sábado, 22 de marzo de 2025

Una historia diferente (Basada en warhammer 40k)

 Pues si, esta sera una historia diferente sin tanto sexo o perversion(aunque hare una historia de slaneesh y una de nurgle asi que talves esas si sean muy pervertidas y llenas de sexo) pero para el dios de la sangre Khorne era muy complicado hacer una historia super pervertida(tomando en cuenta la naturaleza del mismo), asi que pues por el momento solo espero les guste esta historia y no me odien por no traer algo ultra mega pervertido con sexo incesto y demas :D

Los "Angeles" de Khorne

El fragor de la batalla rugía en el mundo perdido de Sanctis V, un planeta antaño próspero, ahora reducido a un campo de exterminio. Durante incontables horas, la resistencia humana había sido aplastada sin piedad por la invasión de los demonios de Khorne. Solo quedaban cinco, cinco guerreras del Adepta Sororitas, cuyos cuerpos estaban bañados en sangre, sudor y cenizas. Sus armaduras, otrora impecables, ahora estaban marcadas con las huellas de la guerra. Pero no se rendían.

La Hermana Superiora Justina lideraba a las sobrevivientes con una fe inquebrantable. Juntas, habían enfrentado hordas de desangradores, aplastado a los mastines carmesí y derribado a varios Príncipes Demonios con la furia del Emperador en sus corazones. A pesar del agotamiento, mantenían la esperanza. Sabían que si resistían un poco más, tal vez lograrían restablecer las comunicaciones con la flota imperial. Si no podían ser rescatadas, al menos su sacrificio quedaría registrado en los anales del Imperio.

El terreno a su alrededor era un páramo de destrucción. Cuerpos despedazados de demonios y humanos se mezclaban en el suelo ensangrentado. Columnas de humo ascendían al cielo en llamas, y el aire estaba impregnado del hedor a carne quemada y sangre derramada. Justina, con la respiración pesada, observó a sus hermanas: Sor Juliana, aún de pie con su bólter pesado humeante; Sor Beatrix, con su armadura resquebrajada pero su espada sierra aún vibrando en su mano; Sor Helena, cuyos labios aún recitaban letanías de fe mientras recargaba su arma; y Sor Cassandra, con el rostro cubierto de polvo y sangre, pero con su mirada firme en el horizonte.









No estaban solas. El Emperador estaba con ellas. Habían logrado lo impensable: resistir la embestida de los siervos de Khorne. Confiaban en que su valentía no sería en vano, que su lucha sería recordada. Quizás aún podían salir con vida.

—Mantened la formación —ordenó Justina, su voz firme como el acero—. El enemigo no debe romper nuestras líneas.

—Por el Emperador —respondieron sus hermanas al unísono.

Las ruinas de una antigua capilla imperial servían de refugio, su estructura dañada pero aún resistente. Cada una tomó una posición estratégica, bólteres en mano, listas para el siguiente asalto. Desde las sombras de la bruma carmesí, gruñidos guturales anunciaban la llegada de más demonios. Se escuchaban tambores de guerra, el inconfundible clamor de las huestes de Khorne. Pero las Sororitas no temían. Habían derramado demasiada sangre como para flaquear ahora.

El primer demonio emergió de entre las llamas, una bestia musculosa con cuernos goteando icor negro. Su rugido resonó en el campo de batalla, y con un salto descomunal se lanzó hacia ellas. Un solo disparo de Juliana lo hizo estallar en una lluvia de llamas y cenizas. Pero por cada demonio que caía, dos más emergían.

Las hermanas disparaban sin cesar, descargando ráfagas bendecidas por la fe en el Emperador. Helena entonaba himnos de guerra, su voz resonando con fervor. Beatrix se arrojó de lleno contra un mastín carmesí que había logrado acercarse demasiado, su espada sierra desgarrando su carne maldita con un chirrido mecánico y un aullido infernal.

Las balas se agotaban, los músculos ardían de fatiga, pero la voluntad de las Sororitas seguía inquebrantable.

Entonces, Justina sintió algo extraño. Una presión en el pecho, apenas perceptible, como si el aire mismo se hubiese vuelto más denso. No era miedo, no era cansancio. Algo más estaba ocurriendo.

El fuego de las hogueras pareció disminuir su brillo, las sombras se alargaron sobre las ruinas y un silencio momentáneo se apoderó del campo de batalla. La bruma roja se agitó como si una fuerza invisible la removiera.

Juliana notó la tensión en el rostro de Justina y preguntó:

—¿Hermana…?

Justina levantó la mano, en señal de alerta. Las demás hermanas sintieron lo mismo: una presencia abrumadora que se cernía sobre ellas. La batalla no había terminado, pero algo mucho peor estaba por comenzar.

Y entonces, la tierra tembló.

El cielo de Sanctis V se tornó de un rojo más profundo, como si la sangre misma manara de las nubes y cubriera el mundo en un velo carmesí. La presión en el aire se intensificó, y las llamas de las hogueras titubearon antes de casi extinguirse. Un rugido inhumano resonó por todo el campo de batalla, un estruendo que helaba la sangre y anunciaba la llegada de algo inconcebiblemente poderoso.

Los demonios de Khorne, que hasta ese momento se lanzaban con furia ciega contra las Sororitas, de pronto se detuvieron. Un silencio sepulcral se extendió por la llanura destruida. Uno a uno, los desangradores cayeron de rodillas, sus espadas infernales clavadas en el suelo en un gesto de reverencia. Los mastines de Khorne aullaron con un fervor salvaje, sus ojos llameando con un reconocimiento primigenio. Los Príncipes Demonios inclinaron sus cabezas y extendieron sus brazos en señal de tributo. El mismísimo aire vibró con el clamor de los siervos del Dios de la Sangre.

Desde un portal de fuego y sombras emergió la forma titánica de un Avatar de Khorne.

Su presencia era como un cataclismo hecho carne: una armadura de bronce y hueso, cicatrices de mil batallas talladas en su piel endurecida, y una hacha descomunal goteando la esencia de incontables almas segadas. Su mirada era fuego puro, un abismo de guerra y destrucción infinitas. Cada uno de sus pasos hacía temblar la tierra, cada exhalación llenaba el aire con el hedor a muerte y a hierro oxidado.

Las Sororitas, aún con sus cuerpos agotados y heridas abiertas, se mantuvieron firmes. Sabían que se enfrentaban a algo que ningún humano podría derrotar, pero su fe era inquebrantable. Apretaron las armas, murmuraron oraciones y se prepararon para morir de pie.

El Avatar de Khorne alzó su hacha y con una voz que resonó como un trueno en el campo de batalla, habló:

—Guerreras del falso emperador, os saludo. Pocas han demostrado la furia en combate que vosotras habéis exhibido hoy. Habéis bañado esta tierra con la sangre de mis legiones y resistido donde otros perecieron sin gloria. En otro tiempo, en otro destino, habríais sido grandes campeonas.

Las Sororitas no respondieron. Justina mantuvo su mirada fija en la criatura, su mandíbula apretada con una mezcla de desafío y resignación. Sabía que no habría victoria aquí, pero no permitiría que el monstruo mancillara su fe.

El Avatar dejó escapar una risa gutural.

—Vuestra devoción es inquebrantable. Y por ello, no os ofrezco un pacto, sino una sentencia. No necesito vuestras almas. Son inútiles, atadas al débil cadáver de Terra. Pero vuestros cuerpos… vuestros cuerpos servirán bien en la guerra eterna.

Con un simple gesto de su garra titánica, una energía oscura y abrasadora los envolvió. Justina sintió algo arrancándola desde lo más profundo de su ser. Su fe ardió, luchó, resistió… pero fue en vano.

Las hermanas gritaron, no de dolor físico, sino de una angustia indescriptible cuando sus almas fueron desarraigadas. Beatrix intentó aferrarse a su espada, pero sus manos temblaban mientras su esencia se desvanecía. Helena, con lágrimas de furia, intentó murmurar una última oración, pero sus labios ya no emitían sonido alguno. Juliana y Cassandra miraron al vacío, sus ojos reflejando el terror de lo inevitable.

Y entonces, el Avatar cerró su puño. Las almas de las Sororitas, ya débiles y sin refugio, fueron reducidas a cenizas, borradas de la existencia. No hubo redención, no hubo descanso en el abrazo del Emperador. Solo la nada.

Sus cuerpos, aún respirando, cayeron al suelo. Sus corazones aún latían, sus músculos aún poseían la memoria de la batalla, pero sus ojos vacíos eran prueba de que las guerreras ya no estaban allí. Eran cascarones sin voluntad, listos para ser reclamados.

El Avatar alzó su hacha en señal de victoria.

—Demonios, tomad lo que os ofrezco. Que la carne de estas guerreras os sirva como nuevo receptáculo para la guerra de Khorne.

Los rugidos de júbilo resonaron en el campo de batalla mientras varios desangradores y Príncipes Demonios se adelantaban. Con un brillo carmesí en sus ojos, los espíritus infernales se fundieron con los cuerpos caídos de las Sororitas. Sus posturas se tensaron, sus dedos se crisparon y, uno a uno, se alzaron nuevamente, pero ya no eran las hermanas de batalla que habían resistido hasta el final.

Un nuevo escuadrón de guerreros de Khorne había nacido, con la apariencia de las antiguas hijas del Emperador, pero con el odio y la furia de los siervos del Dios de la Sangre. La guerra continuaría, y ahora, la herejía marcharía con los rostros de aquellas que alguna vez fueron defensoras de la humanidad.

Los recién ascendidos guerreros de Khorne se alzaron sobre el campo de batalla, flexionando sus nuevos cuerpos con una fascinación primigenia. Sus ojos, ahora llameantes y rebosantes de esencia demoníaca, exploraban las manos, las piernas, los músculos que antes pertenecieron a las devotas del Emperador. Cada uno de ellos sentía la fuerza contenida en la carne mortal que ahora les servía como receptáculo.

Uno de los desangradores, quien ahora habitaba el cuerpo de la antigua Hermana Superiora Justina, dejó escapar una carcajada ronca mientras cerraba y abría su puño, maravillado por la precisión con la que sus nuevos dedos respondían. Sus garras ya no eran meros fragmentos de disformidad, sino manos capaces de blandir acero con una destreza perfeccionada por años de entrenamiento humano.

—Este cuerpo… es fuerte. Forjado en guerra, templado en dolor. —murmuró el demonio con una voz que reverberaba en un eco de fuego y furia—. La carne de los humanos siempre ha sido débil, pero estas… estas eran verdaderas guerreras.

Otro demonio, quien había tomado posesión de Beatrix, deslizó sus dedos por la superficie de la armadura, sintiendo el peso del adamantio y el aroma metálico de la sangre incrustada en sus placas. Con un gesto de curiosidad, colocó una mano sobre su propio pecho y cerró los ojos, explorando lo que quedaba dentro de su nuevo huésped. Una oleada de recuerdos emergió en su mente, un torrente de memorias que no le pertenecían.

—Beatrix…—pronunció el nombre con deleite, sintiendo la herencia del cuerpo—. Así se llamaba esta carne. Sus recuerdos… su entrenamiento… todo sigue aquí. Su fe ha muerto, pero su habilidad permanece. ¡Jajajaja! Esto no es una simple posesión… esto es trascendencia.

Los demás demonios repitieron el proceso, sumergiéndose en las memorias de sus recipientes, absorbiendo su conocimiento como una esponja en un océano de guerra y disciplina. Juliana, Cassandra, Helena… nombres que alguna vez resonaron en los pasillos de conventos imperiales ahora eran murmurados con regocijo por los siervos de Khorne.

Uno de ellos se miró en el reflejo de una espada caída y soltó un gruñido de satisfacción.

—Hemos ganado más que simples cuerpos. Hemos heredado su entrenamiento, su resistencia, su precisión. Esta carne mortal es ahora un arma de Khorne, ¡afilada y lista para derramar más sangre!

El antiguo desangrador que ahora portaba el cuerpo de Justina alzó su espada con un gesto triunfal, girándola con una destreza que jamás tuvo en su forma demoníaca. A su alrededor, los demás hicieron lo mismo, disfrutando de la velocidad y precisión de sus nuevas formas. Eran más rápidos, más fuertes, más letales que antes. Lo que las Sororitas habían perfeccionado con años de devoción ahora era usado en nombre del Dios de la Sangre.

Los demonios rugieron al unísono, proclamando su renacimiento. No eran simples invasores de carne. Eran los nuevos campeones de Khorne, bendecidos con la fuerza de la humanidad y la inmortalidad del caos. La guerra continuaría, y ahora, la furia del Dios de la Sangre marchaba con los cuerpos de sus antiguas enemigas.

En un rincón remoto del Imperio, en un mundo pequeño pero de vital importancia estratégica, la humanidad vivía en paz. Su ubicación, clave para las rutas de suministros y coordinación militar, le otorgaba una protección excepcional. Guarniciones de la Guardia Imperial patrullaban sus ciudades, y destacamentos de Marines Espaciales mantenían su vigilancia desde sus fortalezas-monasterio. La población, aunque siempre consciente de la guerra que consumía la galaxia, disfrutaba de una relativa tranquilidad.

Había pasado tiempo desde la caída de Sanctis V. Lo que ocurrió en aquel mundo maldito había sido olvidado, sepultado bajo los innumerables conflictos que asolaban la galaxia. Para este mundo, aquel evento no era más que un rumor perdido en los registros del Administratum, una historia olvidada en el inmenso océano del tiempo. Nadie recordaba el destino de las valientes que lucharon hasta el final, ni la sombra oscura que había nacido de su sacrificio.

Pero la calma no duró.

Un día, sin advertencia, el cielo se tornó rojo como la sangre derramada en incontables batallas. Un sonido gutural, profundo y primigenio resonó en todo el planeta, un aullido que hizo vibrar el aire y perforó los oídos de cada habitante. Los niños lloraban, los animales huían enloquecidos, y hasta los más endurecidos soldados sintieron un escalofrío recorrerles la espalda. Sabían lo que significaba. Era el presagio de la ruina.

Desde lo alto, las nubes se desgarraron y la realidad misma se fracturó. Portales carmesíes se abrieron en el firmamento, regurgitando incontables legiones demoníacas. Cientos de miles de criaturas infernales cayeron del cielo como una tormenta de pesadilla, azotando el mundo con un frenesí de muerte y destrucción. Los primeros en caer fueron los bastiones exteriores, sus defensas desmoronadas ante la arremetida imparable de la horda del caos.

Desangradores, mastines carmesí y bestias de guerra arrasaban con todo a su paso. Las trincheras de la Guardia Imperial fueron anegadas en sangre, sus soldados incapaces de contener la avalancha de horrores que se abalanzaba sobre ellos. Incluso los Marines Espaciales, emblemas de la resistencia y la fuerza del Imperio, se vieron superados. Lucharon con la ferocidad de mil guerras, pero por cada demonio que caía, otros diez emergían de la disformidad.

Las catedrales imperiales ardieron, las fortalezas fueron reducidas a escombros y las ciudades enteras se convirtieron en mataderos. Nadie podía contra la horda de Khorne. El planeta, antaño bastión de la humanidad, se convertía en un altar de sangre para el Dios de la Guerra.

Varios batallones de los capítulos de los Ultramarines comenzaron su avance con precisión y determinación, recuperando terreno y aniquilando a incontables hordas de demonios que se interponían en su camino. Con una brutalidad calculada, las escuadras de Marines Espaciales aplastaban con furia los vestigios de la invasión infernal. Los bolters rugían como tormentas de muerte, reduciendo a los desangradores a meras masas de carne destrozada, y las espadas sierra abrían grietas en el mismísimo tejido de la disformidad al destrozar sin piedad a las bestias de Khorne. Los demonios caían como moscas ante la disciplina de los guerreros del Emperador, y por un momento, la marea de la batalla pareció volcarse a favor de la humanidad. Desde sus puestos de mando, los Tenientes Comandantes de los capítulos astartes observaban con orgullo cómo sus estrategias, su entrenamiento y el inquebrantable espíritu de sus hermanos comenzaban a devolver el control a las fuerzas imperiales. La victoria parecía al alcance de la mano.

Pero entonces, lo mismo que ocurrió en Sanctis V se repitió en este pequeño mundo, como si la misma maldición hubiera sido desatada una vez más. El cielo, que hasta ese momento solo estaba teñido por el humo y las cenizas del combate, se tornó en un rojo profundo, más oscuro que la sangre vertida en incontables batallas. Una vibración antinatural recorrió el campo de guerra, un escalofrío indescriptible que congeló hasta la médula a soldados y Marines por igual. De repente, un clamor atronador resonó en los cielos, un rugido colosal que parecía ser la voz misma de la guerra, anunciando el verdadero horror que estaba por llegar. El fragor de la batalla se detuvo por un instante, como si el universo mismo contuviera el aliento ante lo inevitable. Y entonces, emergiendo de las alturas como figuras etéreas descendiendo del Olimpo, cinco siluetas se dejaron ver.

A lo lejos, parecían ángeles. Con sus armaduras ornamentadas y su porte marcial, las cinco figuras descendían con gracia, envueltas en un resplandor ominoso que desafiaba toda lógica. Al principio, los Marines y los soldados imperiales sintieron un atisbo de esperanza, creyendo que eran emisarias del Emperador, llegadas para reclamar la gloria de la humanidad con fuego y fe. Pero esa ilusión se desvaneció tan pronto como el aura que las rodeaba se hizo palpable. A medida que se acercaban, su presencia se volvía cada vez más asfixiante, una marea invisible de pura maldad que oprimía los corazones de los más valientes y llenaba sus mentes de una certeza aterradora: lo que venía no era salvación. Era condenación.

Lo que descendía del cielo no eran Hermanas de Batalla en busca de venganza. No eran ángeles del Emperador. Eran cinco heraldos de la ruina, cinco guerreras cuyos cuerpos, antaño sagrados y devotos, habían sido profanados y convertidos en recipientes de la voluntad del Dios de la Sangre. Los demonios de Khorne, aquellos que habían tomado las almas de las Sororitas caídas en Sanctis V y reclamado sus cuerpos inmaculados, ahora tocaban tierra como auténticas diosas de la masacre. Sus ojos se abrieron, y en ellos ardía una ira primigenia, una furia ancestral solo vista en los Príncipes Demonios más poderosos del Caos. La carne que llevaban aún era la de las Hermanas de Batalla, pero sus almas eran puro fuego infernal, consumidas por la sed de sangre y la gloriosa aniquilación.

Los Marines estaban confundidos. A simple vista, las figuras parecían Hermanas de Batalla; sus armaduras aún conservaban la ornamentación del Adepta Sororitas, sus rasgos aún recordaban la humanidad que una vez habitaron esos cuerpos. Pero la corrupción era innegable. La mera presencia de estas cinco guerreras corrompidas hacía que los augures de los Marines fallaran, que las comunicaciones se llenaran de interferencia y que los más débiles entre los guardias imperiales cayeran de rodillas con un terror incontrolable. La realidad se distorsionaba a su alrededor, como si el mismo mundo rechazara su existencia.

Cuando finalmente tocaron tierra, sus pisadas resonaron con un eco pesado, como martillos sobre acero. En un movimiento sincronizado, alzaron la vista y contemplaron el campo de batalla con ojos ardientes, llenos de desprecio por todo lo que representaba la humanidad. No emitieron palabras, no proclamaron desafío alguno. No era necesario. La guerra era su mensaje, y el derramamiento de sangre sería su respuesta. Con una explosión de velocidad sobrehumana, las cinco Ángeles de Khorne se lanzaron al combate, y la masacre comenzó.

Las filas de los Marines Espaciales, hasta entonces victoriosas, fueron destrozadas en cuestión de segundos. No había defensa posible. No existía táctica, escudo o espada capaz de contener la tempestad de destrucción que habían desatado. Con cada tajo de sus armas, los cuerpos astartes eran reducidos a meras pilas de carne destrozada, y por cada Marine caído, el campo de batalla se teñía aún más de un carmesí impío. Uno a uno, los escuadrones desaparecían en una vorágine de sangre y furia. No eran simplemente guerreras poseídas. No eran meras marionetas de los poderes ruinosos. Eran avatares de la guerra, encarnaciones de la ira de Khorne, y su sed de masacre era insaciable.

Los gritos de los Marines, acostumbrados a desafiar la muerte sin temor, se convirtieron en ecos de desesperación. Intentaron resistir, intentaron hacer retroceder la oleada infernal, pero era inútil. Cualquier intento de contraataque era respondido con una brutalidad implacable. Cualquier intento de repliegue terminaba en una carnicería absoluta. No había escapatoria. No había redención. Sólo sangre. Sólo muerte.

Para la humanidad en aquel mundo, todo había terminado en el momento exacto en que las cinco Ángeles de Khorne tocaron tierra.

jueves, 20 de marzo de 2025

Una traduccion

 aqui les dejo una traduccion que me fue comisionada, yo la hubiera expandido un poco pero solo era la traduccion asi que aqui la tienen :D disfruten un saludo de siesta :D













lunes, 17 de marzo de 2025

Una tremenda decepcion + comic

Bueno primero que nada y para no hacer tan largo el cuento, el concurso fue un fracaso, nadie participo y no hubo nisiquiera un intento de participacion ni nada, asi que bueno no hubo ganadores ni perdedores ni nada simplemente asi como el concuros aparecio hoy desaparece sin siquiera un intento de participacion.

Ahora bien yo intentare hacer algunas de las cosas que yo misma pedi en ese concurso, hare un final de atravez del cristal e intentare seguir la historia de la niñera si es que los autores de dichos blogs no lo hacen o algo asi (siempre hay sorpresas jaja)

Ahora bien dejare en pausa unas semanas la publicacion de entradas de la enciclopedia y durante esta semana publicare lo siguiente sin un orden especifico

3 traducciones que me fueron comisionadas por un fan del blog <3

y una historia que tambien me fue comisionada por el mismo seguidor

esta historia es una re-imaginacion de la pelicula un viernes de locos pero en ella se explorara un escenario alternativo donde "ANNA" intercambia cuerpos con su hermanito, espero les guste aunque como dije eso sera en el lapso de esta semana asi que no coman ansias como dirian y bueno para continuar con la serie de pokemon de Vel aqui les dejo la parte 4 de dicha serie (si yo se que falta la parte 2 donde May cambia cuerpos con max pero intento "mejorar" (si yo se que no mejora mucho) los dialogos y no me convense jaja) tambien falta la parte "extra" donde Dawn cambia con piplup pero esa no creo traducirla o talves si pero solo saldra hasta el final pues esa no es "canon" jaja 

sin mas que decir disfruten 

(Por ultimo les recuerdo que las comisiones estan permanentemente abiertas pero tambien sean realistas al momento de ofreser una comision y no quieran que por 10 dolares se les hagan historias ultra pervertidas de 30 paginas o traducciones del japones al español de 200 paginas y ofrescan 5 dolares como dirian aqui en mexico "Tengan poquita madre" jaja)


























domingo, 16 de marzo de 2025

Un trabajo que espero les guste y tenga muchos comentarios

Hola a todos, soy siesta y espero estén todos bien, después de un largo tiempo por fin saco esto a la luz y es un cómic traducido por mi directo del japonés al español.

Pero está vez con un toque especial, pues no lo publicó yo si no que está ves al obtener el permiso directo del autor el mismo público el cómic en su pixiv https://www.pixiv.net/en/artworks/128272778

Y así les presento también a uno de mis autores favoritos, OSSE un autor de pixiv con unos trabajos excelentes y con quién espero poder colaborar y poder seguir traduciendo algunos o todos sus trabajos

Además porfavor denle su apoyo y amor a osse dejando un comentario en su pixiv y apoyandolo mucho

https://www.pixiv.net/en/users/1591060

Sin mucho más que decir me despido de ustedes un saludo de su amiga siesta 



jueves, 6 de marzo de 2025

Final alternativo Body Bank: El Descanso y la caida de Bethcast

 Pues como a algunos no parecio gustarles el hecho de que "el body bank" pudiera ser solo accesible a ultra millonarios escribi una version alternativa (que de hecho en un futuro se conectara con otra historia que tengo preparada esperando hacer una especie de "multiverso" super "pitero" como dirian en mexico jaja) asi que aqui los dejo con la version alternativa del final de esta historia

El Descanso y la caida de Bethcast Fraude y malos manejos

Epifanio era un hombre joven, de unos veintisiete años, cuya vida había estado marcada por la pobreza y la falta de oportunidades. Había trabajado en oficios mal pagados desde la adolescencia y, a pesar de sus esfuerzos, nunca logró reunir suficiente dinero para salir adelante. Su escasa educación y la necesidad constante de sobrevivir lo mantenían en un ciclo sin fin de precariedad. Cuando escuchó hablar del Body Bank, vio en él la única oportunidad para cambiar su destino. Era un sistema riesgoso, pero la promesa de obtener una cantidad de dinero para comenzar de nuevo era demasiado tentadora para ignorarla.

El Body Bank lo evaluó y determinó que, aunque su cuerpo tenía un valor aceptable en el mercado, su historial financiero lo hacía un cliente de alto riesgo. No podían prestarle una gran cantidad de dinero ni darle un cuerpo premium a cambio de su propio cuerpo como garantía. Sin embargo, dentro de la organización había empleados corruptos que se aprovechaban de clientes como él. Uno de estos individuos, un gestor de contratos de nombre Horacio, vio en Epifanio una presa fácil.

Horacio se acercó a Epifanio con una sonrisa amistosa y palabras llenas de falsas promesas. Le explicó que, aunque su historial no era el mejor, el Body Bank podía hacer una excepción con él y darle un contrato especial. La oferta consistía en un préstamo de dinero inmediato a cambio de dejar su cuerpo en garantía. A cambio, recibiría otro cuerpo de manera provisional, lo que le permitiría seguir con su vida mientras generaba ingresos para pagar la deuda. Pero lo que Epifanio no sabía era que el contrato estaba diseñado para Estafarlo.

El contrato tenía cláusulas abusivas ocultas en la letra pequeña, escritas con un lenguaje legal confuso que Epifanio, con su limitada educación, no podía comprender del todo. No le permitieron llevarse una copia ni consultar con nadie antes de firmar. Horacio lo apresuró con excusas sobre la falta de tiempo y la urgencia del acuerdo. Epifanio, desesperado por mejorar su vida, firmó sin hacer demasiadas preguntas.

En cuestión de horas, el proceso se llevó a cabo. Le retiraron su cuerpo y le asignaron uno nuevo: el de un hombre de setenta años, con la piel arrugada, el cabello ralo y las articulaciones deterioradas por el tiempo. No era el cuerpo fuerte y ágil que había tenido, pero al menos estaba vivo y tenía el dinero que le prometieron. No obstante, aún no sabía que la verdadera trampa estaba por venir.

Durante un mes, Epifanio experimentó algo que nunca antes había conocido: la tranquilidad. A pesar de estar atrapado en el cuerpo de un anciano de setenta años, con huesos frágiles y movimientos torpes, la falta de deudas y preocupaciones le permitía dormir mejor por las noches. Había aprendido a adaptarse, a moverse más despacio, a cargar con el peso de la edad sin quejarse demasiado. No gastó el dinero que le había dado el Body Bank más allá de lo necesario. Pagó sus deudas, consiguió un pequeño departamento modesto y ahorró cada moneda posible. Soñaba con recuperar su cuerpo joven y volver a empezar.

Dos meses después de su primer contacto con el Body Bank, Epifanio regresó confiado, convencido de que todo había salido bien y que podría recuperar su cuerpo como lo había acordado. Cruzó las puertas de la imponente sucursal con el corazón latiendo fuerte, ilusionado por la posibilidad de volver a sentirse ágil, fuerte y libre. Pero en cuanto pidió hablar con el empleado que le había hecho el contrato, su optimismo se desplomó.

El mismo hombre que le había atendido la primera vez lo recibió con una mueca de fastidio. Desde el primer momento, su actitud fue diferente: ya no era amable ni comprensivo, sino frío y burlón.

—¿Recuperar tu cuerpo? —preguntó con desdén, cruzando los brazos—. Imposible.

Epifanio frunció el ceño, confundido.

—¿Cómo que imposible? Mi contrato decía que…

—¿Leíste bien tu contrato? —lo interrumpió el empleado con una sonrisa maliciosa—. Ah, cierto. Apenas si sabes leer.

Epifanio sintió que la sangre le hervía, pero se contuvo.

—Sé lo suficiente para entender que esto no estaba en el trato —dijo con firmeza—. Pagué mis deudas, no gasté el dinero en tonterías y de hecho tengo casi todo el dinero para pagar mi deuda asi que.¡He cumplido!

El empleado sacó un expediente y comenzó a pasar páginas con aire despreocupado.

—Aquí dice que aceptaste términos especiales —comentó sin levantar la vista—. Cláusula 18-B, cuerpo transferido a custodia por periodo indefinido en caso de baja calificación crediticia…

Epifanio sintió un escalofrío.

—¿Qué? ¿Qué significa eso?

—Significa que no tienes derecho a reclamar tu cuerpo —respondió el hombre con un tono cruel—. Básicamente, firmaste una cesión permanente. Lo perdiste, amigo.

Epifanio sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. No podía ser. No era posible que hubiera aceptado algo así. Él solo quería un pequeño préstamo, un respiro en su vida miserable, pero ahora parecía que lo habían despojado de su propia existencia.

—Eso no es cierto —dijo, con la voz temblorosa—. ¡Eso no estaba en el contrato!

El empleado rodó los ojos y le deslizó un grueso fajo de papeles.

—Aquí está todo. Léelo tú mismo… si puedes.

Epifanio tomó los documentos con manos temblorosas, pero el texto estaba plagado de jerga legal, palabras complicadas y cláusulas engañosas. Era como si hubieran hecho el contrato a propósito para confundirlo.

Se sintió desesperado. ¿Qué podía hacer? ¿Acaso el Body Bank realmente podía hacer lo que quisiera con su cuerpo?

Fue entonces cuando su vista cayó sobre un pequeño papel que había guardado en su billetera días atrás. Era una tarjeta de presentación, sencilla y con un nombre impreso en letras doradas:

Fernanda Machado – Abogada Especialista en Contratos Corporativos

Recordó que alguien se la había dado en la calle, diciéndole que esa mujer ayudaba a los que eran engañados por grandes corporaciones. En ese momento, había dudado si alguna vez la necesitaría. Ahora, sin embargo, parecía su única esperanza.

Epifanio respiró hondo, guardó la tarjeta en su bolsillo y se dirigió a la salida. No iba a rendirse. Si el Body Bank creía que podía salirse con la suya, estaban equivocados.

Epifanio no sabía mucho de leyes, pero entendía que si alguien podía ayudarlo, tal vez era ella la chica de la tarjeta. Decidió acudir a la dirección impresa en la tarjeta.

Cuando llegó, se encontró con una pequeña oficina modesta pero bien organizada. Tras unos minutos de espera, Fernanda lo recibió. Era una joven abogada, probablemente de unos 26 años, de apariencia agradable y con un aire profesional pero accesible. No tenía la mirada dura de aquellos que solo ven a las personas como clientes, sino que irradiaba cierta empatía.

Epifanio, nervioso y sin saber bien cómo explicarse, le contó su situación. Fernanda lo escuchó con paciencia, sin interrumpirlo, asintiendo de vez en cuando para darle confianza. Luego, le pidió el contrato. Epifanio no lo tenía, pero ella sabía cómo conseguirlo.

—Voy a solicitar una copia del contrato directamente al Body Bank —dijo con seguridad—. No pueden negármelo. Si firmaste algo, tienes derecho a saber exactamente qué decía.

Epifanio sintió un pequeño alivio. Era la primera persona que realmente parecía estar de su lado.

Días después, Fernanda recibió la documentación y se puso a revisarla con atención. No tardó en encontrar varias irregularidades. Las cláusulas estaban redactadas de forma confusa, con términos engañosos que podrían hacer creer a alguien como Epifanio que estaba aceptando condiciones diferentes a las reales. Lo más grave era que el contrato tenía una laguna legal: no especificaba de manera clara la temporalidad del préstamo ni la restitución obligatoria del cuerpo original.

Con una sonrisa confiada, Fernanda supo que tenían una oportunidad.

—Epifanio, creo que podemos ganar este caso.

Y así lo hizo. Fernanda no solo presentó la demanda contra el Body Bank, sino que la manejó con una precisión quirúrgica. La empresa, confiada en su poderío legal y financiero, intentó desestimar el caso al principio. Sin embargo, cuando los argumentos de Fernanda fueron expuestos, quedó claro que la compañía había cometido una irregularidad que podía costarle una gran suma y un enorme escandalo si el caso se volvía mediático.

El juicio no se prolongó mucho. En menos de un mes, Fernanda había logrado lo impensable: doblegar a una corporación multimillonaria y obligarla a llegar a un acuerdo con Epifanio. El Body Bank, buscando evitar un escándalo, ofreció una solución aparentemente favorable para ambas partes: Como su cuerpo ya habia sido vendido a alguien que pago mucho por el y ya no se lo podian regresar sin meterse en otro problema legal grave, le permitirían elegir cualquier cuerpo disponible en sus bóvedas.

Fue un error grave.

Epifanio, quien hasta ese momento solo quería recuperar su cuerpo, No comprendió la magnitud de lo que le estaban ofreciendo. La redacción del nuevo contrato, ahora revisado y aprobado en presencia de Fernanda, era ambigua y ella si se dio cuenta. Le explico a epifanio que no se especificaba una lista limitada de opciones ni se establecían restricciones más allá de los cuerpos almacenados en el sistema asi que podia acceder a las bovedas y elegir cualquier cuerpo que quisiera de la boveda y con cualquiera realmente se referia a CUALQUIERA.

Epifanio recorrió la boveda de cuerpo del body bank encontrandose con todo tipo de cuerpos disponibles con una mezcla de asombro e incredulidad. Nunca había imaginado que llegaría a estar en una situación así. Durante toda su vida, había aceptado su suerte sin demasiadas quejas, sabiendo que la pobreza le limitaba las opciones. Pero ahora, después de haber sido engañado, humillado y prácticamente despojado de su identidad, el destino le daba una oportunidad inesperada.

Pasó lentamente su mirada por cada cuerpo disponible. La mayoría no le atraian o simplemente pasaba de ellos, solo eran cuerpos en las capsulas de la boveda personas que, por una razón u otra, habían dejado atrás sus cuerpos ya fuera en un "prestamo" o en una venta el no lo sabia. Algunos tenían marcas de edad, otros mejoras quirúrgicas o parecian extremadamente cuidados y conservados, pero ninguno le llamaba demasiado la atención hasta que vio ese cuerpo.


La imagen en la capsula era de una joven de una belleza impresionante. Su piel parecía perfecta, su cabello caía con naturalidad y su expresión, aunque neutra y "sin vida", tenía algo especial, algo difícil de describir. No tenía idea de quién era, pero al verla sintió un escalofrío. Era el tipo de persona que solo se veía en películas o revistas, alguien completamente fuera de su mundo.

—Ese —dijo, señalando la capsula con el dedo.

Los ejecutivos del Body Bank se quedaron en silencio. Algunos intercambiaron miradas nerviosas, pero no podían hacer nada. La abogada estaba ahí, atenta a cada movimiento. Intentaron persuadirlo, ofrecerle cuerpos más “adecuados” para alguien de su condición, pero él no se dejó convencer.

—¿Está disponible, no? —preguntó con tranquilidad.

Uno de los empleados asintió con pesadez.

—Sí… está disponible.

Epifanio no tenía idea de que acababa de elegir el cuerpo de Beth Cast, una influencer cuya desaparición había causado revuelo en redes sociales. No sabía que, al salir de ahí, su rostro sería reconocido, que las preguntas lo perseguirían y que, sin buscarlo, se convertiría en el centro de un escándalo que ni siquiera imaginaba.

Pero en ese momento, nada de eso le importaba. Solo sabía que, por primera vez en su vida, había elegido algo que realmente deseaba.

El Body Bank no tuvo más opción que ceder. Las cláusulas ambiguas del contrato, el peso de la abogada Fernanda y la presión mediática que prometia formarse si no cumplian con su sentencia a los obligaron a cumplir con la petición de Epifanio. Y así, en un abrir y cerrar de ojos, su vida cambió para siempre.

El procedimiento fue rápido y sin complicaciones. Cuando despertó, se encontró en un cuerpo ajeno, un cuerpo que, aunque ahora le pertenecía, se sentía extraño. Se miró en el espejo y se sorprendió al ver el reflejo de una mujer joven y hermosa. No tardó en darse cuenta de que su nuevo rostro era hermoso y sensual, y si el nombre en la ficha de registro de su neuvo cuerpo era correcto ahora seria conocido como: Beth Cast.

Al principio, disfrutó del cambio. No podía negar que el mundo se abría de maneras que nunca antes había experimentado. La gente lo miraba diferente. De un día para otro, pasó de ser un mecánico pobre con una vida monótona a alguien que despertaba miradas de admiración y curiosidad. Caminaba por la calle y sentía los susurros a su alrededor, las miradas furtivas, los gestos de sorpresa de quienes parecían reconocerlo… o mejor dicho, reconocer el rostro que ahora llevaba.

Las redes sociales no tardaron en estallar. Los seguidores de Beth Cast, que habían pasado meses preguntándose qué había sido de ella, comenzaron a difundir imágenes, comparaciones y teorías. “Beth Cast ha vuelto”, decían algunos titulares. “El regreso inesperado de la influencer”, escribían otros. Epifanio, que nunca había estado involucrado en ese mundo, no entendía la mitad de lo que decían, pero la atención repentina lo abrumaba.

Al principio, intentó vivir esa vida. Se dejó llevar por la fama, probó la vida que alguna vez había sido de Beth Cast, pero pronto comprendió que ese mundo no era para él. Las cámaras, los eventos, las expectativas de la gente… nada de eso tenía sentido para alguien que siempre había sido feliz en su taller, con las manos llenas de grasa, ajustando motores y resolviendo problemas mecánicos.


A pesar de que su nuevo cuerpo parecía “demasiado” para ese tipo de trabajo, Epifanio no tardó en volver a su antiguo taller. Aunque no era tan tonto, sabia de todo el provecho que podria sacar de su nuevo cuerpo, usaba ropa entallada o sexy, mostraba su cuerpo para atraer clientes, ignoró las miradas incrédulas de sus clientes y continuó con su vida como si nada hubiera pasado. La gente murmuraba, algunos incluso tomaban fotos a escondidas, pero a él no le importaba.

Era un mecánico con el cuerpo de una influencer famosa, sí. Pero al final del día, lo único que realmente le importaba era hacer lo que siempre había amado: arreglar autos y vivir su vida con tranquilidad.

Un mes despues epifanio ya se habia acostumbrado mucho mas a su nuevo cuerpo, habia dominado la sensualidad del mismo y aunque nunca fue un hombre en extremo pervertido su nuevo cuerpo y las miradas que captaba con el ademas del dinero extra que ganaba con el le dieron las "armas" para seguirse exponiendo



La campana que estaba sobre la puerta del taller mecánico de "Bethcast" sonó suavemente, anunciando la llegada de un nuevo cliente. Levantó la vista desde debajo del capó de un elegante sedán negro, sus largas piernas enfundadas en unas botas negras ajustadas y brillantes que se le pegaban a las pantorrillas como una segunda piel. El dobladillo de su vestido rojo coqueteaba con la parte superior de sus muslos mientras se enderezaba, limpiándose las manos con un trapo metido en la cinturilla. No necesitaba levantar la vista para saber quién había entrado su taller se habia vuelto muy popular y el aroma de colonia mezclado con el leve almizcle del nerviosismo le decían que era otro pervertido que entraba solo para poder ver su cuerpo en "accion". El hombre de traje y corbata estaba de pie torpemente junto al mostrador, sus ojos recorriendo la tienda como si no supiera dónde posarse. Su corbata estaba demasiado apretada y sus dedos jugueteaban con el borde de su chaqueta. "Bethcast" no se perdió la forma en que su mirada se detuvo en sus piernas mientras ella caminaba tranquilamente, los tacones de sus botas repiqueteando contra el piso de concreto. Ella se apoyó contra el mostrador, su cadera sobresalía lo suficiente para que la falda de su vestido se subiera un poco más.


“¿Qué puedo hacer por ti?”, preguntó, con voz suave, casi ronroneando. El hombre tartamudeó, sus ojos yendo de su rostro a la curva de su hombro donde el tirante de su vestido se había deslizado ligeramente hacia abajo. “Yo... uh... mi auto”, logró decir, haciendo un gesto vago hacia la puerta. “Está haciendo un ruido extraño. Esperaba que pudieras echar un vistazo”. Epifanio con su hermoso rostro de Bethcast sonrió, lenta y deliberadamente, mientras enderezaba el tirante de su vestido, pero no antes de dejarlo allí un momento más de lo necesario. “Por supuesto. Echemos un vistazo”.


"Bethcast" camiono hacia el auto de el cliente, sus caderas se balanceaban sensualmente con cada paso. El hombre la siguió enbobado, sus ojos no se podian apartar de la forma en que su vestido se pegaba a su cuerpo, la tela estirándose tensa sobre sus curvas. "Bethcast" Podía sentir su mirada fija en su sensual cuerpo como un toque físico y eso solo la hizo caminar con más determinación, más confianza y mas sensualidad. En el auto, se inclinó sobre el motor, el dobladillo de su vestido subiendo lentamente con el movimiento. Podía escuchar la respiración agitada del hombre, casi podía sentir el calor de su mirada en sus muslos. Le permitió mirar, le permitió comersela con la vista mientras ella pretendía concentrarse en el motor. Cuando se enderezó, no arregló su vestido de inmediato, dejando que se subiera peligrosamente antes de alisarlo con un movimiento lento y deliberado. "Es tu alternador", dijo, su voz casual, como si no acabara de darle un espectáculo. "Puedo reemplazarlo por ti. No debería llevar mucho tiempo". El hombre asintió, su garganta se movió mientras tragaba con fuerza. "Eso suena... uh... genial. Gracias". "Bethcast" le dirigió otra sonrisa, esta vez un poco más depredadora. Sabía exactamente lo que estaba haciendo, y disfrutó cada segundo de eso. —¿Por qué no esperas dentro? Lo arreglaré en un santiamén. Mientras él volvía a entrar en la tienda, ella centró su atención en el coche, inclinándose sobre el motor una vez más. Esta vez, no se contuvo, dejando que el dobladillo de su vestido subiera tanto que el borde de su ropa interior de encaje se asomaba. Podía sentir sus ojos sobre ella desde el interior de la tienda, observando cada uno de sus movimientos. Cuando finalmente se enderezó, se aseguró de tomarse su tiempo, alisando su vestido lentamente, sus movimientos tan deliberados como los de un gato estirándose al sol. Se secó las manos con el trapo de nuevo, metiéndolo de nuevo en su cintura antes de volver a entrar en la tienda. El hombre estaba sentado en una de las sillas de espera, su pierna rebotando nerviosamente. "Bethcast" se apoyó contra el mostrador de nuevo, con los brazos cruzados bajo el pecho, empujando su escote hacia arriba lo suficiente para que se notara. —Listo —dijo, con voz suave, casi sensual. El hombre miró su pecho y luego su rostro, con las mejillas sonrojadas. —Gracias —dijo, su voz apenas por encima de un susurro. "Bethcast" sonrió, lenta y cómplice. Se acercó, sus tacones resonando contra el suelo, y se inclinó ligeramente, sus labios casi rozando su oreja. —Cuando quieras —murmuró, su aliento cálido contra su piel. Podía oír el tirón en su respiración, podía sentir la tensión que irradiaba de él. Se apartó lo suficiente para mirarlo a los ojos, su mirada con los párpados pesados ​​y llena de promesas. —Espero que vuelvas pronto.



El hombre asintió, su garganta se movía mientras tragaba con fuerza. Buscó torpemente en su billetera, sacó el pago y se lo entregó con manos temblorosas. "Bethcast" lo tomó, sus dedos rozando los de él por un momento más de lo necesario. Cuando se dio la vuelta para irse, ella lo vio irse, su sonrisa se convirtió en una mueca. Sabía que volvería. Siempre volvían. Se enderezó, alisándose el vestido una última vez antes de regresar a la tienda, lista para el siguiente cliente