domingo, 23 de febrero de 2025

La Enciclopedia TG - Public transfer + historia original

Recuerden comentar o me replanteare seriamente seguir con el blog porque nadie demuestra su apoyo y solo recibo insultos que tengo que moderar 

además recuerden visitar el blog (enciclopedia concursos https://enciclopediatgconcursos.blogspot.com/) donde estoy publicando algunos ejemplos y expansitraducciones para ayudarlos a inspirarse si entran al concurso

Primero que nada quiero decirles que regresa la enciclopedia TG, Despues de mucho tiempo y para dar ideas a quienes decidan participar (en el concurso) he decidido revivir la enciclopedia tg para explicar los conceptos del TG y dar algunas generalidades sobre los mismos incluso cuando se pueda publicare material inedito y original escrito por mi para su deleite y ahora empezaremos con una de mis tematicas favoritas

El Public transfer

Public Transfer es el nombre dado a un fenómeno misterioso y aparentemente aleatorio que ocurre en los transportes públicos, provocando un intercambio permanente de cuerpos entre dos personas que se duermen al mismo tiempo en el mismo vehículo.

Características Claves:

  1. Condiciones de Activación:

    • Ocurre únicamente en transportes públicos (metro, autobús, tren, etc. excepto taxis).
    • Se activa cuando dos personas se quedan dormidas al mismo tiempo en el mismo transporte.
    • No se requiere que las personas tengan contacto físico, solo que estén en el mismo vehículo.
  2. Naturaleza del intercambio:

    • El cambio de cuerpos es instantáneo y ocurre mientras ambos están dormidos.
    • Al despertar, los afectados están en el cuerpo del otro sin una sensación inmediata de mareo o transición, como si siempre hubieran estado ahí.
    • Es irreversible en la mayoría de los casos, aunque existe la posibilidad (baja y arbitraria) de que el fenómeno vuelva a ocurrir, permitiendo un nuevo intercambio.
  3. Permanencia y Adaptación:

    • No hay manera confirmada de forzar otro intercambio para regresar al cuerpo original.
    • La mente y la conciencia de la persona se transfieren completamente, pero el cuerpo mantiene sus características físicas previas (enfermedades, fuerza, habilidades motoras, etc.).
    • La sociedad no reconoce el fenómeno de manera oficial, por lo que las personas que sufren Los efectos del Public transfer deben adaptarse a su nueva vida.
  4. Implicaciones Psicológicas y Sociales:

    • Dependiendo de la situación de cada individuo, el fenomeno Public transfer puede ser visto como una bendición, una maldición o una oportunidad.
    • La mayoría de los afectados intentan recuperar sus cuerpos(la mayoria del tiempo sin exito), pero otros pueden aceptar su nueva identidad y aprovecharla para empezar de nuevo.
    • Como el fenómeno no es reconocido oficialmente, quienes intentan explicar lo sucedido son vistos como delirantes o mentirosos.
Esto es basicamente la definicion general del public transfer, un fenomeno extraño y sin explicacion alguna, nadie sabe como empezo o desde cuando existe pero a diario afecta a miles de personas al rededor del mundo, gente cansada o que trabaja mucho o que no duerme bien que tiene la mala suerte de quedarse dormidos en el transporte publico simplemente perder sus cuerpos.

Y bueno aqui les dejo una historia para que disfruten sin mas que decir se despide de ustedes siesta esperando que esta ves si me dejen un comentario

Public Transfer: Un fenómeno incomprendido

Nadie sabe exactamente cuándo comenzó, ni por qué ocurre. Algunos creen que es una maldición antigua que castiga a los desafortunados. Otros piensan que es un error en la estructura misma de la realidad, un fallo en el tejido del universo. Pero sin importar la teoría, el fenómeno es real. El Public Transfer sucede sin advertencia, sin lógica aparente, y sin posibilidad de evitarlo.

Cuando dos personas se quedan dormidas al mismo tiempo en el mismo transporte público, pueden despertar en el cuerpo del otro. No hay un destello de luz ni una sensación de mareo. Un simple parpadeo y, de repente, sus vidas han cambiado para siempre. La mayoría de las víctimas nunca logran revertir el intercambio. Algunos intentan adaptarse. Otros enloquecen. Algunos incluso desaparecen.

Esta es la historia de una de esas víctimas… o quizás de alguien que finalmente obtuvo lo que siempre soñó.

Raul: Una vida sin rumbo

A sus 30 años, Raul no era más que una sombra de lo que alguna vez quiso ser. Vivía en un departamento diminuto y desordenado, sobrevivía con trabajos temporales y gastaba más dinero del que debía en productos otaku y figuras coleccionables que acumulaba en su habitación.

No tenía amigos. No tenía amor. Lo único que tenía era un cuerpo que odiaba.

La obesidad le pesaba en cada paso, su reflejo le recordaba constantemente su miseria. Su piel descuidada, su cabello graso y su ropa pasada de moda lo hacían invisible o, peor aún, objeto de burlas silenciosas en la calle. Había intentado dietas, ejercicios… pero nunca duraba. Siempre recaía en la comodidad de su desgano, en la adicción a la comida rápida, en la indiferencia hacia sí mismo.

Pero había algo que siempre lo había obsesionado: el cambio de cuerpo.

Desde que era joven, había fantaseado con la idea. ¿Y si pudiera despertar un día siendo alguien más? ¿Y si pudiera ser delgado, atractivo… o mejor aún, una chica linda? No lo decía en voz alta, sabía que lo considerarían raro, pero en sus pensamientos más profundos deseaba saber cómo se sentiría. Ser admirado, ser deseado… tener la oportunidad de empezar de nuevo.

Sin embargo, sabía que eso no era más que una fantasía. Algo que solo ocurría en historias o en sus sueños más delirantes.

Hasta hoy.

Nadia: La antítesis de Raul

En el otro extremo de la ciudad, Nadia tenía una vida completamente diferente. No era millonaria ni tenía una existencia de ensueño, pero era feliz. Era una joven de 22 años, pequeña y delgada, con un rostro agradable y un corazón noble.

Estudiaba, trabajaba a medio tiempo y tenía una familia amorosa. No tenía todo lo que quería, pero tenía lo suficiente. Era el tipo de persona que iluminaba una habitación sin darse cuenta, la que sonreía con naturalidad y a la que la gente se acercaba sin esfuerzo.

Nunca había escuchado sobre el Public Transfer. No tenía idea de que en cuestión de minutos su vida tal como la conocía estaría acabada.

Esa noche, Raul había decidido salir a comprar unas figuras en oferta. Había ahorrado dinero durante semanas y no podía dejar pasar la oportunidad. Pero estaba cansado. Había pasado la noche anterior viendo anime y su cuerpo, poco acostumbrado al esfuerzo físico, resentía cada paso.

Nadia, por su parte, volvía a casa después de un largo día de estudio y trabajo. Apenas podía mantener los ojos abiertos. Había corrido de un lado a otro, cumpliendo con sus responsabilidades, y el calor del autobús hacía que le costara mantenerse despierta.

El destino ya estaba escrito.

Cuando Raul subió al autobús, buscó un asiento libre y se dejó caer con un suspiro. Sus ojos comenzaron a cerrarse casi de inmediato.

Nadia, unas filas más adelante, apoyó la cabeza contra la ventana. El cansancio la venció.

Y en ese instante, el Public Transfer se activó.

El autobús continuó su camino sin que nadie notara lo que había ocurrido. Para el resto de los pasajeros, todo seguía igual. Pero en uno de los asientos, una joven comenzó a parpadear lentamente.

Raul abrió los ojos sintiéndose… diferente. Al principio, no entendió qué ocurría. Se sentía más ligero, su respiración era más suave, su piel más sensible. Algo no encajaba. Cuando bajó la mirada, su visión se encontró con unas manos pequeñas, delicadas, femeninas.

Su corazón comenzó a latir con fuerza.

No puede ser…

Con una tranquilidad perturbadora, se puso de pie, asegurándose de no llamar la atención.


Descendió del autobús y comenzó a caminar, sintiendo cada diferencia en su nuevo cuerpo. Sus pasos eran más ligeros, su centro de gravedad estaba cambiado. Antes, sus piernas gruesas y pesadas lo hacían sentir torpe. Ahora, se movía con una agilidad sorprendente, como si flotara en lugar de caminar.

Se detuvo frente a una vitrina y observó su reflejo. Era una chica linda. Pequeña, delicada, con una expresión naturalmente amable. Sus ropas femeninas le resultaban extrañas, pero no incómodas. Con cada paso, sentía la ropa ajustándose de manera diferente a su nueva figura, la tela deslizándose suavemente contra su piel.

Al no saber dónde vivía ahora, tomó la decisión más lógica: volvería a su antiguo hogar. Aún tenía acceso a su departamento, sus pertenencias… y desde allí, podría empezar a planear su nueva vida.

Sonriendo con emoción, siguió caminando.

Raul llegó a su antiguo departamento con el corazón latiéndole con fuerza. El recorrido hasta allí había sido una experiencia completamente nueva: la ligereza de su nuevo cuerpo, la forma en que su cabello largo rozaba sus mejillas, la suavidad de su piel con cada movimiento. Pero ahora que estaba en la puerta de su hogar, una emoción aún mayor lo embargaba.


Abrió la puerta y entró sin pensarlo demasiado. Aquel mismo apartamento que había habitado durante años ahora le parecía ajeno. Sucio, desordenado, pequeño. No era un lugar digno para alguien como él… o mejor dicho, para alguien como la nueva persona en la que se había convertido.

Suspiró, dejando caer las pertenencias de Nadia en un rincón sin mucho interés. Eso ya no importaba. Lo único que tenía en mente era algo más importante: ver con más detalle su nuevo cuerpo.

Con pasos rápidos pero elegantes, se dirigió al espejo de cuerpo completo que tenía en su habitación. Se detuvo frente a él, sintiendo una mezcla de ansiedad y euforia. Esta era la primera vez que se vería realmente.

Se miró. Y el impacto fue inmediato.

Frente a él, una chica hermosa le devolvía la mirada. Pequeña, delicada, con un cuerpo delgado y bien proporcionado. Su rostro era suave, con facciones finas y expresivas. Sus labios eran pequeños, sus ojos grandes y llenos de vida. Era perfecta.

Raul tragó saliva, deslizando las manos por su cintura, sintiendo la curva de su nueva silueta. Se giró lentamente, observando su reflejo desde diferentes ángulos, maravillado por la forma en que se veía y se sentía. Su respiración era ligera, sus movimientos más fluidos de lo que jamás habían sido.

Todo esto era real. Y ahora era suyo.

Se acercó al espejo y comparó su nueva imagen con los recuerdos de su antiguo cuerpo. Antes, su reflejo era una pesadilla: torpe, pesado, sin gracia ni atractivo. Ahora, su piel era tersa, su postura elegante sin siquiera intentarlo, sus manos delicadas y sin los callos que recordaba. Era como si hubiera renacido.


De repente, su mirada se desvió hacia la mochila que había traído consigo. Se acercó y la abrió con curiosidad. Entre libros, una billetera y objetos personales, encontró una identificación. Nadia.

Repitió el nombre en su mente varias veces, dejándolo resonar en su interior. Le encantaba. Nadia tenía un aire melodioso, elegante, mucho más hermoso que "Raul". Sonrió para sí mismo, acariciando la credencial con las yemas de sus dedos. Ese era su nuevo nombre.

Raul sostuvo la credencial entre sus dedos por un largo momento, dejando que el nombre impreso en ella resonara en su mente. Nadia.

El simple hecho de leerlo le provocó una extraña emoción, un cosquilleo de euforia que le recorrió la espalda. Era elegante, bonito, con una musicalidad que no tenía nada que ver con la tosquedad de "Raul". No solo sonaba mejor… le pertenecía.

—Nadia… —susurró, probando cómo se sentía al decirlo.

La voz que emergió de sus labios fue suave, melódica, completamente diferente a la que había usado toda su vida. Era su voz ahora. Sonrió y lo repitió una vez más, disfrutando cada sílaba. Ese nombre era suyo.

Se levantó de la cama y se acercó nuevamente al espejo. Había pasado los últimos minutos observándose, maravillándose con cada detalle de su nuevo cuerpo, pero ahora todo se sentía aún más real. No solo se veía como Nadia. Era Nadia.

Colocó una mano en su pecho, sintiendo el latido acelerado de su corazón. Todo era tan distinto… y tan increíble. Se giró lentamente, experimentando la ligereza de sus movimientos, la suavidad de su piel, la manera en que su cabello caía con naturalidad sobre sus hombros. Dio un pequeño giro y rió en voz baja al ver cómo su falda se movía con él.

Caminó de un lado a otro, disfrutando la forma en que su nueva figura se desplazaba con elegancia. Cada paso era una revelación, cada gesto una nueva confirmación de lo que ahora era. Nadia.

Se inclinó sobre la credencial nuevamente y deslizó los dedos sobre el nombre, como si quisiera grabarlo en su ser. Era real. Era suyo. Y no había nada en el mundo que lo hiciera más feliz en ese momento.

Nadia—porque ahora ya no pensaba en sí mismo como Raul—seguía absorta en la imagen que reflejaba el espejo. Cada nueva inspección le revelaba algo más, un pequeño detalle que antes no había notado. Su piel, lisa y suave, sin los poros abiertos y la textura áspera que recordaba de su antigua vida. Sus manos, antes toscas y grandes, ahora eran finas, con dedos delgados y elegantes. Incluso la forma en que parpadeaba era diferente, sus pestañas eran más largas y pronunciadas, lo que hacía que sus ojos se vieran aún más grandes y expresivos.

Con una sonrisa traviesa, pasó las manos por su cintura, sintiendo la curva natural que ahora poseía. Se inclinó ligeramente hacia adelante, observando la manera en que su nueva silueta se moldeaba con el movimiento. Todo en su cuerpo estaba diseñado para ser delicado, encantador… hermoso.



Sin embargo, esa felicidad se vio interrumpida por un detalle que hasta ahora no había considerado. Miró alrededor de su departamento, sucio, desordenado, con cajas de comida rápida apiladas en la mesa y ropa arrugada tirada sobre la cama. Este lugar no era digno de su nuevo cuerpo.

Se dirigió al armario con una súbita urgencia, abriéndolo de golpe. Lo que encontró le hizo torcer el gesto: camisas anchas, pantalones holgados, chaquetas masculinas. Nada de eso le serviría ahora. No había ropa que se ajustara a la delicada silueta que ahora poseía, ni productos de higiene adecuados para su nueva piel y cabello.

Su cabello. Llevó una mano a su cabeza y tocó los mechones oscuros y sedosos que caían sobre sus hombros. No tenía ni un solo cepillo decente en casa. Ni acondicionador, ni cremas, ni nada que pudiera mantenerlo brillante y saludable. Su nuevo cuerpo exigía cuidados que jamás había necesitado antes.

Un ligero escalofrío recorrió su espalda. No podía dejar que este cuerpo se deteriorara. Era demasiado perfecto, demasiado especial. Tendría que hacer algo al respecto… y pronto.

Con una mezcla de emoción y ansiedad, comenzó a quitarse algunas prendas, sosteniéndolas cerca de su rostro y respirando profundamente. El aroma era embriagador. Un perfume natural, femenino, completamente ajeno a lo que alguna vez fue. Sonrió para sí misma, deleitándose en el descubrimiento antes de volver a concentrarse.

Se dirigió a su computadora y, sin dudarlo, ingresó a una tienda en línea. Su presupuesto era limitado, pero esto era una inversión en su nueva vida. Compró ropa linda, zapatos hermosos y, lo más importante, cosplays que siempre había soñado usar. Solo pensar en verse con ellos le aceleraba el corazón. Todo tardaría un día en llegar, pero la espera valdría la pena.

Mientras tanto, decidió que su espacio debía estar a la altura de su transformación. Se puso nuevamente la ropa y, sin más demora, empezó a limpiar. Guardó la ropa vieja que ya no necesitaba, tiró basura acumulada y abrió las ventanas para ventilar el ambiente. Poco a poco, su apartamento comenzaba a sentirse como un lugar digno de alguien como ella.

El día siguiente amaneció con una sensación de expectación indescriptible. Nadia apenas había podido dormir, ansiosa por lo que estaba por venir. Cada minuto que pasaba, su impaciencia crecía. Se había asegurado de rastrear el pedido desde el momento en que lo hizo y, según la confirmación en su teléfono, sus compras estaban a punto de llegar.

Cuando el timbre de su departamento sonó, su corazón dio un vuelco. Corrió hasta la puerta con pasos ligeros, sintiendo cómo su cuerpo respondía con agilidad. Era tan diferente a antes, tan emocionante. Abrió la puerta con una sonrisa y recibió los paquetes con una emoción infantil apenas contenida.

Con las cajas en sus brazos, caminó de vuelta a su habitación. Las colocó sobre la cama con cuidado y se tomó un momento para apreciar el instante. Este era un nuevo comienzo. Cada prenda dentro de esas cajas era una afirmación de su nueva identidad, de la persona que ahora era y de la vida que había decidido abrazar.



Con manos temblorosas por la emoción, comenzó a abrirlas una por una. La primera caja contenía ropa básica, pero linda. Vestidos ajustados, faldas coquetas, blusas delicadas con encajes y telas suaves. Al sacar una blusa en particular, la deslizó entre sus dedos, deleitándose con la textura sedosa. "Esto es perfecto", murmuró para sí misma.

Luego pasó a la segunda caja, que contenía los zapatos. Había elegido algunos pares de tacones bajos, zapatillas con diseños adorables y botas largas que siempre había querido usar. Antes, los zapatos solo eran algo funcional para él, pero ahora… ahora eran una extensión de su expresión personal.

Sin embargo, la tercera caja era la que más ansiaba abrir. Los cosplays. Al rasgar el cartón con ansias, sus ojos brillaron al ver los trajes dentro. Cada uno representaba algo que siempre había querido, pero que en su antigua vida le había sido imposible. Ahora, nada lo detenía.

Respiró hondo y, con una sonrisa encantada, decidió empezar a probarse todo. Se desvistió con rapidez y tomó la primera prenda que le llamó la atención: una falda corta y una blusa ajustada que resaltaban su nueva figura. Al ponérselos y mirarse al espejo, sintió un escalofrío de pura felicidad.

Se giró lentamente, apreciando cada ángulo de su reflejo. Todo se sentía tan natural, como si siempre hubiera debido verse así. Levantó la falda un poco y rió para sí misma, maravillada por la ligereza y fluidez de la tela.

Luego pasó a los zapatos. Se puso un par de botas largas y alzó una pierna con gracia, sorprendiéndose de lo bien que encajaban con su silueta. Se veía increíble. Daba unos pasos por la habitación, acostumbrándose a la sensación, disfrutando cada segundo.

El siguiente paso fue probar los cosplays. Tomó el primero, un atuendo de una de sus series favoritas, y se vistió con una emoción que casi lo hacía temblar. Cuando se miró en el espejo, sintió un golpe de adrenalina. Era exactamente como lo había imaginado. "Esto es… esto es perfecto", susurró con asombro.

Probó varias poses, riendo y jugueteando con su reflejo. Nunca antes se había sentido tan seguro, tan completo. Cada prenda que se ponía, cada accesorio, cada pequeño detalle contribuía a hacerle sentir que estaba donde siempre debió estar.

Tomó otro traje, esta vez uno más elaborado, con medias y adornos que complementaban el diseño. El proceso de vestirse se convirtió en algo casi ritualista. Cada prenda deslizándose sobre su piel, cada broche asegurado, cada hebilla ajustada, todo sumaba a la experiencia de ser alguien nuevo.



Se acercó al espejo y tocó suavemente su propio rostro. ¿Cómo era posible que un simple cambio de ropa hiciera que se sintiera aún más ella misma? Sonrió con dulzura y orgullo.

Después de probar varios conjuntos más, se dejó caer sobre la cama con una risa alegre. Era la primera vez en mucho tiempo que se sentía genuinamente feliz. No había ansiedad, no había remordimientos. Solo la certeza absoluta de que esto era lo que siempre había querido.

Observó las cajas abiertas y la ropa esparcida a su alrededor. Cada prenda era una confirmación de su transformación, de su nueva vida. Se abrazó a sí misma, cerrando los ojos y disfrutando del momento.

—Bienvenida a tu nueva vida, Nadia —susurró con una sonrisa satisfecha.

Nadia se sentó en el borde de su cama, rodeada de la ropa nueva que había probado. Su reflejo en el espejo aún la hacía sonreír con autosatisfacción. Era suya. Su nueva imagen, su nuevo cuerpo… todo esto le pertenecía ahora.

Con una mezcla de emoción y picardía, tomó su teléfono y lo desbloqueó. Las redes sociales habían sido, hasta ahora, un rincón de su vida al que nunca le prestó demasiada atención. En su antiguo cuerpo, apenas publicaba cosas; su presencia era irrelevante. Pero ahora… ahora tenía algo que presumir.

Se levantó y caminó hacia el espejo de cuerpo completo. ¿Cómo no capturar este momento? Suavemente, levantó el teléfono y tomó la primera foto: un simple reflejo, donde su silueta delicada se marcaba con la ropa ajustada que había elegido. La imagen era perfecta.

Sonrió y tomó otra, esta vez inclinando ligeramente la cabeza, dejando que su cabello cayera en una onda natural sobre su hombro. Cada ángulo que probaba se veía increíble. Cada gesto, cada pose, cada mirada reflejaba algo que nunca antes había sentido: confianza absoluta.

Después de unas cuantas fotos más, se sentó y empezó a revisar sus antiguas redes sociales. Todo en ellas le parecía obsoleto. Su antiguo nombre, sus viejas fotos… nada de eso representaba quién era ahora. Sin dudarlo, comenzó a hacer cambios.

Primero, el nombre. Raul dejó de existir. Ahora, en cada perfil, se llamaba Nadia. Sencillo, directo, hermoso. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda al ver su nueva identidad consolidándose con solo unos toques en la pantalla.

Después, las fotos. Borró casi todas las antiguas sin pensarlo dos veces. No había nada que valiera la pena conservar de su anterior vida. Luego, comenzó a subir las nuevas imágenes. Poses sutiles, pero llamativas. Expresiones dulces, pero seguras. Quería presumir sin revelar demasiado… aún.

Escribió un primer mensaje acompañado de una de sus fotos favoritas:

“A veces, la vida te sorprende de maneras inesperadas. 💕”

Ambiguo. Elegante. Tentador. La publicación se llenó rápidamente de reacciones y comentarios. Amigos, conocidos y hasta desconocidos comenzaron a notar su presencia, dejando mensajes de asombro y halagos que jamás había recibido antes.

—Esto es increíble… —susurró para sí misma, mientras se mordía el labio con una sonrisa.

Se animó a publicar otra foto, esta vez con un mensaje más juguetón:

“Cuando el cambio es para mejor, ¿por qué no disfrutarlo? ✨”

Los comentarios aumentaron. Algunos preguntaban si había hecho algo diferente, otros solo admiraban lo bien que se veía. Era exactamente lo que quería.

Pasó un buen rato navegando entre los mensajes, disfrutando la atención. Respondía algunos con emojis coquetos, dejando que la curiosidad de los demás creciera. No tenía que decir exactamente lo que había pasado, pero le encantaba la idea de que algunos lo intuyeran.

Luego, fue al apartado de biografía. Antes, apenas tenía una descripción aburrida. Ahora, escribió algo simple pero poderoso:

“Una nueva etapa, una nueva yo. ✨”

Cerró la aplicación con una sonrisa satisfecha. El mundo entero estaba viendo su transformación, y eso le encantaba.

Pero esto era solo el principio. Todavía había muchas más formas de disfrutar su nueva vida. Y con cada foto, cada mensaje, cada cambio, Nadia se aseguraría de que todos supieran que había llegado para quedarse.

La oscuridad se disipó lentamente y un pesado letargo se apoderaba de su cuerpo. Nadia sintió una sensación extraña, como si su propia existencia flotara en un limbo antes de aterrizar de golpe en algo denso, ajeno y abrumador.

Parpadeó con esfuerzo. Algo estaba mal.

Todo se sentía pesado. Su piel, su respiración, incluso su propio ser parecía arrastrarse con una lentitud exasperante. Intentó moverse, pero sus extremidades respondieron con torpeza, como si de repente se hubiera vuelto ajena a ellas. No era normal.

El pánico se instaló en su pecho cuando, con una extraña dificultad, bajó la mirada. Lo que vio la dejó sin aliento. Esas manos gruesas y toscas no eran suyas. Eran grandes, callosas, con uñas descuidadas y piel áspera. No, no, no… esto no podía ser real.

Su respiración se volvió errática mientras sus ojos recorrían su cuerpo. No era ella. Su estómago sobresalía bajo una camiseta arrugada y vieja, sus piernas eran gruesas y torpes, su piel estaba marcada por años de descuido. Era un cuerpo extraño, un cuerpo que no era el suyo.

Se tambaleó en su asiento del autobús, sintiendo una presión opresiva en cada uno de sus movimientos. Algo tiraba de ella, algo que no le pertenecía. Cuando finalmente logró ver su reflejo en la ventana, el mundo pareció resquebrajarse.

Un grito ahogado escapó de su garganta. Ese rostro… esa cara redonda, esas ojeras profundas, la calvicie incipiente… No era ella. Era alguien más. Un completo desconocido.

Un escalofrío le recorrió la espalda y sintió que su estómago se encogía de puro terror. No podía ser verdad. Se llevó las manos—esas manos ajenas—al rostro, apretando la piel, tirando de ella como si con ello pudiera arrancar la mentira. Pero el reflejo no cambió.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Qué había pasado? ¿Por qué estaba atrapada en esto?

De repente, un pensamiento aterrador cruzó su mente. Si ella estaba en este cuerpo… entonces, ¿dónde estaba el suyo?

No. No. No.

Miró alrededor con desesperación, con la esperanza de ver su verdadero cuerpo en algún asiento cercano, de encontrarse a sí misma de alguna manera. Pero no estaba.

Su cuerpo había desaparecido.

Sintió que la respiración se le entrecortaba, el autobús avanzando como si nada hubiera pasado, como si su mundo no se estuviera cayendo en pedazos. Tenía que encontrarlo. Tenía que entender qué demonios había ocurrido. Pero mientras se esforzaba por pensar con claridad, el horror de la situación la consumía.

Nadia, la verdadera Nadia, había desaparecido. Y en su lugar, estaba atrapada en una prisión de carne y desesperación que no le pertenecía.

El mundo a su alrededor parecía una burla cruel. Cada ruido, cada movimiento del autobús le recordaba que estaba atrapada en un cuerpo que no era suyo. Su respiración seguía agitada, y su mente intentaba encontrar una explicación racional a lo que estaba pasando. Esto no podía ser real. Tenía que ser un mal sueño.

Pero cada vez que bajaba la vista, esas manos ajenas y grotescas le devolvían la verdad en forma de una pesadilla que no terminaba.

Un par de pasajeros la miraban de reojo. Tal vez porque estaba jadeando, tal vez porque su expresión de terror era imposible de ocultar. Tenía que hablar con alguien. Pedir ayuda.

Con el corazón desbocado, se giró hacia una joven sentada a su lado. Tragó saliva y abrió la boca para hablar, pero la voz que salió de su garganta era ronca, grave, áspera. Horrible.

—P-por favor… necesito ayuda… —su propia voz la horrorizó.

La chica arrugó el rostro con desagrado y se movió ligeramente hacia el lado contrario.

—Lo siento, pero no tengo dinero. —respondió de forma cortante.

Nadia sintió una puñalada en el pecho. No estaba pidiendo dinero. Quiso insistir, explicar lo que estaba pasando, pero su reflejo en la ventana la detuvo. ¿Quién en su sano juicio creería su historia?

El autobús frenó bruscamente en la parada más cercana, y Nadia, sin pensarlo dos veces, bajó a toda prisa. Solo había un lugar al que podía ir.

Su casa.

Sus pies pesados golpeaban el pavimento con torpeza mientras corría por las calles que tantas veces había recorrido antes. Pero ahora, con cada paso, la distancia entre su vida pasada y su realidad presente se hacía más grande.

Cuando llegó, jadeando frente a la puerta de su hogar, sintió un nudo en la garganta. Este era su hogar. Su refugio. Aquí la ayudarían.

Golpeó la puerta con urgencia, casi desesperada.

—¡Mamá! ¡Papá! Soy yo, Nadia, ábranme, por favor… algo pasó…

Escuchó los pasos al otro lado de la puerta. Un alivio fugaz la recorrió cuando la perilla giró y la puerta se abrió apenas unos centímetros.

Pero el rostro de su madre, lleno de desconfianza y miedo, la golpeó como un puño en el estómago.

—¿Quién es usted? —preguntó la mujer, su mirada helada.

Nadia sintió que se le formaba un nudo en la garganta. No. No. No.

—¡Mamá, soy yo! ¡Soy Nadia! —su voz quebrada solo hizo que la mujer frunciera más el ceño y se aferrara a la puerta con más fuerza.

—Váyase. No sé quién es ni qué quiere, pero si no se va ahora, llamaré a la policía. —dijo su padre, apareciendo detrás de su esposa con expresión dura.

El mundo de Nadia se derrumbó en ese instante. No la reconocían.

Su casa, su familia, todo le había sido arrebatado.

Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras daba un paso atrás, sintiendo el rechazo en cada fibra de su ser. Quiso seguir insistiendo, suplicarles que la escucharan, pero la manera en que su madre temblaba de miedo al verla, la manera en que su padre apretaba su teléfono, listo para llamar a la policía… era demasiado.

Retrocedió lentamente, con el alma hecha pedazos. Sus padres le cerraron la puerta en la cara.

La calle, fría y desconocida, se extendía frente a ella como una condena.

Estaba sola.

Sin un hogar al que regresar, Nadia deambuló sin rumbo por las calles, sintiendo el peso de su nuevo cuerpo enfermo y cansado. Con el estómago vacío y el corazón destrozado, encontró un refugio para indigentes en una esquina de la ciudad. Era su única opción.

Entró con temor, observando las condiciones del lugar. Sucio, abarrotado, con un olor a humedad y desesperanza. Era un espacio donde nadie hacía preguntas, donde todos eran invisibles para la sociedad.

Se dejó caer en una colchoneta vieja, abrazando la mochila que aún llevaba consigo. Al menos tenía eso. Dentro estaba el teléfono de Raul, el único vínculo con su antigua vida. Pero no tenía identificación, no tenía pruebas de quién era realmente. Era una sombra de lo que una vez fue.

El sueño la venció entre lágrimas y angustia, en un lugar que jamás imaginó llamar su hogar. Perdida en un cuerpo que no era suyo, con una vida que no le pertenecía.

Un mes había pasado desde aquel día en el que su vida cambió para siempre. Para Raul, ahora Nadia, cada instante en su nuevo cuerpo había sido un deleite absoluto. Se había adaptado con una facilidad sorprendente, disfrutando cada detalle de su nueva existencia.

Su belleza no pasaba desapercibida. Al principio, había sido cauteloso al interactuar con otros, pero pronto descubrió el enorme poder que ahora tenía. Su apariencia encantadora, su carisma natural y su recién descubierta confianza lo convirtieron en el centro de atención en redes sociales.

Comenzó subiendo fotos casuales, pequeños vistazos de su día a día con atuendos lindos y expresiones juguetonas. La respuesta fue inmediata. Los seguidores se multiplicaron, los comentarios llenos de halagos inundaban sus publicaciones y las interacciones se volvían cada vez más intensas.

Aprovechó su amor por el anime y la cultura otaku para fortalecer su nueva imagen. Se tomó fotos en cafés temáticos, mostró sus colecciones de figuras y, lo que más impacto tuvo, comenzó a subir imágenes con cosplays cuidadosamente seleccionados. Su aspecto inocente pero coquetamente provocador hizo que su popularidad explotara.

Las sesiones de fotos se volvieron parte de su rutina. Se miraba al espejo con orgullo, eligiendo la pose perfecta para cada captura. Sabía exactamente qué ángulos favorecían su silueta, cómo jugar con la luz y las sombras para resaltar su encanto natural.

Sus seguidores lo adoraban. Comentarios como "Eres un sueño hecho realidad", "Cada día estás más linda" y "¡Diosa del cosplay!" inundaban sus publicaciones. Y él, encantado con la atención, respondía con picardía, agradeciendo de manera juguetona y dejando que la imaginación de sus fans volara.

No tardó en recibir propuestas para colaboraciones con tiendas de ropa y accesorios temáticos. Algunas marcas pequeñas le enviaban productos a cambio de promoción, algo que jamás habría imaginado en su antigua vida. Ahora, tenía acceso a ropa hermosa, maquillaje y accesorios sin gastar un centavo.

En las transmisiones en vivo, su actitud desenfadada y su carisma espontáneo lo hacían destacar. Jugaba con sus seguidores, lanzaba miradas coquetas a la cámara y hacía bromas atrevidas sin dejar de lado una aparente inocencia que mantenía el equilibrio perfecto entre dulzura y picardía.

Había logrado lo que siempre soñó: ser admirado, deseado y reconocido. Cada día, cuando despertaba en su cama rodeada de peluches y ropa linda, recordaba su antigua vida y no podía evitar reírse. Había cambiado de cuerpo con una chica hermosa y estaba haciendo un mejor uso de su vida de lo que ella jamás hubiera hecho.

En el fondo, una pequeña parte de él sabía que lo que había hecho no era correcto. Pero ¿importaba realmente? Ella había desaparecido. Nadie vendría a reclamarle nada. Este cuerpo, esta identidad, todo esto ahora le pertenecía.

Y no tenía intención de desperdiciarlo.

El frío de la calle se había vuelto una constante en su vida. Nadia, atrapada en un cuerpo que no era suyo, había descendido al punto más bajo de la existencia. No tenía hogar, apenas comía lo suficiente para sobrevivir y cada noche dormía en algún rincón olvidado de la ciudad, bajo cartones o en refugios donde la dignidad era solo un recuerdo lejano.

Cada día, se preguntaba si esto era un castigo, si de alguna manera había hecho algo para merecer la tortura de perderlo todo. Su cuerpo. Su familia. Su futuro. Todo le había sido arrebatado en un instante, dejándola con una identidad que no le pertenecía y que, para el mundo, nunca había sido suya.

Su único vínculo con su pasado era el teléfono de Raul, que aún conservaba. Sin identificación, sin dinero y sin posibilidad de probar quién era realmente, el pequeño dispositivo era su única conexión con la persona que había sido. A veces, lo encendía y se perdía en la pantalla, observando con nostalgia lo que quedaba de su antigua vida.

Su perfil en redes sociales seguía ahí, intacto, como un monumento a lo que había perdido. Las fotos de ella sonriendo, los mensajes de sus amigos, los recuerdos felices… todo pertenecía a una vida que ya no existía. Una vida que le había sido robada.

Se abrazó a sí misma, sintiendo el peso del hambre y la desesperación en su estómago. Si tan solo pudiera encontrar una manera de recuperar lo que era suyo. Pero no tenía pistas, no tenía recursos. Solo tenía su rabia y su dolor.

Una tarde, mientras revisaba sus redes sin esperar nada en particular, una notificación apareció en la pantalla. "Sugerencias de amigos". Normalmente, las ignoraría. No tenía interés en conectar con nadie, en ver vidas ajenas cuando la suya estaba en ruinas. Pero algo la hizo detenerse.

Uno de los perfiles sugeridos tenía un nombre que la hizo temblar.

Nadia.

El perfil mostraba a una joven radiante, posando con ropa linda, con una sonrisa perfecta en cada foto. Parecía salida de un sueño. Era casi como verla a ella misma, pero diferente.

Sintió un escalofrío recorrer su espalda. No podía ser.

Tardó en procesarlo, su mente negándose a aceptar lo que sus ojos veían. Pero entonces, miró más de cerca. El rostro. La expresión. La mirada.

Era su cuerpo. Era ella.

Pero no viviendo su vida. Alguien estaba viviendo una vida de ensueño con su cuerpo robado.

Las manos de Nadia temblaban mientras sostenía el teléfono. Su corazón latía con fuerza, un torbellino de emociones desatándose en su interior. Era su cuerpo. Su rostro. Su nombre. Pero la vida que esa persona llevaba no era la suya. No la que recordaba. No la que le habían arrebatado.

Sin pensarlo dos veces, entró al perfil. Las fotos eran un espectáculo de ensueño: restaurantes elegantes, atuendos hermosos, eventos temáticos. Su cuerpo—porque sí, seguía siendo suyo, o al menos eso pensaba ella—era el centro de atención en cada imagen, posando con coquetería, con confianza. No solo le habían robado su cuerpo, le habían robado la oportunidad de vivir así.

Con el pulgar tembloroso, abrió la opción de enviar un mensaje privado. Escribió sin detenerse:

“¿Quién eres? ¿Por qué estás usando mi cuerpo?”

El mensaje se envió. Por un momento, el aire pareció volverse más denso. Esperó.

Tres puntos aparecieron en la pantalla. Estaba escribiendo.

Un latido sordo resonó en su pecho cuando el mensaje apareció:

“No sé de qué hablas.”

Nadia sintió un escalofrío de rabia. Sus dedos volaron sobre la pantalla:

“No juegues conmigo. Sé quién eres. Sé lo que hiciste. Devuélveme mi cuerpo.”

Otra pausa. Luego, la respuesta llegó:

“Oh… así que ya te diste cuenta.”

Nadia sintió que la sangre le hervía en las venas.

“¡Por supuesto que me di cuenta! ¡Devuélveme mi cuerpo ahora mismo!”

El siguiente mensaje tardó en llegar, y cuando apareció, hizo que su piel se erizara.

“Mira, yo no hice nada. Simplemente me quedé dormido en el autobús y, cuando desperté, era tú. No fue mi culpa.”

Nadia apretó los dientes. Su respiración era cada vez más agitada mientras sus dedos escribían con furia:

“¡Pero te aprovechaste! Sabías que no era tuyo y decidiste quedártelo.”

“¿Y qué esperabas que hiciera? ¿Dejarlo pasar? ¿Volver a la miseria que tenía antes? No, querida. Esto fue un regalo divino. Cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo.”

Nadia sintió un nudo en el estómago. El descaro. La frialdad.

“Esto no es un regalo. Es un robo. No tienes derecho a vivir mi vida.”

La respuesta llegó casi de inmediato:

“Derecho o no, eso ya no importa. Este cuerpo es mío ahora. ¿No lo ves? Yo lo visto mejor, lo cuido mejor, lo disfruto más. Quizás tú nunca supiste sacarle provecho.”

Nadia sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Era un mal sueño del que no podía despertar.

“Eres un monstruo… Me arrebataste todo. No tienes idea de lo que se siente.”

“¿Monstruo? Ay, pobrecita… Qué dramática. Mira, no es mi culpa que la vida haya decidido darte una lección de humildad. Mientras tú lloriqueas en un rincón, yo estoy aquí, viviendo lo que siempre debí tener. Tal vez el universo se dio cuenta de que yo merecía esto más que tú.”

Nadia sintió sus manos temblar. El descaro. La crueldad.

“¡Esto no es tuyo! ¡No puedes simplemente tomar mi vida y pretender que es tuya!”

“Pero lo estoy haciendo. ¿Y sabes qué? Me queda mejor de lo que jamás te quedó a ti. Tal vez este cuerpo solo estaba esperando a que alguien lo usara como es debido.”

Raul, en el cuerpo de Nadia, sonrió con superioridad mientras tecleaba su último mensaje.

“Así que tú eres la ex dueña de este cuerpo?”

Se reclinó en su silla, disfrutando el momento. No tenía intención de bloquearla. De hecho, le divertía la situación. ¿Por qué silenciar a su antigua dueña cuando podía seguir presumiéndole todo lo que ahora tenía?

“¿Sabes? Creo que voy a hacer una transmisión en vivo ahora. Tal vez quieras verla. Podrás ver lo bien que se ve tu antiguo cuerpo cuando alguien realmente sabe cómo usarlo.”

Nadia sintió que el aire le faltaba. No solo le había robado su cuerpo… ahora lo exhibía con descaro, solo para hacerla sufrir.

La pantalla del teléfono de la verdadera Nadia parpadeó con una nueva notificación. Sus manos temblaban mientras miraba la respuesta de la impostora, con el corazón latiéndole con fuerza, como si cada palabra fuera un golpe más a su ya destrozada existencia.

“Jajaja, tranquila, era broma lo de la transmisión en vivo.”

Nadia sintió una oleada de ira mezclada con desesperación. ¿Cómo podía hablar tan casualmente de todo esto?

“Pero ahora que lo pienso…” continuó la nueva Nadia. “Tal vez sí debería hacer una. Quiero decir, este cuerpo se ve tan bien con cualquier cosa que use… sería un desperdicio no compartirlo con todos, ¿no crees?”

Cada palabra era una puñalada. Nadia sintió que el aire se volvía denso a su alrededor, sus dedos apretaban el teléfono con una fuerza que hacía crujir el plástico.

“Solo acéptalo, este cuerpo es mío ahora. Me queda mejor de lo que te quedaba a ti. Lo cuido mejor, lo visto mejor… lo disfruto más.”

Nadia sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No era solo la arrogancia en sus palabras, sino la total falta de empatía. Era como si realmente creyera que el cuerpo le pertenecía.

“Antes se notaba que no sabías cómo sacarle provecho. Qué desperdicio, en serio. Pero no te preocupes, estoy aquí para corregir ese error. Ahora luce increíble… yo me aseguro de ello.”

Nadia apretó los dientes. Era su cuerpo. Su vida. No podía simplemente dejárselo, no podía permitir que este ladrón viviera su vida como si ella nunca hubiera existido.

“Mejor resígnate.” El mensaje llegó con frialdad. “Esto es lo mejor para ambas. Tú… bueno, no sé qué harás con el cuerpo que tienes ahora, pero yo tengo planes con este.”

La verdadera Nadia sintió náuseas. Cada palabra era una sentencia, cada burla una afirmación de que estaba atrapada en una pesadilla sin salida.

Mientras el silencio se instalaba entre ambas, el teléfono vibró una última vez con un mensaje final.

“En fin, disfruta tu nueva vida. Yo ciertamente estoy disfrutando la mía.”

Nadia sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. No solo le habían robado su cuerpo, le habían robado su futuro… y el ladrón ni siquiera sentía remordimiento.

El tiempo había pasado y con él, la lucha de Nadia se había desvanecido. Había días en los que aún se preguntaba si todo había sido un mal sueño, pero cada vez que se miraba en algún reflejo sucio de la ciudad, se encontraba con la misma cara que le recordaba su condena.

Ya no lloraba. Ya no gritaba. Simplemente existía.

Raul, en su cuerpo robado, seguía viviendo la vida en grande. Cada publicación en redes, cada fotografía donde posaba con coquetería y confianza, eran como cuchillos hundiéndose más y más en la piel de Nadia. Pero, con el tiempo, el dolor se había convertido en una sombra silenciosa, un eco lejano de lo que antes fue su desesperación.

De vez en cuando, su teléfono vibraba con un nuevo mensaje. Sabía quién era antes de siquiera mirarlo. Raul. A veces, enviaba selfies, mostrando algún nuevo conjunto, un lugar elegante, una experiencia que nunca había tenido la oportunidad de disfrutar en su propia piel. Otras veces, simplemente escribía pequeñas burlas.

"Espero que estés bien. Bueno, lo mejor que se puede estar en esa situación, claro. 😘"

Nadia ya no respondía. ¿Para qué? Había intentado luchar, había intentado exigir lo que le pertenecía, pero la realidad era cruel y absoluta. Este era su destino ahora.

Con el poco dinero que obtenía en la calle, compraba algo de comida y dormía donde pudiera. El frío era implacable, pero se había acostumbrado. Se acostumbraba a todo con el tiempo.

A veces, revisaba el teléfono. No para responder, sino para mirar, para ver la vida que una vez fue suya ahora vivida por otro. Raul no solo se había adueñado de su cuerpo, sino de su mundo, de su identidad, de su historia.

No había respuestas. No había forma de revertir lo sucedido. Solo le quedaba mirar desde la distancia, como un fantasma viendo su propia vida continuar sin ella.

Cada noche, se acurrucaba en un rincón de la ciudad, buscando un poco de calor entre cartones y mantas viejas. La comida era escasa, y su nuevo cuerpo, descuidado y debilitado, apenas podía soportar las inclemencias del tiempo. El hambre era constante. A veces pasaba días enteros sin probar bocado, dependiendo de la generosidad de desconocidos o de restos de comida encontrados en algún contenedor.

El teléfono era su única conexión con la vida que una vez tuvo. Lo encendía con la esperanza, aunque absurda, de que algo cambiara. Pero lo único que encontraba eran más publicaciones de Raul: fotos en cafés lujosos, viajes, nuevas amistades. Parecía estar viviendo un sueño.

Los comentarios eran peores. Elogios. Adoración. Nadie sospechaba nada. Para todos, Raul era Nadia, y Nadia no existía más. Ver los “me gusta” y los mensajes de apoyo le provocaba un nudo en el estómago.

Hubo noches en las que se preguntó si debía seguir adelante, si valía la pena aferrarse a una vida que ya no le pertenecía. Miraba sus manos gruesas y descuidadas, sintiendo el contraste con la imagen de su antiguo cuerpo en la pantalla. Era una burla del destino.

A veces, Raul le escribía solo para reafirmar su dominio, para recordarle que no había vuelta atrás.

"¿Te gusta lo que ves? Me aseguro de cuidarlo bien, mucho mejor de lo que tú lo hiciste."

El cinismo en sus palabras la enfermaba. Pero Nadia ya no tenía fuerzas para pelear. Solo observaba en silencio.

Y así pasó el tiempo. Día tras día. Noche tras noche. Raul brillando en su vida robada y Nadia apagándose poco a poco en la sombra de lo que fue.

Cada día era una nueva herida. Nadia, atrapada en un cuerpo que no era el suyo, pasaba horas revisando su teléfono, viendo cómo alguien más vivía la vida que alguna vez le perteneció. No solo se la habían robado, la estaban exhibiendo como un trofeo.

Las publicaciones eran constantes. Fotos de cafés elegantes, de viajes a lugares que nunca había tenido la oportunidad de visitar, de cenas en restaurantes donde jamás había comido. Y en cada imagen, la persona en su antiguo cuerpo sonreía con una confianza que Nadia nunca había mostrado.

Ella tenía otros planes para su vida. Había querido hacer cosas diferentes, había tenido sus propios sueños y ambiciones. Pero ahora, su cuerpo estaba siendo usado para algo totalmente ajeno a lo que ella había imaginado. Se sentía como una espectadora de un futuro alternativo, uno donde alguien más estaba aprovechando su belleza y su juventud de una manera que nunca había considerado.

A veces, Raul—la persona que ahora era Nadia—le enviaba mensajes directos solo para recalcar su victoria. Cada palabra, cada burla, era una nueva puñalada.

"Mira qué bien se ve tu antiguo cuerpo en este vestido. Creo que nunca supiste realmente cómo sacarle provecho, ¿verdad?"

Nadia apretaba el teléfono con fuerza, sintiendo el veneno en cada mensaje. No era suficiente con que le hubieran arrebatado su vida, también querían restregarle en la cara lo que habían hecho con ella.

"Es increíble lo bien que me veo en cada foto, la gente simplemente me adora. Me pregunto si te das cuenta de cuánto desaprovechaste este cuerpo cuando lo tenías."

La impotencia la consumía. No había manera de responder, de hacer que Raul entendiera lo que significaba perderlo todo de un día para otro. Él no lo entendería. No quería entenderlo.

Y mientras tanto, Nadia seguía en las sombras, viendo cómo alguien más convertía su cuerpo en algo completamente diferente de lo que ella había soñado.

Raul nunca había sido tan feliz. Desde el día en que despertó en el cuerpo de Nadia, todo había cambiado para él. Lo que antes había sido una existencia gris y mediocre ahora era un sueño hecho realidad. Por fin tenía el control de una vida que valía la pena vivir.

Se miraba al espejo con una sonrisa satisfecha cada mañana. Su nuevo rostro, delicado y hermoso, le devolvía la mirada con una expresión que antes solo podía imaginar en otras personas. Cada movimiento, cada gesto, era una reafirmación de su nueva identidad. Era Nadia ahora, y lo disfrutaba al máximo.

Le encantaba ver la reacción de la gente en redes sociales. Publicaba fotos constantemente, sabiendo que cada 'me gusta' y cada comentario era una validación de su nuevo yo. Las miradas de admiración, la atención constante, el reconocimiento… todo era suyo ahora.

Pero lo que más le divertía era su pequeña y secreta interacción con la antigua Nadia. Sabía que ella seguía mirando, que cada foto, cada publicación, le recordaba lo que había perdido. Y eso le daba aún más placer.

Cada cierto tiempo, le enviaba mensajes con un toque de burla, solo para ver si todavía tenía algún tipo de reacción.

"Hoy me compré un vestido nuevo, me queda perfecto. Creo que nunca supiste realmente cómo vestirte para destacar, ¿no crees?"

Otras veces, simplemente enviaba una selfie con una sonrisa radiante y un mensaje corto:

"La vida es increíble, ¿no te parece? 😘"

Nunca había tenido tanto poder sobre alguien. Antes, en su antiguo cuerpo, siempre había sido ignorado, relegado a la insignificancia. Pero ahora… ahora era el centro de atención. Y lo mejor de todo era que la verdadera Nadia no podía hacer nada al respecto.

No tenía intención de detenerse. Seguiría disfrutando de su nueva vida, seguiría provocándola, seguiría asegurándose de que ella supiera que su antiguo cuerpo estaba en mejores manos ahora.

Un año había pasado desde el día en que Raul despertó en el cuerpo de Nadia, y la transformación era completa. Lo que alguna vez fue incertidumbre ahora era seguridad; lo que antes era una fantasía ahora era su realidad inquebrantable. Se había convertido en la nueva Nadia en todos los sentidos, y no tenía intención de mirar atrás.

Su departamento reflejaba la persona en la que se había convertido. Ya no era aquel lugar oscuro y desordenado donde antes pasaba sus días en la miseria. Ahora, era un espacio limpio, decorado con tonos pastel y adornado con ropa hermosa: vestidos elegantes, faldas delicadas, suéteres acogedores, lencería fina. Su clóset estaba repleto de prendas femeninas, desde cosplays perfectamente seleccionados hasta botas flats y tacones que complementaban cada atuendo. Era el reflejo de la nueva vida que había construido.

Caminó descalza sobre la alfombra de su habitación, disfrutando la suavidad de la tela contra sus pies, y se detuvo frente al espejo de cuerpo entero. Se miró con orgullo, girando ligeramente para admirar cada curva, cada detalle de su figura. Había aprendido a amar cada parte de sí misma, a moverse con gracia, a expresarse con la coquetería natural que siempre había soñado.

Suspiró con satisfacción y continuó su camino por el apartamento. Pero entonces, en un rincón del clóset, vio algo que no pertenecía a este mundo de ensueño que había construido. Algo que desentonaba completamente con la belleza y el orden de su nuevo hogar.

Era una prenda vieja y sucia. Una camiseta arrugada y descolorida, una reliquia de un pasado que había intentado borrar. Su antigua ropa.

Se quedó quieta, mirándola fijamente. Fue como si el tiempo retrocediera por un instante. Recordó la pesadez de su antiguo cuerpo, la piel áspera, la torpeza en cada paso, el cansancio constante de una vida que no valía la pena vivir. Ese no era su mundo. Ese no era su destino.

Tomó la prenda con cuidado, como si tocara un objeto maldito. Sus dedos rozaron la tela, sintiendo la aspereza, la fragancia casi inexistente de un tiempo que ya no le pertenecía. Era solo un recordatorio de lo que había dejado atrás.

Lentamente, se abrazó a sí misma. Un gesto de reafirmación. De amor propio. De aceptación total. Cerró los ojos y murmuró en voz baja, dejando que las palabras se grabaran en su mente:

—Ahora soy Nadia.



Las palabras resonaron en su interior con una verdad absoluta. Había dejado de ser Raul hacía mucho tiempo. La persona que alguna vez fue estaba enterrada en un pasado distante, un pasado que no valía la pena recordar.

Abrió los ojos y miró su reflejo en el espejo. Lo que veía la llenaba de felicidad. No solo era hermosa; era la mujer que siempre había querido ser. No había una pizca de culpa en su corazón. Había tomado el control de su destino y lo estaba viviendo como debía.

Con una sonrisa, dejó caer la prenda vieja en una bolsa de basura. Era momento de deshacerse del último vestigio de una vida que ya no existía.

Con pasos livianos, regresó al centro de su apartamento. La luz cálida del sol bañaba cada rincón del lugar, iluminando su mundo perfecto. Tomó su teléfono y revisó sus mensajes. Ahí estaba, como siempre, una notificación de la verdadera Nadia, quien aún intentaba aferrarse a la esperanza de recuperar algo que ya no le pertenecía.

Con una leve risa, ignoró el mensaje y abrió su galería. Había muchas fotos nuevas que quería subir. Fotos donde brillaba con seguridad, donde cada pose reflejaba la alegría de ser ella misma. Cada publicación era un recordatorio de que su vida era maravillosa.

Se acomodó el cabello, tomó una nueva selfie y escribió un pie de foto juguetón. Algo coquetamente provocador, algo que reafirmara su dominio sobre la identidad que ahora ostentaba con orgullo.

El clic de la cámara selló el momento.

La publicación se hizo viral en minutos, como siempre. Los comentarios y reacciones llegaban sin parar, llenándola de satisfacción. El mundo la adoraba.

Cerró los ojos un momento y sonrió.

Había ganado.

Se levantó con energía, dispuesta a disfrutar el resto del día. Cada minuto en su cuerpo era un regalo, una celebración de su triunfo absoluto.

Giró sobre sus talones, dejando atrás cualquier sombra de duda o arrepentimiento. Era Nadia. Siempre lo había sido.

Y nada ni nadie cambiaría eso.


3 comentarios:

  1. Que maravilla tener algo de originalidad nuevamente en esta comunidad

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  2. En pocas palabras, elegante, sofisticada, atractiva

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  3. Mhhhh me gusta este nuevo género!!

    Y si, bastante original!!

    Espero que muchos te apoyen c9n la idea!

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