitar su antiguo cuerpo, aunque cada vez le resultaba más extraño, más ajeno. La piel que una vez sintió suya ahora le parecía foránea, manchada por las experiencias de otra persona, marcada por un estilo de vida que nunca había imaginado para sí misma.

Cuando llegaba el día del intercambio temporal, Jessica intentaba disfrutar los momentos en los que volvía a su antiguo cuerpo, pero la sensación de incomodidad era cada vez más intensa. Sentía el peso de las miradas sobre ella, hombres que la reconocían por las noches en el table dance o en situaciones aún más turbias. Aunque su esencia seguía intacta, su cuerpo ya no le pertenecía de la misma manera. Cada vez que volvía a mirarse en el espejo, no veía a la misma Jessica de antes. Su reflejo le devolvía una imagen que sentía distorsionada, usada, ajena.

Por su parte, Taquito estaba viviendo el sueño de su vida. Desde que tenía los aretes en su poder y el control absoluto sobre el hermoso cuerpo que ahora era suyo, su mente no dejaba de girar en torno a las posibilidades que esto le ofrecía. Si al principio había sentido algo de confusión, ahora su confianza estaba en su punto más alto. Había aprendido a caminar con gracia, a explotar cada aspecto de su nueva figura para obtener beneficios y, sobre todo, había descubierto nuevas formas de hacer dinero.

El table dance fue solo el comienzo. Al principio, la torpeza de su comportamiento revelaba que no era una mujer común, pero con el tiempo, el nuevo "Jessica" fue puliendo sus habilidades. Observó a las demás bailarinas, perfeccionó sus movimientos, estudió cómo captar la atención de los clientes, cómo manipularlos para obtener mayores propinas. Y pronto descubrió que había algo mucho más lucrativo que simplemente bailar en el escenario. La clave estaba en los aretes.

Experimentando con ellos, Taquito descubrió un nuevo negocio: podía alquilar su cuerpo por unas horas a aquellos que pudieran pagar el precio. Gracias a su belleza, la demanda era alta. No necesitaba comprometerse físicamente; con los aretes, podía permitir que otra persona habitara su cuerpo por el tiempo suficiente para disfrutar la experiencia y luego devolvérselo. Era una transacción simple, efectiva, y extremadamente lucrativa. A medida que el negocio crecía, el nuevo "Jessica" aprendió a establecer reglas claras, a cobrar tarifas cada vez más altas y a seleccionar a sus clientes con inteligencia.

Mientras tanto, la verdadera Jessica observaba con impotencia cómo su antiguo cuerpo se convertía en una mercancía. Sabía que ya no tenía control sobre él, que cada semana que pasaba, la brecha entre su identidad y su apariencia física se hacía más grande. Lo que una vez había sido su vida ahora era solo un reflejo lejano, una sombra de lo que fue. Taquito, en cambio, estaba más seguro que nunca de que ese cuerpo le pertenecía, de que había nacido para ser Jessica. Y la verdadera Jessica, atrapada en su nueva forma, solo podía observar desde la distancia cómo su vida se desvanecía ante sus ojos.