Bueno aqui una historia de uno de mis anime favoritos aunque no el mas favorito (todos saben que soy una loquita obseciva con umineko no naku koro ni) Aun asi espero les guste y si quieren mas tendran que comentar o no subo nada mas por la gente :p asi que comenten y espero disfruten esta primera parte de esta historia de hamefura......
Mary Hunt ya lo había leído tres veces.
El libro estaba encuadernado en cuero descolorido, con símbolos de rosas negras que parecían marchitarse cada vez que parpadeaba. Estaba escondido tras un falso fondo en la biblioteca de los Claes, como si el destino mismo hubiera querido que lo encontrara mientras buscaba una novela romántica para poder leer junto a Katarina.
"Vínculo del Corazón: unión entre dos almas afines. Compartirán cuerpo, esencia, y amor eterno. El intercambio será efímero… a menos que la voluntad de uno lo selle en la eternidad."
La primera vez que lo leyó, le temblaron las manos.
La segunda, imaginó cómo sería estar en la piel de Katarina en su fantasia podia verse controlando y logrando que katarina claes hiciera lo que ella queria o por lo menos su cuerpo.
La tercera… lo deseó con locura.
Pero Mary era lista. Y, sobre todo, amaba con locura. tal ves demasiada locura
Los días pasaron con esa carga muda sobre sus hombros.
Observaba a Katarina mientras reía con los demás, comía pastel sin culpa, derramaba migas en su regazo y luego le sonreía como si nada. Observaba cómo Geordo le ofrecía su brazo, cómo Sophia la tomaba de la mano, cómo Maria la miraba como un ángel.
Mary lo soportaba todo con una sonrisa.
Siempre sonriendo.
Siempre conteniéndose.
Pero su corazón se volvía un mar envenenado, cada vez más profundo, más difícil de calmar.
Y entonces ocurrió.
Una tarde dorada en los jardines, bajo la pérgola de rosas que ella misma había plantado. Se había armado de valor. Había preparado todo. Una escena perfecta, íntima, suave. Solo ella y Katarina.
“Quiero decirte algo,” le susurró Mary, bajando la mirada.
El corazón le latía tan fuerte que creyó que sus venas cantarían su secreto antes que su voz.
Pero Katarina... con su típica torpeza, su dulce ignorancia…
rió.
“¡Oh, Mary! Seguro quieres hablar de flores, ¿no? Vi unas hermosas esta mañana cerca del huerto de nabos. ¡Tienes que verlas!”
Y se fue. Sonriendo.
Sin escuchar.
Sin entender.
Ignorando.
Mary se quedó sola.
En silencio.
Con el alma rota.
Y los ojos secos, no por falta de lágrimas… sino por exceso de determinación.
“No puedes seguir amando algo que solo puedes mirar.”
“Quiero ser ella. Quiero su cuerpo, su voz, su risa… su vida. Si no puedo tenerla…”
“…entonces seré ella.”
Y esa noche, mientras todos dormían, Mary volvió a leer el libro.
Por cuarta vez.
Sin temblar.
Mary preparó cada paso como quien prepara una ceremonia nupcial.
Las instrucciones del ritual estaban escritas en verso antiguo, críptico, llenas de simbolismos florales y fases lunares. Pero ella lo entendía. Lo sentía. Era como si el libro le hablara directamente a su deseo más profundo.
Solo necesitaba tres cosas:
-
Una flor negra del jardín prohibido, que solo florecía en la luna nueva.
-
Un objeto íntimo de la persona deseada, algo impregnado de su energía vital.
-
Un espejo encantado, tallado con runas de inversión.
El primero lo había conseguido hacía semanas, tras adentrarse sola en los terrenos malditos donde ni los jardineros se atrevían a pisar. La flor era pequeña, de pétalos aterciopelados, y olía a tierra húmeda y sangre dulce.
El segundo… lo guardaba como un tesoro: un lazo de cabello que Katarina le había regalado sin pensar, torcido y adorable como todo en ella.
Y el espejo… lo había robado del cuarto de reliquias mágicas del instituto, oculto en su propio joyero bajo llaves encantadas.
Todo estaba listo.
Solo faltaba el momento.
Y Mary ya no podía esperar más.
Esa noche, sin luna, cuando las sombras parecían beberse la luz de las lámparas, Mary cruzó los jardines de los Claes como una sombra más.
No había miedo en su pecho.
Solo calor. Solo una devoción silenciosa y salvaje.
Sabía por dónde entrar. Sabía qué ventana estaba floja. Había pasado tantas horas en esa casa que casi podría habitarla con los ojos cerrados.
Subió las escaleras como un suspiro.
Pasó por el pasillo de los retratos.
Y llegó.
El cuarto de Katarina.
La puerta no tenía cerradura. Mary la abrió con la delicadeza de una amante… y la decisión de una ladrona.
Allí estaba.
Katarina Claes.
Durmiendo sobre su costado, medio abrazada a una almohada, con el cabello suelto y una pierna colgando del borde de la cama como si flotara en un sueño infantil.
Su espalda subía y bajaba con lentitud, como si el mundo no tuviera peso sobre ella.
Mary se acercó. Cada paso era un latido.
Se arrodilló junto a la cama.
La observó como si la viera por última vez… y también como si la viera por primera vez realmente suya.
El lazo de cabello en su mano tembló.
“Tú no me ves, Katarina… pero yo te veo toda. Todo lo que eres, todo lo que ignoras de ti misma. Nadie más podría cuidarte como yo. Nadie más te ama como yo. Yo no te quiero… yo te necesito.”
Desató el pequeño saco con la flor negra. La colocó sobre el pecho dormido de Katarina, entre los pliegues de su pijama.
El espejo lo sostuvo frente a ambas.
Y empezó a recitar.
Mary recitó las últimas palabras con voz trémula, mirando fijamente el espejo encantado.
El reflejo le devolvía una imagen imposible: ella y Katarina, una frente a la otra, pero… algo no encajaba. El cristal vibró, y por un instante, las caras parecieron distorsionarse. Como si algo —no visible a simple vista— se moviera detrás del vidrio.
Y luego…
Nada.
Katarina no despertó.
No tembló el aire.
No hubo brillos, ni estallidos mágicos.
Solo silencio.
Mary esperó.
Segundos.
Minutos.
Horas, tal vez, en su mente.
Pero Katarina seguía dormida.
Nada había cambiado.
O eso pensó.
—“Falló…” —susurró Mary, con la voz vacía.
Guardó el espejo con manos lentas, como quien guarda una promesa rota. Tomó el lazo de cabello, lo dobló con cuidado, como si todavía pudiera significar algo más que un error. Miró a Katarina una última vez.
Su pecho subía y bajaba, plácido. Inocente. Lejana.
Mary contuvo una lágrima, aunque no sabía si era de tristeza… o de rabia sorda.
Salió de la habitación sin mirar atrás.
La casa de los Hunt estaba en silencio.
Mary caminó descalza por los pasillos oscuros hasta su habitación, sin encender una sola lámpara. El vestido todavía manchado de tierra, las manos sucias de hechizo y duda.
Se desvistió en la penumbra, dejó el espejo en su tocador, cubierto por un paño rojo, y se recostó sobre la cama sin deshacer las sábanas.
—“Tal vez... nunca fue para mí,” —susurró.
Y cerró los ojos.
Lo que Mary no sabía…
Es que ya había comenzado.
Muy por debajo de la consciencia, en un rincón donde la magia y el alma se tocan, los hilos de plata se habían soltado.
Del pecho dormido de Katarina, uno de esos hilos se elevaba en espiral hacia la noche, flotando como una hebra arrancada del destino.
Y desde el cuerpo de Mary, otro hilo respondió, estirándose, reconociéndola.
No se apresuraban.
No necesitaban hacerlo.
Era un pacto silencioso.
Un amor convertido en fuerza antigua.
Y en la oscuridad de dos habitaciones distintas…
las almas empezaron a caminar.
En un espacio donde no existe el tiempo, donde no hay palabras, ni rostros, ni carne… solo alma,
dos presencias flotaban.
Inconscientes.
Frágiles.
Pero cargadas de una fuerza inevitable.
Los hilos de plata —como venas del destino o telarañas tejidas por el deseo— guiaban sus trayectorias.
Primero suaves, como suspiros.
Luego firmes, como la voluntad de un dios cruel.
El alma de Katarina Claes, inocente, tibia, luminosa,
no sabía que había comenzado a ser desplazada.
No se resistía.
No entendía.
Pero el mundo que la envolvía comenzaba a temblar.
Los hilos que la rodeaban —los que brotaban del cuerpo de Mary—
se tensaron repentinamente.
Y la atraparon.
Como una red.
Como raíces que desean injertarse en otra flor.
Un instante después, Katarina fue arrastrada.
No cayó.
Fue absorbida.
Su alma, suave como una pluma, cruzó el espacio entre mundos
y descendió como una gota sobre el cuerpo de Mary Hunt.
El cuerpo —hasta ahora vacío— se estremeció levemente.
Como si sus brazos hubieran esperado siempre ese peso.
Como si su carne reconociera por fin a la visitante como la única inquilina posible.
Los hilos de plata se cerraron en espiral alrededor de ella,
sellando con ternura forzada su llegada.
No había marcha atrás.
Mientras tanto…
el alma de Mary Hunt, mucho más densa, más roja, más determinada,
flotaba con dirección clara hacia su objetivo.
El cuerpo de Katarina.
Puro.
Elegante en su descuido.
Hermoso incluso en el sueño.
Perfecto.
Mary no tenía conciencia de lo que hacía.
Pero su deseo sí.
El cuerpo de Katarina se abrió para ella, no en defensa, sino en espera.
Como si una parte profunda de él —nacida de todas las veces que fue mirado con adoración—
hubiera aceptado ya a Mary como su verdadera alma.
Y así, ella entró.
No fue suave.
No fue violento.
Fue como agua encajando en su copa predestinada.
Los hilos de plata danzaron alrededor suyo, girando con gracia,
envolviéndola, sellándola.
Y cuando el último hilo encontró su sitio,
el cruce se completó.
interesante historia, me gusta
ResponderEliminarGracias
ResponderEliminarEsa si es manera de hacer un intercambio de cuerpo, mira todos esos detalles y matices, muy buen trabajo!
ResponderEliminarBuenardo
ResponderEliminarBastante buena la verdad! Solo que algunas comparaciones se me hacen un poquito raras, de ahí todo me gustó! Me gustaría que sacaras segunda parte!
ResponderEliminarNunca espere ver algo de bakarina pero no me quejo
ResponderEliminarMe gustó el inicio de esta historia, por favor continuala.
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