Liza baez era una figura querida en internet. Con más de veinte millones de seguidores, era una de las influencers más grandes alzandose rapidamente entre los “famosos”. Su fama no venía de escándalos ni de mostrar de más: lo suyo era el carisma, la simpatía, esa energía que hacía sentir bien a cualquiera que la viera. Aunque era naturalmente atractiva, Liza nunca se consideró lo suficientemente voluptuosa o provocativa como para atraer stalkers o fanáticos obsesivos. Sus seguidores la querían por quién era, no por cómo lucía.
Por eso aceptó con tranquilidad una nueva campaña promocional con Tinder. El acuerdo era sencillo: debía instalar la app, mantener su cuenta activa y dar "like" a algunos seguidores al azar durante un par de semanas. Todo en la versión clásica de Tinder. Nada raro.
Pero había un problema del que ya se hablaba en ciertos rincones turbios de internet: Tinder swap. Una función oculta, peligrosa, y—según muchos—ilegal, que se activaba dentro de la misma app. Si dos personas se daban "match" con esa opción encendida, sus cuerpos se intercambiaban de inmediato. Lo aterrador era que, según decían, la función podía activarse sola.
Liza, siempre precavida, revisaba todos los días que Tinder swap estuviera desactivado. Nunca fallaba. Sabía que había riesgos y no iba a permitir que un simple desliz comprometiera su cuerpo o su campaña.
Durante 20 días todo fue normal. Revisaba el estado de la app, daba sus "likes", hacía algunos "matches", y veía cómo sus seguidores explotaban de felicidad al recibir atención directa de ella. Todo era parte del plan.
Hasta que, en el día 21… cometió un error.
No revisó.
Fue un olvido momentáneo, un descuido insignificante en apariencia.
Y mientras tanto, a kilómetros de distancia, en lo alto de un cerro, alguien más estaba deslizando "likes" como loco mientras miraba fotos y se tocaba.
Valeriano.
Un hombre mayor, de manos temblorosas y mente torpe para la tecnología. Llevaba menos de un mes con su primer teléfono celular, un regalo de un sobrino que vivía en la ciudad. Apenas sabía usarlo, pero había aprendido lo básico de cualquier macho que tiene por primera vez internet: buscar chicas buenotas en internet y desde que descubrió tinder por accidente deslizar fotos en Tinder.
Lo hacía todos los días.
No con esperanzas reales de conocer a nadie.
Sino para mirar fotos de chicas jóvenes, guapas, exuberantes… y hacer cosas turbias que prefería mantener en secreto pues aunque el era un hombre solitario pues su maria habia muerto hacia ya tiempo tambien tenia una imagen que mantener. Nunca había hecho un "match". Ni siquiera sabia que era eso. Solo miraba. Solo imaginaba. Solo deseaba.
Hasta que ese día… lo imposible ocurrió.
Apareció el perfil de Liza baez.
Y sin saberlo, aquel viejo verde estaba a un desliz de robar el cuerpo de una de las mujeres más populares del país.
Había sido un día largo.
Liza baez se dejó caer en el sillón de su departamento, aún con el maquillaje algo corrido y el cansancio acumulado en los hombros. Tenía el celular en la mano, como siempre. Las notificaciones no paraban, pero ya estaba acostumbrada a vivir con ese ruido de fondo constante.
Abrió Tinder por inercia. Era parte de la rutina.
Deslizar unos cuantos perfiles, dar like a seguidores seleccionados por el equipo de campaña, sonreír con ternura cuando alguno reaccionaba con un mensaje emocionado. Todo normal. Todo dentro de lo planeado.
Lo que no hizo —por primera vez en trece días— fue revisar que Tinder swap estuviera desactivado.
Un simple gesto que todos los días realizaba casi de forma automática, pero que hoy olvidó. Tal vez por el cansancio. Tal vez por la rutina. Tal vez por confiarse demasiado.
Y fue entonces, entre un mar de perfiles, el primero que aparecio parecia uno más.
No tenía foto clara un señor mal enfocado feo y tomandose una clasica foto de viejo verde en internet viendose desde abajo por una extraña razon.
Solo un rostro borroso, una mala iluminación: Valeriano, 67 años, a menos de 100 km.
Liza ni siquiera lo notó del todo.
Sus dedos se movieron por costumbre.
Deslizó a la derecha. Like.
Y con ese gesto inocente, casual, sin la menor conciencia de lo que hacía… le había regalado su cuerpo a un viejo verde.
A kilómetros de distancia, en una casa polvosa de madera y lámina, perdida entre cerros, Valeriano estaba en su cama, revisando Tinder con torpeza.
Hasta que su teléfono vibró.
"¡Tienes un match!"
El corazón del viejo dio un pequeño brinco. Frunció el ceño. ¿Qué chingaos es eso?
Apretó con dificultad la notificación.
Y allí estaba. Una chica joven, hermosa, de sonrisa fácil y bonita. No recordaba haberla visto antes. No entendía muy bien qué significaba "match", pero si el teléfono decía que ella lo había elegido primero… ¿qué perdía?
—Pos bueno… —murmuró con una risita pervertida mientras tocaba la pantalla con su dedo grueso—. Vamos a ver qué pasa…
Y presionó el botón de regreso.
Match confirmado.
En ese instante, la tragedia empezó.
Una luz antinatural comenzó a salir de ambos celulares. Una energía extraña, más brillante y viva de lo que cualquier tecnología podría generar. Pero para entonces, ya era demasiado tarde para cualquiera de los dos.
Liza no lo sabía.
Pero su cuerpo ya no le pertenecía.
El celular vibró en sus manos.
Liza, medio adormecida por el agotamiento del día, ni siquiera reaccionó. Era una notificación más, una de tantas. Lo último que pensó fue otro seguidor feliz antes de dejar el teléfono sobre la mesa de centro.
Pero entonces la habitación comenzó a cambiar.
Primero, la luz.
Una intensidad blanca y viva empezó a irradiar desde su teléfono. No era normal. No era la pantalla encendida. Era algo que no pertenecía a este mundo. Un resplandor que no proyectaba sombras, como si desafiara las leyes físicas. Era tan brillante que dolía a los ojos.
Liza se incorporó de golpe.
—¿Qué carajos…?
Y antes de poder decir algo más, lo sintió.
Una presión invisible tirando de su pecho, de su columna, de su interior. Como si una fuerza sobrenatural intentara arrancarla desde dentro. Liza jadeó, cayó de rodillas, y miró sus propias manos… que ya comenzaban a desvanecerse.
No de forma metafórica. Literalmente. Su cuerpo seguía ahí, pero su conciencia estaba saliendo de él. Se vio a sí misma desde fuera, por primera vez. Su cuerpo seguía arrodillado frente al sofá, con los ojos en blanco, completamente inmóvil.
Y ella… flotaba.
Translúcida.
Desnuda de cuerpo, de carne, de identidad. Un alma separada.
Intentó volver. Intentó gritar. Trató de extender la mano hacia su propio rostro, como si pudiera meterse de nuevo a la fuerza.
Pero era inútil.
El teléfono brilló más fuerte aún, y entonces ocurrió lo imposible.
Fue absorbida.
Su alma fue jalada hacia la pantalla como si esta fuera un portal, una trampa, una boca. Todo se volvió blanco. No sintió dolor. Solo confusión, vértigo… y vacío.
Muy lejos de ahí, en la humilde casa de Valeriano, el viejo apenas y entendía qué estaba viendo.
Su celular también brillaba. Demasiado. Se alarmó un poco, murmuró groserías en voz baja, penso que era algo del diablo y se echó para atrás en su cama.
Y luego, le pasó lo mismo.
Su cuerpo se congeló. Su alma fue arrancada. Gritó por dentro, pero no sabía ni cómo reaccionar. En cuestión de segundos, también fue tragado por la luz. El aire en su cuarto se volvió espeso, como si el mismísimo universo contuviera el aliento.
Dos cuerpos quedaron quietos.
Dos teléfonos dejaron de brillar.
La conexión ya se había completado.
Valeriano abrió los ojos de golpe.
El techo no era el suyo.
Era blanco, limpio, sin grietas ni manchas de humedad. El aire olía a vainilla y shampoo caro. Y lo primero que pensó fue: ¿Dónde carajos estoy?
Se sentó de un brinco —aunque no fue un brinco cualquiera. No fue el movimiento torpe y dolorido de un viejo que arrastra los huesos. No. Fue ágil. Ligero. Como si su cuerpo pesara menos de la mitad de lo que recordaba.
Parpadeó.
Miró sus manos.
Eran pequeñas, suaves… y femeninas.
—¿Qué…? —La voz que salió de su garganta no era suya. Aguda, limpia, joven.
Valeriano se puso de pie de inmediato, tambaleándose. La habitación lo desorientó por completo: paredes azuladas, luces LED en forma de corazón, un aro de luz como los de las mujeres que miraba en tik tok, un tocador lleno de maquillaje, una repisa con perfumes, velas aromáticas. Todo lo contrario a su cabaña polvorienta.
Sintió algo rozarle la cara y bajó la vista: un mechón largo de cabello castaño claro cayó sobre sus ojos. Lo apartó torpemente, notando la textura, el olor.
Fue allí cuando empezó a entender.
—¿Qué chingados… me pasa?
Se miró las piernas: suaves, delgadas nada demaciado sorprendente. El abdomen plano. El pecho… ¡el pecho!.
Se tocó de nuevo, esta vez con ambas manos, pasmado sintiendo de inmediato la sensibilidad de “su pecho”.
—¿Estoy soñando?
No.
Corrió por la habitación, como si esperara encontrar una salida secreta que lo devolviera a su casa. Lo único que encontró fue una puerta corrediza. La abrió.
Y entonces lo vio.
Un espejo de cuerpo completo.
Se acercó lentamente. El reflejo le devolvió la mirada confundido.
Una muchacha joven, hermosa pero algo rarita, con los ojos bien abiertos de sorpresa. Cabello lacio cayendo sobre los hombros. Piel clara, sin una sola arruga. Labios rosados, entreabiertos. Sin aliento.
—Es… es la del Tinder —murmuró.
Sí. La reconocía.
Era la chica que le había dado Match. La que él había aceptado sin pensar, por pura calentura de viejo solitario.
Pero ahora… era ella.
No entendía cómo. No entendía por qué. Pero esa era la verdad que el espejo le escupía sin piedad.
Y lo peor es que, mientras trataba de negar la realidad, una parte de él… empezaba a disfrutarla.
Por un largo momento, Valeriano no dijo nada.
Solo observó.
Miraba el espejo con ojos abiertos, fijos, como si el reflejo pudiera romperse en cualquier instante. La chica del otro lado respiraba al mismo ritmo que él pero sus nuevos pechos se alzaban en lugar de su pecho cuadrado por el cambo. Sus movimientos eran perfectamente sincronizados. No había duda. No era una broma. No era un sueño. Era suya. El era ella.
Ese cuerpo… era suyo.
Y entonces, casi sin que pudiera evitarlo, los labios de aquella chica comenzaron a curvarse lentamente. Una sonrisa, primero incrédula. Luego torcida. Cargada de una emoción que hacía décadas no sentía con tanta fuerza: deseo.
—Santa madre… —susurró con la voz dulce que ahora le pertenecía—. Esto es real. Esto es real, carajo…
Su respiración se aceleró. El corazón palpitaba fuerte, pero no por miedo. Era excitación. Una emoción nueva en un cuerpo que no conocía, pero que respondía de forma explosiva. El simple hecho de moverse, de sentir cómo rebotaba el cabello en sus hombros, cómo la tela suave de la pijama rozaba su piel, lo volvía loco.
Su mente —ya de por sí torcida por años de soledad y represión— comenzó a imaginar. Escenarios. Posibilidades. Cosas que podría hacer. Cosas que ahora podía hacer, sin que nadie lo detuviera.
—Me la regaló… —musitó, riendo bajo, con voz apenas audible—. Me regaló este cuerpo.
Y entonces, sin pudor, se pasó la lengua por los labios. Los sintió suaves, humectados. Perfectos.
Miró de nuevo al espejo. Ya no con sorpresa. Ya no con miedo.
Sino con lujuria. Con posesión.
Ese era su cuerpo.
Y pensaba aprovecharlo.
Valeriano no se despegó del espejo.
Se acercó más, como si quisiera meterse dentro. Estudió cada centímetro de ese rostro que ahora le pertenecía: los ojos grandes, el brillo en las pestañas, la simetría perfecta de la nariz, la suavidad de los pómulos. Estaba embobado. Era como tener enfrente a una muñeca… solo que él era esa muñeca.
Levantó una mano y la deslizó por su mejilla. Su piel era tan suave que se estremeció. Abrió los labios, se miró los dientes perfectos, blanquísimos, y soltó una risita que jamás habría salido de su boca original.
—Qué cuerpo, carajo… —susurró con asombro mientras giraba sobre sí mismo, dejando que su cabello se moviera al ritmo del giro.
Torpe, pero curioso, se desabotonó la blusa que llevaba puesta, revelando un brasier elegante. Su respiración se agitó. No era por vergüenza. Era el vértigo de lo prohibido, del poder. Como pudo y con dificultad se quito el brasier retirando esa tela estorbosa lo bajo lentamente poco a poco, revelando su torso desnudo. Sus nuevos pechos pequeños pero, firmes y redondos, se alzaban ante él. O ante ella. Ambos eran reales y eran los primeros que miraba en un largo tiempo.
Sus manos se posaron sobre ellos, y un gemido suave escapó de sus labios. Dios, la sensación era abrumadora. Sus yemas rozaban los pezones, que ya se endurecían bajo el tacto. Un escalofrío recorrió su espalda, y las piernas le flaquearon levemente. Era como si cada roce fuera una descarga eléctrica, una conexión directa con su placer más íntimo.
—¿Así se sienten? —dijo mientras exploraba con manos temblorosas, a medio camino entre el respeto a lo desconocido y el deseo más crudo y primordial de un hombre que tiene a sus disposicion algo como eso.
Se miró de perfil, de espaldas, de frente otra vez. Cada ángulo del cuerpo nuevo lo fascinaba. Se acercó más al espejo, presionó su rostro contra el vidrio. Cerró los ojos y se besó los propios labios reflejados como si estuviera adorando una obra sagrada.
Sin pensarlo dos veces con la nueva excitacion juvenil que ahora tenia, se quitó la ropa por completo, dejando su cuerpo desnudo frente al espejo. Su mirada bajó, recorriendo cada centímetro de su nuevo ser. Sus curvas, su cintura estrecha, sus caderas. Y más abajo, entre sus piernas, donde el calor comenzaba a acumularse, insoportable un poco de humedad asomaba.
Sus manos descendieron, rozando su vientre, Acariciando los muslos, hasta llegar al lugar que ahora lo consumía por completo. Los dedos se deslizaron por sus labios, y un gemido más fuerte escapó de su boca. Estaban húmedos. Muy húmedos. Y calientes. Su tacto era suave, pero el deseo que despertaba en “ella” era feroz. Es mío. Ese pensamiento lo volvía loco de excitación.
Con un movimiento firme, introdujo un dedo dentro de sí, y su cabeza cayó hacia atrás. Un jadeo escapó de sus labios, y su cuerpo se arqueó levemente. Era diferente. Era más intenso. Más profundo. Su dedo se movió dentro de ella, y el placer comenzó a acumularse en su abdomen, como una ola que crecía y crecía sin parar pero el debia soportar, queria mas, aquella pequeña accion de solo meter su dedo dentro de su nuevo sexo lo estaba volviendo loco pero aunque queria mas, tambien queria saber mas. asi que se detuvo
Después exploró el cuarto.
Cajones llenos de lencería, ropa interior limpia, productos que no comprendía, una colección de perfumes, brochas, maquillaje. Un mundo ajeno, delicado, casi mágico… y todo era suyo ahora.
Tomó un celular —el mismo que había activado el cambio—, y la pantalla se desbloqueó con el rostro que ahora poseía. No pidió PIN. No pidió nada. Reconocía su cara como la clave.
Dentro, un universo de apps. Nombres que no entendía. Pero las notificaciones no paraban: mensajes, likes, comentarios.
Un olor a madera vieja, humedad y tierra le llenó la nariz antes siquiera de abrir los ojos.
Liza se incorporó de golpe, con un quejido ronco que no era suyo. Su respiración se aceleró. Todo le dolía: la espalda, las rodillas, el cuello. Miró sus manos… arrugadas, huesudas, manchadas. Sintió pánico al instante.
—¿Qué… qué es esto? —murmuró con voz áspera, cascada.
Parpadeó rápido. Intentó levantarse de la cama, pero el cuerpo era pesado, torpe, torcido. Casi cayó. Su equilibrio estaba mal. Las piernas flaqueaban. Era como estar en un caparazón que no respondía como el suyo.
Corrió —o intentó correr— hacia un espejo pequeño, sucio, colgado de una pared con grietas.
Lo que vio la dejó sin aire.
Un viejo. Un anciano. Calvo en las sienes, con arrugas profundas, barba mal rasurada y unos ojos apagados que ahora se abrían como platos.
—No… no, no, no… —se dijo. Dio un paso atrás, chocando con una mesa vieja. Miraba su reflejo con horror, negando con la cabeza—. ¡Este no soy yo! ¡Esta no soy yo!
Pero entonces lo sintió.
Una presión en la entrepierna. Un bulto. Algo duro que no tenía razón de estar ahí. El estómago se le revolvió. Bajó la mirada, y aunque no quería tocarse… lo hizo. Solo con los dedos.
Era real.
Y estaba emocionado.
Un temblor le recorrió la columna. Su propio cuerpo —el cuerpo que ahora tenía— estaba excitado.
El asco fue inmediato. aparto las manos apartó la mirada, jadeando.
—¡¿Qué demonios es esto?! —gritó con la voz rota del anciano.
Respiraba agitada, pero esa agitación solo aumentaba la sensación. El corazón le latía más fuerte. Las manos le temblaban. Su cuerpo viejo, torcido, sucio… parecía reaccionar por su cuenta. Como si tuviera una memoria ajena, un instinto sucio que ella no controlaba.
—¡Alguien… ayúdenme! —rogó entre lágrimas que empezaban a caer por un rostro que no era suyo.
Era prisionera.
No solo en otro cuerpo… sino en un cuerpo que la repugnaba.
Y, aún peor, que sentía cosas que ella no quería sentir.
Liza se dejó caer en la silla desvencijada al lado del espejo. El temblor en sus manos no cesaba. El asco, la incomodidad… todo seguía ahí, golpeándola con fuerza.
Trató de respirar hondo, de calmarse, pero cada inspiración traía consigo ese olor a viejo, ese sabor metálico en la boca, ese peso incómodo en el pecho. La piel le picaba. Le costaba moverse. Cada segundo era una tortura.
Fue entonces que vio el celular. Un aparato viejo, barato, con la pantalla cubierta por una mica de cristal estrellada en una esquina, tirado en el piso de madera despues del cambio. Se acercó a él con torpeza. Al tocarlo, se encendió.
No había clave pero si era muy diferente a su habitual galaxy mas “austero”.
—Vamos… algo… alguna pista… —murmuró con esa voz ajena, tosiendo entre frases.
Abrió Tinder.
La app se cargó lentamente, como si el teléfono apenas pudiera soportarla.
Y ahí lo vio.
"¡Felicidades! Has hecho Match con Liza baez."
El mundo se congeló.
—No… no puede ser…
Retrocedió la vista por las notificaciones. Un Like recibido. Luego un Match. Todo el mismo día tal vez solo con algunos minutos de diferencia. Exactamente cuando Liza, ella misma, había dado el like sin revisar si Swap Tinder estaba activado.
La sangre se le fue al rostro —o eso creyó, porque ni eso sentía igual. Le ardía la garganta. Estaba por vomitar.
—Ese viejo… ¡este viejo soy yo ahora!
Y entonces todo cuadró.
La luz en el teléfono. La sensación de ser absorbida. Su cuerpo inerte con los ojos en blanco. Había sido intercambiada.
—¡No! ¡NO! —gritó, tirando el celular al suelo, que esta vez si rompió un poco en una esquina.
Se abrazó a sí misma —a ese cuerpo—, como queriendo proteger lo que quedaba de su identidad. Pero no se sentía segura. Nada era suyo y al mismo tiempo todo lo era.
Se acercó de nuevo al espejo. Quería verse… y al mismo tiempo, no.
—¿Y entonces… ahora el… está en mi cuerpo? —dijo en voz baja, con los ojos abiertos como platos.
La idea le provocó arcadas.
Un viejo verde. Usando su cuerpo. Su rostro. Su sonrisa.
Su vida.
Se dejó caer de rodillas, desesperada, con los ojos llenos de lágrimas pero su cuerpo completamente ajeno seguia excitado.
—Tengo que volver… tiene que haber una forma…
Pero lo sabía.
Tinder swap no tenía opción de reversa.
Y con ese pensamiento, el vacío en su estómago se volvió insoportable.
Valeriano aun no sabía si estaba soñando o si finalmente la vida le había lanzado un último capricho antes del final tal vez ironicamente ahora tenia mas tiempo. Todo era demasiado suave, demasiado brillante, demasiado ajeno. A su alrededor, colores pasteles, luces cálidas, perfumes flotando en el aire como si respirara dentro de una nube.
Frente a él, cajones repletos de ropa ligera, diminuta, con texturas desconocidas para alguien como él. Tomó una prenda cualquiera, sin saber bien cómo se usaba, y la dejó caer sobre sus hombros tomo una falda y la subio por su piernas. Luego tomo otra prenda. Y otra. Ninguna combinaba, pero eso no importaba.
No lo hacía por estilo.
Cada tela que rozaba su nueva piel le devolvía una sensación electrizante, una mezcla de incredulidad y algo más difícil de nombrar. Se movía despacio por la habitación, casi en trance, como quien ha sido invitado a tocar un instrumento delicado por primera vez… y decide aprenderlo sin maestro.
Valeriano seguía frente al espejo, aún sin comprender del todo qué pasaba. El reflejo que lo miraba de vuelta tenía una expresión dulce, casi ingenua. No era lo que él esperaba, jamas abria pensado encontrarse en una casa como aquella, ni lo que sus manos temblorosas habían sentido al recorrer el rostro, el cuerpo y su nueva intimidad hace apenas unos minutos. La chica del espejo... no tenía el tipo de cuerpo que él solía mirar en los videos que encontraba por ahí en paginas “divertidas” como el las llamaba. No era exagerada, ni escandalosa, pero algo en ella —en esa piel suave, en la manera en que la ropa le caía con descuido perfecto, en ese gesto de “no rompo un plato”— tenía un efecto que lo dejaba mareado mas habiendo experimentado su cuerpo y sobre todo esa humedad que quedaba en cada prenda que se ponia.
Una prenda más, otra mirada sin verguenza a su nuevo ser. Se probaba cosas sin saber por qué, como si quisiera convencerse de que aquello era real. Era casi como disfrazarse, pero en lugar de risa, sentía un nudo en el estómago que no supo identificar.
Cuando se apartó del espejo, la habitación le recordó que no era su mundo. Pantallas, luces suaves, maquillaje, revistas. En una mesita vio un estuche con letras finas: “Liza baez”. No le sonaba. A lo lejos, un teléfono vibró. Lo tomó torpemente y la pantalla se iluminó con un mensaje que apenas supo leer:
“Confirmación: Intercambio permanente completado. El cuerpo de Liza baez ha sido asignado a usted. Gracias por utilizar Tinder Swap.”
Se quedó mirando las palabras como si fueran otra lengua. No entendía bien qué significaban, pero algo en esa frase le sonó definitivo. Era como un contrato, uno que él no recordaba haber firmado, pero que aceptaba sin entender y con obvia felicidad.
Avento el telefono contra la cama sin problema en ese momento el telefono nisiquiera importaba cuando tenia cuerpo nuevo. No sabía si era un error, un milagro o una trampa, pero tampoco le importaba. En ese instante, lo único que sabía era que esa chica del espejo —sea quien fuera— ya no existía como habia existido hasta ahora, y que él... él tenía una oportunidad unica.
La pantalla del viejo teléfono vibró en sus manos torpes, aquellas que no se sentían como suyas. Liza apenas podía sostener el aparato, tan ajeno como lo era todo a su alrededor: la habitación rústica, el aire pesado de campo, el silencio que nada tenía que ver con el zumbido constante de su vida anterior.
Parpadeó. El mensaje apareció sin piedad:
“Confirmación: Intercambio permanente completado. El cuerpo de Valeriano Z. ha sido asignado a usted. Gracias por utilizar Tinder Swap.”
Las palabras eran tan frías como un veredicto. "Intercambio permanente". "Asignado a usted". Como si fuera un trámite cualquiera. Como si no acabaran de arrebatarle todo lo que era.
Liza dejó caer el teléfono, que golpeó el suelo con un ruido seco, casi insultante. Se quedó quieta, respirando con dificultad, como si el aire no supiera entrar bien en ese cuerpo. Su nuevo cuerpo,segun indicaba el mensaje.
—No... no puede ser —susurró, aunque no reconocía su voz. Grave, cascada, con ese temblor viejo.
El suelo parecía inclinarse. Se apoyó contra la pared, sintiendo el calor ajeno, el sudor, la piel curtida. Era demasiado. Todo era demasiado.
Volvió a mirar sus manos, sus brazos, sus pies. Le temblaban. Pero no de frío, sino de algo más profundo: el terror de saberse atrapada.
Ella sabía que debía revisar. Siempre lo hacía. Siempre. ¿Cómo se le había pasado? ¿Por qué ese día no?
—Fue un error —se decía una y otra vez, como si repitiéndolo bastara para anularlo—. No puede ser verdad. Esto no es real.
Pero el olor a leña, a humedad, a cuerpo ajeno... todo le decía que sí lo era. Que el error tenía nombre y forma, y que la estaba envolviendo entera.
Se derrumbó en el suelo, llorando con esa voz que no era suya, en un cuerpo que no respondía como el suyo. Y, en lo más hondo, una semilla amarga germinaba: la culpa. Por no haber revisado. Por haber hecho ese último Match. Por haber confiado.
Pero no era solo culpa. Era negación. Era rabia. Era el principio de una larga lucha interna contra una realidad que se negaba a aceptar.
Liza había intentado de todo. Había enviado correos, mensajes privados, incluso usado la cuenta de Valeriano para mandar audios —su nueva voz temblorosa, rota, apenas reconocible— pero nada surtía efecto. Nadie creía que aquella figura encorvada, de rostro desconocido y voz áspera fuera ella. Solo lograba burlas o bloqueos.
Una de sus últimas esperanzas fue escribirle a una vieja amiga del círculo de creadores. Le contó todo con cuidado, apelando a detalles que solo la verdadera Liza conocería. Pero la respuesta fue un golpe seco, inesperadamente cruel:
“A ver… ¿tú dices que eres Liza? Liza no sería tan tonta como para no revisar y regalarle su cuerpo a un viejo random. Buen intento.”
El mensaje quedó flotando en la pantalla. Liza lo leyó una vez. Dos. El tercer intento se lo impidieron las lágrimas.
Todo su cuerpo se sacudía, no solo por el llanto sino por la rabia, la impotencia, y ese nuevo cuerpo que no era suyo y que respondía torpemente a sus emociones. Se miró en un espejo rajado en la vieja casa de Valeriano y no vio más que una figura que no entendía.
—Esto no está pasando. Esto no puede estar pasando…
Pero el mensaje de Tinder Swap seguía ahí, iluminando cruelmente la pantalla como un recordatorio constante:
“Intercambio confirmado. Eres el usuario oficial del cuerpo: Valeriano Z. El proceso es permanente.”
Mientras tanto, en el corazón de la ciudad, Valeriano seguía descubriendo su nueva vida con un asombro silencioso. Había dejado el celular de Liza sobre la cama sin desbloquearlo. Las notificaciones se acumulaban: correos, alarmas, publicaciones pendientes. Todo eso no le interesaba. No entendía por qué alguien necesitaría tantas cosas.
Vestía lo que encontraba en el closet sin mucho criterio, combinaciones que hacían llorar a cualquier estilista, pero que a él le hacían sonreír frente al espejo. Esa era ahora su cara, su pelo, sus ojos. Lo demás… no importaba.
aleriano se detuvo frente al espejo, su respiración aún agitada por la última ráfaga de placer que había experimentado. Sus ojos, ahora grandes y expresivos, recorrían cada centímetro de su reflejo. Este cuerpo… este cuerpo perfecto, pensó, sintiendo cómo su pulso se aceleraba solo con la idea de poseerlo.
—No puedo parar —susurró, su voz dulce y temblorosa. Sus manos, ahora delicadas y suaves, se deslizaron por su cuello, sintiendo la suavidad de su piel. Era increíble cómo cada toque, cada roce, le producía una reacción tan intensa.
Se miró a los ojos en el espejo, y una sonrisa perversa se dibujó en sus labios. ¿Qué más puedo hacer? , se preguntó, sintiendo cómo su mente comenzaba a divagar hacia nuevos territorios de placer.
Decidida, Valeriano se quitó la blusa que llevaba, dejando al descubierto sus pechos, firmes y perfectos. Sus manos se posaron sobre ellos, y una oleada de placer la recorrió al sentir cómo sus pezones se endurecían bajo sus dedos.
—Joder… —murmuró, inclinándose ligeramente hacia adelante para observar mejor su reflejo. Sus dedos comenzaron a juguetear con sus pezones, masajeándolos, tirándolos suavemente, sintiendo cómo el placer se acumulaba en su vientre.
Y entonces, como si fuera una fuerza imparable, Valeriano se dejó llevar. Una de sus manos descendió por su vientre hasta llegar a su entrepierna, donde la humedad ya era evidente.
—Aquí es donde manda todo, ¿no? —musitó, sintiendo cómo su cuerpo respondía al más mínimo roce.
Con un movimiento lento pero decidido, introdujo un dedo en su interior, sintiendo cómo su cuerpo lo envolvía en una cálida humedad. Dios, esto es increíble, pensó, mientras su respiración se volvía más acelerada.
Miró al espejo mientras continuaba, viendo cómo su rostro se contorsionaba en expresiones de placer. Sus dedos se movían con más rapidez ahora, explorando, experimentando, buscando ese punto que lo llevaría al éxtasis.
—¡Más… más…! —gimió, sintiendo cómo el calor se acumulaba en su vientre.
Y entonces, como si supiera exactamente lo que necesitaba, Valeriano introdujo un segundo dedo, sintiendo cómo su cuerpo se estremecía al ser penetrado más profundamente.
El placer era abrumador. Su mente se nublaba, y solo podía pensar en una cosa: quiero más… necesito más.
De repente, su mirada cayó sobre un objeto en la habitación. Un vibrador que había encontrado dentro de un cajón. ¿Por qué no?, pensó, sintiendo cómo su pulso se aceleraba solo con la idea.
Con movimientos rápidos pero torpes, debido a la excitación que la embargaba, Valeriano se acercó al vibrador y lo encendió. La vibración era suave pero constante, y un escalofrío recorrió su cuerpo al sentirla en sus dedos.
—Qué bien se siente… —susurró, mientras llevaba el vibrador a su entrepierna.
El primer contacto fue electrizante. El dispositivo se posó sobre su clítoris, y Valeriano no pudo evitar dejar escapar un gemido. Dios mío, esto es increíble, pensó, sintiendo cómo su cuerpo respondía de manera explosiva al estímulo.
Con un movimiento lento pero decidido, comenzó a mover el vibrador en círculos sobre su clítoris, sintiendo cómo el placer se intensificaba con cada segundo que pasaba.
—¡Oh, sí… sí…! —gimió, inclinándose hacia adelante para apoyar una mano en la pared.
Su cuerpo temblaba al ritmo de las vibraciones, y su respiración se volvía más agitada. Estoy tan cerca…, pensó, sintiendo cómo el calor se acumulaba en su vientre.
Y entonces, como si fuera una explosión, el orgasmo la golpeó con toda su fuerza. Su cuerpo se sacudió, y un grito ahogado escapó de sus labios. El placer era tan intenso que sus piernas comenzaron a temblar, obligándola a apoyarse completamente en la pared para no caer.
aleriano se detuvo frente al espejo, su respiración aún agitada por la última ráfaga de placer que había experimentado. Sus ojos, ahora grandes y expresivos, recorrían cada centímetro de su reflejo. Este cuerpo… este cuerpo perfecto, pensó, sintiendo cómo su pulso se aceleraba solo con la idea de poseerlo.
—No puedo parar —susurró, su voz dulce y temblorosa. Sus manos, ahora delicadas y suaves, se deslizaron por su cuello, sintiendo la suavidad de su piel. Era increíble cómo cada toque, cada roce, le producía una reacción tan intensa.
Se miró a los ojos en el espejo, y una sonrisa perversa se dibujó en sus labios. ¿Qué más puedo hacer? , se preguntó, sintiendo cómo su mente comenzaba a divagar hacia nuevos territorios de placer.
Decidida, Valeriano se quitó la blusa que llevaba, dejando al descubierto sus pechos, firmes y perfectos. Sus manos se posaron sobre ellos, y una oleada de placer la recorrió al sentir cómo sus pezones se endurecían bajo sus dedos.
—Joder… —murmuró, inclinándose ligeramente hacia adelante para observar mejor su reflejo. Sus dedos comenzaron a juguetear con sus pezones, masajeándolos, tirándolos suavemente, sintiendo cómo el placer se acumulaba en su vientre.
Y entonces, como si fuera una fuerza imparable, Valeriano se dejó llevar. Una de sus manos descendió por su vientre hasta llegar a su entrepierna, donde la humedad ya era evidente.
—Aquí es donde manda todo, ¿no? —musitó, sintiendo cómo su cuerpo respondía al más mínimo roce.
Con un movimiento lento pero decidido, introdujo un dedo en su interior, sintiendo cómo su cuerpo lo envolvía en una cálida humedad. Dios, esto es increíble, pensó, mientras su respiración se volvía más acelerada.
Miró al espejo mientras continuaba, viendo cómo su rostro se contorsionaba en expresiones de placer. Sus dedos se movían con más rapidez ahora, explorando, experimentando, buscando ese punto que lo llevaría al éxtasis.
—¡Más… más…! —gimió, sintiendo cómo el calor se acumulaba en su vientre.
Y entonces, como si supiera exactamente lo que necesitaba, Valeriano introdujo un segundo dedo, sintiendo cómo su cuerpo se estremecía al ser penetrado más profundamente.
El placer era abrumador. Su mente se nublaba, y solo podía pensar en una cosa: quiero más… necesito más.
De repente, su mirada cayó sobre un objeto en la habitación. Un vibrador que había encontrado dentro de un cajón. ¿Por qué no?, pensó, sintiendo cómo su pulso se aceleraba solo con la idea.
Con movimientos rápidos pero torpes, debido a la excitación que la embargaba, Valeriano se acercó al vibrador y lo encendió. La vibración era suave pero constante, y un escalofrío recorrió su cuerpo al sentirla en sus dedos.
—Qué bien se siente… —susurró, mientras llevaba el vibrador a su entrepierna.
El primer contacto fue electrizante. El dispositivo se posó sobre su clítoris, y Valeriano no pudo evitar dejar escapar un gemido. Dios mío, esto es increíble, pensó, sintiendo cómo su cuerpo respondía de manera explosiva al estímulo.
Con un movimiento lento pero decidido, comenzó a mover el vibrador en círculos sobre su clítoris, sintiendo cómo el placer se intensificaba con cada segundo que pasaba.
—¡Oh, sí… sí…! —gimió, inclinándose hacia adelante para apoyar una mano en la pared.
Su cuerpo temblaba al ritmo de las vibraciones, y su respiración se volvía más agitada. Estoy tan cerca…, pensó, sintiendo cómo el calor se acumulaba en su vientre.
Y entonces, como si fuera una explosión, el orgasmo la golpeó con toda su fuerza. Su cuerpo se sacudió, y un grito ahogado escapó de sus labios. El placer era tan intenso que sus piernas comenzaron a temblar, obligándola a apoyarse completamente en la pared para no caer.
Despues de aquellas sensaciones y sin interes en estar en un mugroso celulari ni siquiera había intentado volver a entrar a Tinder. ¿Para qué? Lo que quería ya lo tenía.
No entendía bien cómo había pasado. No recordaba detalles. Pero el mensaje en pantalla se lo había dejado claro, aunque las palabras le sonaban más técnicas que otra cosa:
“Intercambio confirmado. Eres el usuario oficial del cuerpo: Liza B. El proceso es permanente.”
Él sonrió, sin darle demasiada importancia al contenido mientras respiraba agitado aun con los “remanentes” del orgasmo ensima. Lo leyó como si fuera una felicitación automática. Dejó el teléfono cargando y se fue a caminar, sintiendo el peso liviano de su nuevo cuerpo, su paso suave y seguro, sin rastros de su vida anterior.
La ciudad vibraba con su ritmo habitual: cafés abiertos, pasos apurados, risas ahogadas por el sonido del tráfico. “Liza” —o al menos quien llevaba su piel, su estampa, su andar juvenil— caminaba con torpeza calmada, descubriendo nuevos rincones, esquinas que jamás había pisado. Valeriano no sabía adónde iba, solo dejaba que los pies lo llevaran.
Fue entonces cuando escuchó su nombre:
—¡¿Liza?! ¡Qué milagro verte en persona!
Valeriano parpadeó. Se giró lentamente. Frente a él estaba una joven de cabello teñido y gafas anchas, vestida como alguien que vive de su creatividad. No la reconocía, pero imitó una sonrisa.
—¡Hola…! —respondió con una voz que, aunque suya ahora, todavía le parecía prestada.
La chica se acercó, efusiva.
—Justo hablaba de ti, es que te juro que alguien me escribió diciendo que ella era Liza… ¡pero era un tipo mayor! La historia más ridícula que he oído. Dijo que te había regalado tu cuerpo. ¿Puedes creerlo?
La chica soltó una carcajada y Valeriano, después de un breve silencio incómodo, se sumó con una risa torpe pero sincera. No por entender del todo la situación, sino porque algo en su interior se sintió afirmado. Validado.
—Qué cosas, ¿no? —dijo él, bajando un poco la mirada, como si jugara a ser tímida—. Hay gente muy loca allá afuera.
—¡Y tú que ni apareces en redes! Pensé que habías desaparecido. ¿Todo bien?
Valeriano asintió con entusiasmo suave.
—Sí… mejor que nunca.
Y era cierto. No entendía del todo su entorno, no usaba las apps, ignoraba el canal y los compromisos de Liza. Pero eso no importaba. En su interior, algo se sentía cómodo, como un gato viejo que por fin había encontrado un rincón cálido. Era su vida ahora. Su cuerpo. Su mundo.
La amiga lo abrazó con fuerza. Y él, sin saber bien cómo devolver el gesto, se dejó envolver.
Mientras ella seguía hablando y riendo, Valeriano solo pensaba: que bueno que nadie le creyó a ese viejo.